Hoy quiero dialogar con esas mujeres que al leerlas pueden responder mis dudas, pero que también me cuestionan quién soy como mujer hoy (quiénes somos), cuál es mi compromiso en una realidad en la que los problemas se han agudizado, donde la crisis se ha convertido en un modo de vida normalizado, cuando no aceptado por pura resignación.
Hubo mujeres que se unieron a la lucha revolucionaria del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y que le contaron a Silvia Solórzano sus historias entre los años 1984 y 1986. Abren con valentía el camino para asumirnos desde lo que somos, y no desde lo que nos han obligado a creer que somos. «Así, en la práctica revolucionaria, las alzadas nos vamos adueñando del futuro, abriendo una alternativa para nuestra existencia. La revolución no se ha permitido conocer la esencia de los procesos que vivimos [para revelarnos] la realidad oculta tras las apariencias donde las mujeres fuimos perdiendo voluntad despersonificándonos, sometiéndonos a una vida que percibíamos sin futuro alguno», dice Silvia. No hubo negociaciones o acuerdos de paz para las mujeres que se alzaron contra un sistema patriarcal. Esa lucha sigue y se mantiene en la guerra y en la democracia. Las mujeres hoy siguen alzadas.
Como Tila, que habla de pasar de la casa y la cocina, el lugar donde estaban muchas mujeres ixiles, a la montaña para luchar por el pueblo, para compartir horizontalmente con los compañeros, para hablar —sobre todo esto, porque los «callate vos, mujer; ¿acaso sos hombre?» tan sutiles como descarados ya no dan miedo—, para no temer nombrar las condiciones de vida de aquellos que eran explotados y esclavizados, pero también de las mujeres, que viven formas propias de injusticias. No hay posibilidad de pensar en una transformación profunda y radical de nuestra sociedad sin que las mujeres sean parte de esta, sin que sus relaciones cotidianas cambien y sin que ellas aporten a las luchas por sociedades más dignas. Las mujeres de La Puya, las mujeres ixiles, las mujeres de Lote 8, las mujeres siguen alzadas.
O como Rosa, que migró a la capital, que vivió en un asentamiento y que desde allí se identificó con la lucha por un país diferente, la cual la llevó a morir en un enfrentamiento con el Ejército meses después de haber hablado con Silvia. Pienso en las mujeres que desde sus propias realidades no se han dejado vencer, que siguen dando vida —la propia— para engendrar más y mejor vida, la nuestra, la de todos. Como la sonrisa de esa niña, hija de Paula y Pedro, a quién su papá le escribe en 1983:
Ayer te vi, mi niña,
florecita silvestre,
olorosa a futuro
y esperanza.
Tu risa será mañana
la risa de todos
toditos los niños
de nuestra patria.
Para construir la historia de las mujeres valientes se necesita de otras mujeres comprometidas con la historia de nuestras luchas. Gracias a todas ellas porque con su trabajo nos encontramos muchas. Gracias en especial a las mujeres de la Red de Centros de Documentación en Derechos de las Mujeres de Centroamérica, que han digitalizado este y muchos otros documentos de nuestra historia entre los años 1940 y 1990. Algo para leer acá.
Más de este autor