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Alguien clava sus uñas en el metal de las porterías (parte 1)

Y luego cómo olvidar las chamuscas en el colegio, a las doce en punto, sobre polvo y piedrín. O sea que uno se caía y quedaba todo ensangrentado.
Me dicen que el llamado “Clásico de Occidente” todavía contiene algo de esa pasión que yo estaba buscando en La Pedrera el otro día, y que no encontré por ningún lado.
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Alguien clava sus uñas en el metal de las porterías (parte 1)

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Para bien o para mal, el fútbol es indiscutiblemente el deporte número uno en el país. Oigamos lo que dicen los detractores, los fanáticos, y algún equilibrado, al respecto. Esta es la primera de una crónica en dos partes.

Parte 1. Un bic clavado en la aorta

I

Envío un correo a la gente de Plaza Pública. En él les propongo un texto sobre fútbol. Y más específicamente: sobre la pasión del guatemalteco por el fútbol. Se me ocurre que es un tema que puede arrear algunos lectores.

La escribiré desde la visión de alguien que no sabe absolutamente nada de balompié –o sea yo mismo– y que va averiguando.

Como no tengo mucho de mi ser invertido en este deporte, eso me da chance de acercarme al tema con relativa inocencia.

Mi sobrenombre para este artículo bien podría ser: el Neófito.

II

Por otro lado, es imposible guardar inocencia con esto del fútbol, puesto que el fútbol ha infiltrado toda nuestra realidad, como un virus altamente efectivo. Y no hay quien no esté en alguna medida contaminado.

Si tu padrastro te regala una bola brillante de fútbol cuando sos un niño, eso te Marca. De manera que empiezan a darse toda suerte de mecanismos afectivos por virtud de los cuales el anhelado afecto paterno queda para siempre ligado a un objeto de cuero de superficie curva cuyos puntos equidistan de otro punto llamado centro. Es decir una pelota.

Cuando yo era bien chavito, mi padrastro me regaló una pelota.

Y luego cómo olvidar las chamuscas en el colegio, a las doce en punto, sobre polvo y piedrín. O sea que uno se caía y quedaba todo ensangrentado. Pero no hay por qué horrorizarse: la sangre se mezclaba con el gozo, un sentimiento ducal de estar flotando sobre la ola más bella de la existencia. Y me parece que yo era volante, en ese entonces.

Fuera del colegio, también jugábamos con los amigos. Tenía un mi cuate con quien jugábamos en la colonia Oakland, hasta que la cabeza de la tarde caía decapitada, pero luego seguíamos, ya entrada la noche. Parecíamos personajes de una película de Julio Hernández.

Con los de la clase hicimos un equipo de fút, extraescolarmente. Y así jugábamos en los campos de la zona 15, en ese tiempo más ferales, contra rivales que ignoro de dónde salían. Era todo muy bello, en verdad. Ya para entonces yo no era volante, sino defensa: yo era el defensa estrella.

Con esa misma mara de la clase nos pusimos a ver un mundial (Italia 90). Como todos le iban a Argentina, dispuse irle a Alemania, por el mero hecho de que los demás querían que perdiera. Siempre he tenido un afecto subterráneo por el rechazado, aún si el rechazado en este caso era un equipo de la talla cósmica de Alemania.

Desde entonces le voy a Alemania siempre en los Mundiales y las Eurocopas. Últimamente hemos perdido oportunidades doradas, pero no me importa, porque siempre he tenido un afecto subterráneo por los perdedores. El problema con Alemania es que cuando pierde es como si ganara. Es un perdedor ganador, no sé si me explico. Y lo malo es que a veces realmente –brillantemente– gana. Una tragedia.

Luego ya dejé el fútbol definitivamente por actividades más vaporosas y seguramente ilegales. Mi relación lírica, épica, y dramática con el alcohol empezó entonces.

Recuerdo que iba a la casa de un compañero de la clase, en la Colonia Bran, cuyos amigos de barrio eran todos unos grandes bolos. Fueron ellos quienes me llevaron a mi primer Clásico, y el único de hecho al cual he asistido hasta la fecha.

