Sin embargo, también existen desigualdades a otros niveles que seguro ni Piketty, ni Paul Krugman o Robert Reich conceden similar importancia: las que afectan a las mujeres no solamente por ser mujeres, sino por una serie de identidades que se entrecruzan y revelan distintas realidades. De eso trata la perspectiva de interseccionalidad.
Para muchas lectoras y lectores, es de suponer que el concepto de interseccionalidad[1] no es nuevo, pues desde los años sesenta ha sido tema de estudios sociológicos y culturales. Tiene sus orígenes en el feminismo desarrollado por las mujeres afro-estadounidenses en coalición con mujeres de otras minorías étnicas que no experimentaban ni internalizaban la opresión de género de la misma forma que las mujeres blancas de clase media. Para ellas, otras características entraban en juego, entre ellas clase y raza. Más recientemente, ha sido adoptado por agencias de desarrollo que paulatinamente introducen el concepto[2] para que sea considerado en el momento de elaborar políticas públicas que busquen aminorar las desigualdades en el acceso de oportunidades para las mujeres y sus comunidades.
En sí, la perspectiva de interseccionalidad permite entender las múltiples identidades de una persona que, además del género, se superponen e interactúan entre ellas; ya sea etnia, clase, profesión, discapacidad, religión, orientación sexual, nacionalidad, ubicación geográfica, entre otras. Tiene pues, como objetivo, revelar distintas facetas de opresión, marginalización o privilegio que resultan de estas identidades; no para marcar divisionismos, sino para entender diferencias y similitudes, encontrar puntos de encuentro para superar las discriminaciones y establecer condiciones para que todos puedan disfrutar sus derechos humanos y, agregaría yo, ciudadanos.
Pienso por ejemplo, en mi amiga lesbiana que aunque se encuentre en un ambiente gay, es discriminada por ser mujer puesto que el sistema machista todavía permea muchas de las relaciones sociales, provocando relaciones desiguales. Pero se puede también tratar de una mujer indígena profesional quien, con la misma o mayor educación que sus colegas mestizas o ladinas, no sea considerada con el mismo respeto, deferencia o confianza. O del hombre de familia, felizmente casado que se considera feminista, blanco de aislamiento o mofa en un sistema patriarcal. Es –si me permiten– el síndrome Siekavizza: mujeres de clase media o alta, educadas, aparentemente exitosas en su papel asignado, pero que son víctimas silenciosas de abuso doméstico. O pienso en mi caso, que de la noche a la mañana, paso de ser una simple ciudadana profesional común y silvestre, a una persona “de color”; Hispanic or Latino; inmigrante; y no sé que otras hierbas.
Ante tantos escenarios donde se esconden o muestran abiertamente las discriminaciones (o la violencia), ¿cuáles son las normas y las políticas para reforzarlas o disuadirlas? Al elaborar estudios, mediciones, relevo de data serios sobre las condiciones de seguridad, de empleo, de bienestar social, de desarrollo, de alivio de la pobreza, de ingresos, de acceso a la salud, la educación y la vivienda, ¿se consideran todas las facetas, rasgos de identidad y circunstancias que alientan o perpetúan situaciones de desigualdad y opresión? ¿Será que una misma talla es para todos?
El concepto es interesante pues en lugar de ver a los sujetos como entes monolíticos, los analiza y aprecia en todas sus dimensiones. Por eso también mi indignación contra la Marcha por la Vida y la Familia: porque constituye un modelo único excluyente que no corresponde a la realidad del país ni del mundo y que en lugar de prosperidad, está sentenciada a crear desigualdades y divisiones que terminan afectando a las mujeres por insistir en normas que relegan. ¿No me cree? Así lo refrendaba un religioso incongruente quien recordaba ese día que su palabra es la ley. Ojalá hubiera sido una de amor.
[1] Carmen Exposito Molina (2012). ¿Qué es eso de la interseccionalidad? Aproximación al tratamiento de la diversidad desde la perspectiva de género en España. Universidad de Barcelona. Investigaciones Feministas, vol.3 203-222.
[2]Asociación para los Derechos de la Mujer y el Desarrollo. (2004). Derechos de las mujeres y cambio económico. En Género y Derechos, no. 9. http://www.awid.org.
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