Algo vago y existencial

Son tan fuertes los gritos que más o menos se puede seguir la conversación por encima del rítmico pum-pum-pum de sonidos bajos que hace vibrar las ventanas de mi habitación. Hacia las seis y veinte baja el estruendo y para las siete ya ha terminado la fiesta en la casa de abajo. Es hora de levantarse.

Veo que no hay café en casa y por lo que parece un instante muy breve contemplo darme el gusto de ir a desayunar fuera. Sigo evaluando los pros y contras de esa indulgencia mientras preparo la avena que me voy a desayunar. Para cuando alcanzo una conclusión sobre ese dilema, ya he despachado un plato de avena y un panecillo con mermelada.

Concluyo, ahora inmediatamente, que cualquier cosa que haya decidido es irrelevante a la luz de la nueva evidencia sobre el fin de mi desayuno. A veces me pasa eso con otras cosas. Tengo semanas de no encontrar las fuerzas para escribir. He estado ocupado, es cierto. También es verdad que las vacunas que  me pusieron el otro día (nada grave, solo parte de un protocolo profiláctico en una organización a la que pertenezco) me dejaron dos o tres días fuera de combate. Y no es mentira que hasta en los fines de semana me ha tocado qué hacer. Pero a nada de eso puedo atribuir mi ausencia de esta página.

Si vamos a decir la verdad, habrá que comenzar porque tengo semanas sin una buena noticia que contar. Vino mi cumpleaños y se fue. Vino Halloween y se fue. Vendrán Navidad y Año Nuevo y se irán como se han ido otras fechas señaladas. Y, debo confesarlo, está comenzando a afectarme pasar esos días solo. Las demás fechas, no tanto. Uno se arma de una rutina, de una forma de ir acabando los días, de llegar a la noche y lograr que la noche termine para enfrentar un nuevo día que también ha de acabar. Pero los festivos son jodidos. Los festivos y los fines de semana.

Y estoy convencido de que la culpa de todo la tengo yo. No sé si es que me aburre la gente sobremanera o si es que de alguna forma me reconozco una persona aburrida y proyecto ese aburrimiento sobre las personas con las que me relaciono.

Quiza sea que ha llegado el invierno y que las noches son verdaderamente frías desde hace unas cuantas semanas. Quizá es que a veces la tristeza llega y tarda más de un par de días en largarse. No sé.

Por lo pronto, me conformo con contar los días hasta que dentro de menos de dos semanas pueda ver a mi familia de nuevo y disfrutar de unos días en la gélida Indiana.

Y días después a Guatemala. Llegaré en la víspera de los “fuegarones” del día de la quema del diario. Durante años me he resistido a participar, pero este año quién quita y me compro unas llantas y les meto fuego en alguna calle de alguna colonia. A ver si las llamas y el humo negro se llevan la tristeza.