Los fanáticos bajaban clandestinamente los gorditos de guaro con pitas por los muros, y era todo una gran orgía etílica, por lo menos donde yo estaba sentado. Uno de los nuestros –que no era exactamente uno de los de Conrad– estaba especialmente borracho, y decidió insultar a los del equipo contrario, y, créanme: eran un resto. Yo veía con creciente nerviosismo cómo el mencionado estiraba la mano, en plan tu madre, mientras decía, más bien gritaba, váyanse a la verga hijos de la gran puta. Llovían botellas, es posible que con meados. Comenzaron los morongazos. Yo no sé de dónde los sacaban, pero hasta palos llevaban. Alegrísima fiesta de sangre.

Alegre, pero me terminé alejando poco a poco del fútbol. Además de las actividades vaporosas y seguramente ilegales, me empezaba a interesar la literatura, y me las empecé a llevar de intelectual. Y lo menciono, porque me fui convirtiendo en uno de esos intelectuales intolerables que creen que están por encima del vulgo, uno de esos intelectuales de esos que desestiman a priori y de modo absoluto el fútbol, por burdo, por imbécil, por metanfetamina de los pueblos.

Curioso: fue la misma literatura, y los mismos intelectuales, lo que me trajeron de vuelta a ese ritual colectivo que es el fútbol. Me refiero a Galeano, a Villoro, gente así.

Hoy en día, se puede decir que ya abandoné todo esnobismo intelectual que me distanciaba del fútbol. Y me gozo un Mundial como cualquiera. Dicho esto, también puedo decir lo siguiente: que sigo siendo muy crítico del fútbol, y que no hay un sector de mi identidad, de mi sistema de creencias, de mi aparato psicofísico que esté secuestrado por el fut, cosa que no pueden decir muchos connacionales, a estas alturas del partido. Y sigo pensando que toda esa energía y recursos invertidos en el balompié podrían ser orientados hacia la construcción y refinamiento de las sociedades. Pero resulta que la sociedades no quieren ser construidas ni refinadas: quieren fútbol.

Hace algunas semanas, estaba viendo un partido de la última Eurocopa en una peluquería: les juro que los que estaban allí conmigo daban miedo. Estaban como poseídos. Del plexo solar del guatemalteco promedio salen infinidad de filamentos energéticos que se conectan con el televisor cuando está jugando el equipo favorecido. Con mis habilidades yóguicas especiales, puedo percibir todo eso fácilmente. Y asusta.

En fin, creo que ya es hora de ir a ver otro Clásico, si quiero que este artículo me salga medio interesante.

III

Neófito ya está saliendo de su casa, ya está subiéndose a su vehículo, ya está circulando en La Reforma, en donde se cruza con un picop con varios fanáticos de Comunicaciones, que se dirigen ellos también al Clásico 269, recién empezando el Torneo Apertura 2012. Aquello es un vehículo entusiasmado: litros de cerveza engullidos a boca de jarro, banderas ondeando, rostros pintados, voces cantando no sé qué de pasión y sentimiento. Destacan los fanáticos en medio de este tráfico tan, tan monótono.

Neófito se dirige pues a la Pedrera, cruza el Centro, buscando la Martí, hasta llegar al Estadio Cementos Progreso, sin posibilidad de circunvalar el tráfico.

–Hay vuvuzelas, papa.

Neófito es recibido por toda clase de lazarillos–vendedores, vendiendo artículos vinculados al equipo –albo– de Comunicaciones. Algunos hinchas compran chelas y se las rempujan con particular avidez en el parqueo.

Ni modo: no las pueden entrar. A todos basculean. Ni dejan ingresar monedas, ni dejan ingresar lapiceros. Neófito levanta en su cabeza escenas de enucleados o de pobres infelices desangrándose en los graderíos con un bic clavado en la aorta.

