Encontré esta definición en una de mis tantas búsquedas en la red para calificar lo que para mí significa el acuerdo 370-2012, por medio del cual el Estado guatemalteco restringe la competencia de la CIDH (sic) para conocer solamente los casos posteriores a 1987. Ni siquiera mi corto retiro en un paraíso escandinavo me permite hacer abstracción de lo que este frío, calculado y estratégico acuerdo significa –ya no para mí, sino para un montón de vidas.
Justo ayer por la noche miraba absorta las noticias en la televisión noruega y la escena era más bien irrisoria: ahí estaba con mi taza de té y los restos de las galletas navideñas que la abuela de los niños horneó semanas atrás, escuchando las entrevistas a las autoridades que tienen la intención de regular el uso individual de los fuegos artificiales. En Noche Vieja la cantidad de accidentes superó las cifras de años anteriores. A esa noticia, le seguía el reporte del sondeo sobre cómo las y los ciudadanos iban a encarar sus promesas de Año Nuevo para, entre otras cosas, adelgazar y dejar de una vez por todas el bien amado hábito de fumar. Tendría que haberme filmado. O por lo menos pedirle a alguien que me tomara una foto. Ahí estaba yo sentada –decía– con mi taza de té, la mirada perpleja, la sonrisa que denotaba cierta ironía y una pizca de envidia.
Y de la nada, porque he de confesar que la perfección o cuasi-perfección me aburría, se me ocurre entrar a la página web de un periódico guatemalteco y se va todo al traste –me refiero a la escena bucólica. Ya no más: ni té, ni galletas, ni promesas de Año Nuevo de gente que no conozco, ni nieve blanca que cubra el lodo del día anterior. Solo el rostro de Alejandra. Su rostro y una interrogante dibujada en toda su expresión corporal.
A Alejandra la conocí meses atrás, bajo el sol inclemente de la Costa Sur. Afortunadamente, para que pudiéramos conversar –largo y tendido– ella había acomodado una pequeña mesa y un par de sillas bajo un árbol frondoso. Había cubierto la mesa con un mantel floreado y me ofreció generosamente un vaso de rosa de Jamaica, que me bebí como si fuera el último sorbo de refresco que probaría en tierras azucareras. Sudaba a mares, después de haber estado caminando toda la mañana y parte de la tarde. El pelo mojado de Alejandra me dio unas ganas inmensas de ducharme, pero tendría que esperar hasta la noche. Soñaba secretamente con un estanque relleno de agua, hielo y hierbabuena. ¿Eran visiones o deseos del subconsciente?
Conversamos por horas, ella y yo. O eso me pareció: sin el peso infiltrado de la grabadora, sin tiempos y sin guía de preguntas. Solamente conversando. En ese espacio de tiempo, la frase " las víctimas no reciben ninguna reparación" cobra otra dimensión. ¿De qué casos estamos finalmente hablando, cuando hablamos de casos anteriores a 1987? ¿De qué "víctimas"? ¿De cuáles perpetradores? ¿De qué crimen? ¿De qué sanción? ¿De cuál reparación?
Todas esas interrogantes son capitales para entender a qué intereses responde el acuerdo gubernativo. Todas esas interrogantes tienen a su vez una dimensión e importancia jurídicas. Todas y cada una de esas interrogantes encierran una pieza del rompecabezas de nuestra historia inmediata. Y, finalmente, todas esas interrogantes no pueden quedarse sin responder. Pero tampoco pueden limitarse a la respuesta. No se puede. No, argumentan las miles de Alejandras, porque así como no podemos negar lo que pasó, tampoco podemos negar lo que somos con y a pesar de lo que sucedió.
"Tal vez no lo entendás porque no has perdido a algo tan tuyo, como tu compañero", –me dice. Sonrío apenas, levemente: Alejandra adivina. Se desmorona ella, me desmorono yo. Hay instantes –pocos, pero los hay– en que dos vidas se encuentran intensamente por dos, tres, cuatro segundos, a veces por unos minutos o unas horas. Y no hay vuelta atrás. Por supuesto que nada es comparable. ¿Cómo podría serlo? Nada es igual, pero supongo que algo no nos es del todo diferente. Pero el camino que ella ha tenido que recorrer es mucho más tortuoso. Ella lo sabe, como sabe también que la mujer que es hoy no podría haber sido –sin o fuera de esa historia.
¿Qué es impunidad para Alejandra? No lo sé con exactitud. No lo podría decir por ella. Pero si sé que si se borra todo lo que pasó antes de 1987, es como si se arrancara parte de su historia. Pero, insisto, no se trata solamente de un ejercicio de memoria centrado en la figura de las víctimas. Es más que eso: se arranca la raíz de lo que ella ES ahora, la persistencia en sus convicciones, sus hijos, sus nietos, sus derrotas, sus errores, sus anhelos y sus logros.
No pude agradecerle a Alejandra como debía por su rosa de Jamaica. No pude agradecerle su sonrisa cómplice, como tampoco pude agradecerle el abrazo. Aunque lo que más me hubiera gustado agradecerle fueron sus carcajadas. Esas carcajadas mezcladas con pícaras anécdotas que me recordaron que frente a reveses como los que este acuerdo gubernativo representa, hay que insistir como Shakespeare lo hizo desafiando dramáticamente a la Muerte: (It is indeed imperative) "to move wild laughter in the throat of death".*
*(En efecto es imperativo) hacer brotar la risa frenética en la garganta de la muerte.
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