De hecho, pretenden secuestrarle a Neófito el lapicero que lleva consigo, con lo cual Neófito saca (para eso sirve) su flamante carné de prensa del periódico Plaza Pública, y protesta formalmente, argumentando que si no le permiten ingresar el lapicero no podrá escribir una Importantísima Pieza Periodística Sobre Fútbol. Le parece a Neófito que el tono dramático es justificado. Y en efecto, lo dejan pasar.

Neófito paga su entrada en la General, que es en donde se supone está la acción, y procede a buscar asiento. Los jugadores están en plena calistenia. Los Rojos, además de calentar, están siendo insultados jubilosamente, inclusive por ancianos y niños: ¡Sos una mierda! ¡Mula cerote! ¡Vendido hijo de la gran puta! ¡Basura! ¡Te va a caer verga! Alguno grita –no deja de ser inquietante–: ¡Asesino! Hay combinaciones homofóbico–racistas, tales como: ¡Negro hueco! Estas expresiones se van repitiendo a lo largo del partido, non stop.

A lo lejos hay un enorme muñeco inflado, que se parece a Casper, y se infiere que es la mascota de Comunicaciones.

–Buenas noches, familia crema –dice Dios, o en su defecto, un altoparlante.

Dios/Altoparlante agrega en ese momento que por cada gol de Comunicaciones, Bantrab donará un equipo de cómputo a una escuela.

Qué chiquitos se miran los jugadores: menudos, se comparan poco en corpulencia al Balotelli aquél que se quitó la camisa cuando le zampó el segundo gol que hundió a Alemania, en la última Eurocopa. 

No hay tanta gente como Neófito esperaba. Los Clásicos ya no son lo que fueron en otra época. El estadio le corresponde a la afición crema: apenas hay una esquina con decenas de rojos, al fondo.

Dios/Altoparlante da la alineación de los jugadores, al sonido de Alan Parsons.

Más adelante adviene el Himno. Neófito no se molesta en pararse. Neófito no cree en los himnos. Neófito no cree en las patrias. Neófito considera que al estadio de la Pedrera le hace falta mejor tecnología, bocinas no charleantes, pantallas más chileras. Y que los partidos deberían de tener más producción, más histrionismo, más espectáculo, marketing experiencial, todo eso.

La barra crema comienza su show: juegos pirotécnicos, la batucada futbol ante, paraguas albinegros, mantas engasadas (ULTRA SUR, etc.). Aquí podría ser un buen momento para citar a Canetti, o a Débord. Pero no tiene caso. Se elevan los cánticos devotos y shamánicos, por virtud de los cuales los fanáticos y fanáticas ingresan en estados de consciencia místicos, mientras brincan y brincan. ¡VAMOS CREMAS! HOY TE HE VENIDO A VER… A VER… A VER… Un repertorio prolongado de rolas. Muchas son puros fusiles –en forma o espíritu, solapada o abiertamente– de lo que se hace en otros lados de la América Latina. Parece que si uno no salta, uno es un rojo maricón. O sea que uno es Federico García Lorca.

La barra tiene su propia porción del graderío, en donde solo admiten a miembros de la misma, y a nadie más: desconfían de los infiltrados, que pueden hacer cualquier cagada, y luego les echan a ellos el muerto. Parece una barra bastante coordinada. Es como uno de esos cardúmenes de peces en el mar, que agarran todos para el mismo lado, sin entidad reguladora a la vista.

El juego empieza. Luego Pezzarossi mete gol. Luego Neófito se aburre. Podría hacer un esfuerzo por tratar de adivinar quién está dominando el partido, pero los bostezos se lo impiden. ¿En dónde está la pasión que vio en un clásico hace veinte años, las pulsiones densas, los ardores, los Hooligans? De vez en cuando, tediosamente, cae un jugador. Neófito piensa que el fútbol profesional en Guatemala tiene siempre eso raquítico, aguado, informal, moroso. ¿Pero qué sabe él, si solo es un Neófito?

Al día siguiente, apenas harán referencia a este juego los periódicos.

IV

Me pongo a ver en la página digital de un diario los resultados del juego Xelajú–Marquense. Me dicen que el llamado “Clásico de Occidente” todavía contiene algo de esa pasión que yo estaba buscando en La Pedrera el otro día, y que no encontré por ningún lado. Es cierto que allí estaba la barra de Comunicaciones, pero una barra siempre es una especie de universo autosuficiente, con sus propias leyes físicas, kármicas. Xela le ganó a San Marcos dos a uno.

Luego procedo a revisar mi facebook. Verán, hace un par de días colgué un mensaje en mi página, el siguiente:

Dioses, diosas del facebook: me encuentro escribiendo un texto para el periódico digital Plaza Pública sobre fut, nada menos. Quiero preguntarles a ustedes: ¿cómo describirían la relación del guatemalteco con el fútbol? La idea es generar un thread robusto, una larga escultura de comentarios, luego enlazarlo todo al artículo. PS: criterios charamileros y bestias serán decapitados sin mayor piedad.

Y hasta el momento en que escribo esto ya se han acumulado, a ritmo regular o sincopado, unos noventa comentarios. Allí uno encuentra de todo. Desde cosas pésimamente escritas hasta frases muy lindas (“Adentro de una monja blanca, está la monja hincada orándole a la pelotita de fut” –Yasmín Hage, artista–, “El fútbol es dolor” –Noé Lima, poeta guanaco–, “Para mí, el fútbol es un espectáculo de amor entre hombres” –Wendy García, periodista–). Desde percepciones interesantes hasta puras familiaridades y lugares comunes.

Creo que el peor enemigo en esta clase de ejercicios críticos es el lugar común. Muchas veces vivimos en posiciones congeladas, no nos atrevemos a repensar fenómenos como el fútbol, matizarlos, ni generar tejidos fértiles de interpretación en torno a éstos, que honren su complejidad.

Está claro que la pregunta era bastante vaga (Anabella Acevedo puso: “Creo que no podemos hablar "del guatemalteco" y de un sólo tipo de relación.”) Y sin embargo, la vaguedad era parte deliberada del ejercicio.

Y está claro que muchos de mis amigos en facebook son personas con determinada personalidad –tirando a crítica– así que los comentarios tomaron un giro específico. Como me dijo Juan Carlos Llorca: “La gente que puede comentar en tu muro, no son LOS guatemaltecos. Son UNOS guatemaltecos, algunos, quizá. Y lo que ellos aporten de su relación con el futbol será valioso sin duda, pero no será un reflejo de LA relación de los chapines con el futbol.”

Y bueno, naturalmente.

El muro fue golpeado con posiciones muy asqueadas, en donde se hablaba mucho de evasión, disfuncionalidad, codependencia. Aunque sí hubo comentarios muy apreciativos del fútbol –que reconocen un aspecto positivo, humano, y sanamente gregario– y hasta llanamente apologéticos. No hay por qué descartar de tajo esas dimensiones luminosas del fútbol.

Ya me escribía la otra vez Martín Rodríguez, de Plaza Pública: “A mí me parece que el fútbol puede ser un cohesionador social y un creador de identidad nacional incluyente”. Y mencionaba el caso de Brasil, y de cómo el fútbol “fue determinante para la consolidación de la identidad multirracial brasileira”. 

Recomiendo leer el thread entero. Algunos comments son muy apreciables/atinados/humorosos. Contribuyen personalidades del medio artístico/periodístico/intelectual.

Y luego unos subieron enlaces a videos, textos, libros.

He aquí el enlace. Siéntanse libres de agregar sus propios criterios.

V

Luego de recibir muchos comentarios más bien críticos en mi pared de fb respecto a la relación entre el guatemalteco y el fútbol, pensé que sería bueno hacerme de una opinión más… simpatizante. Decidí entrevistar a un adepto hardcore, pero tendría que ser alguien que pudiese articular, alguien con facilidad de palabra. Y rápidamente se me vino a la mente la persona ideal: el escritor local Eddy Alfaro.

Resulta que me lo encontré la otra vez en Santillana, cuando ambos coincidimos allí cobrando un cheque. Alfaro –quien usa el seudónimo literario: Godo de Medeiros– llevaba una bandana en la cabeza y estaba listo para irse al partido de la selección de Guatemala contra Estados Unidos, y en el cual, creo recordar, todo terminó en empate. Hablando con él me di cuenta que era un frik del fútbol, un engasado.

Así que lo llamé, y concerté una entrevista por teléfono con él en Café León. En esa llamada telefónica por cierto me terminó explicando que los Rojos tienen origen ubiquista, y Comunicaciones aliento arevalista.

–Me lo vas a tener que explicar despacio en la entrevista –le digo.

(Luego habría de leer en un texto suyo algo al respecto.)

Acudo a nuestra cita, a la hora dicha y el lugar pactado: el Café León, en la zona 1. Este lugar me llega. Aquí sí que se puede escribir. En un Starbucks –o cualquiera de sus clones– no.

Los ventiladores girando indoloros. Hay fotos colgadas de una arcaica zona 1. Una voluminosa chica, cuyas lonjas son ya rectangulares, está sentada comiendo un pastel. El sonido de las tazas siendo lavadas. Un señor lee el diario.

Me siento en una de las barra de madera, y pido un café, una empanada, y mientras espero a mi entrevistado, me pongo a leer un libro clásico del fútbol: El fútbol a sol y sombra, de Galeano. Alguien puso el enlace al libro en el thread de facebook. Contiene escritos adicionales de Galeano sobre fútbol, que nos van describiendo cómo éste, de mano de la tecnocracia, se va estandarizando, perdiendo su magia, en suma muriendo. Pero esta obra benigna, aparte de delatar las bajezas del fútbol, celebra su vida asimismo.

Está lleno de datos interesantes y concretos, discierne, imbatible, la psicología del fut. Es la obra, sí, de un intelectual de vastísima sapiencia, pero además de un conocedor celular, implicado. Galeano, maestro, procede a desmantelar todos los aspectos del balompié, por medio de viñetas magistrales. Revisita las figuras y los ingredientes imprescindibles del deporte, y su contexto cultural, social e histórico. Allí nos rinde la gloria y el desprecio, la pureza y el business, la poesía y la injusticia del balón. Reseña los mundiales significativos. Una lección de pasado, actualidad y eternidad del fútbol. Inteligencia literaria, análisis, humor, puntería envidiable para el detalle rapaz. Y lealtad a las pulsiones del pueblo.

En el libro, Guatemala solo sale mencionado hasta donde pude ver dos veces, y por razones completamente ajenas al deporte en cuestión: se menciona la caída del gobierno de Árbenz, y luego la masacre de Panzós.

Guatemala no ha clasificado en ningún mundial desde 1930 hasta la fecha. El fútbol nos ha quitado la autoestima que el fútbol promete dar.

El tiempo pasa, mi entrevistado no viene. Si hay algo que me revienta los huevos, es que me dejen plantado para una entrevista.

Por distraerme, subo los ojos a la pantalla de la televisión que está colgada en uno de los muros: se está hablando de la matanza de Denver, Colorado, en donde James Holmes abrió fuego, en plan Columbine, contra aquellos que estaban tranquilamente disfrutando del estreno de la película de Batman.

Tragedias que te sacuden. Recuerdo otra –la recordamos todos, espero– vinculada al fútbol, que ocurrió en el Mateo Flores, el 16 de octubre 1996. Ochenta personas murieron pisoteadas, antes de un juego de la Selección contra Costa Rica; concurrieron muchas circunstancias: una de ellas definitivamente fue la obnubilación y fanatismo que ya no conoce prudencia ni desapego ni razón. El gentío se transformó en un aparato de asfixia y muerte. Yo estaba en un bar, bebiendo whiskey, fumando, fumando, y viendo una tele colgada similarmente a ésta del Café León, y entendía pero no entendía lo que estaba ocurriendo: en la noche, la avalancha, los cuerpos jateados, el desconsuelo cósmico.

Está claro que mi entrevistado me ha dejado plantado. Los escritores no son criaturas confiables. O tal vez lo mató alguien del equipo contrario, cuando venía en camino a la entrevista. 

 

Lee la segunda parte de este texto aquí.

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