No tendrán seguramente el conocimiento teórico de la construcción, no serán eruditos de la estética, pero han aprendido su oficio a base de experiencia. Para lograr cualquier edificio se necesita tanto de los arquitectos como de los albañiles.
Así, desde siempre los seres humanos también hemos pensado y construido nuestras propias formas de organización. Hay quienes se dedican a observarlas, compararlas, entenderlas, caracterizarlas y también criticarlas, pero hay quienes las construye...
No tendrán seguramente el conocimiento teórico de la construcción, no serán eruditos de la estética, pero han aprendido su oficio a base de experiencia. Para lograr cualquier edificio se necesita tanto de los arquitectos como de los albañiles.
Así, desde siempre los seres humanos también hemos pensado y construido nuestras propias formas de organización. Hay quienes se dedican a observarlas, compararlas, entenderlas, caracterizarlas y también criticarlas, pero hay quienes las construyen. Los albañiles políticos son necesarios en toda sociedad que sigue pensando que nos necesitamos unos a otros para vivir mejor, y por ello hombres y mujeres se vuelcan a pensarnos en nuevas formas de comunidades, en relaciones de poder en las cuales el conflicto nos haga cuestionarnos nuestros principios y nos interpele a ser coherentes. Abrir zanjas es profundizar en las líneas planificadas y encontrar que aquello que se trazó tan rápido en una hoja de papel —a costa de una dedicación y del estudio de años previos del arquitecto— puede ser muy diferente en el terreno. Cimentar no es tarea fácil. No deja de ser riesgoso construir, en el aire, pisos y pisos hacia arriba.
En Guatemala, la organización es la fobia de las élites económicas y políticas, de un poder conservador que siempre intentará debilitar el poder de las organizaciones. Los albañiles políticos tienen mucho en su contra: la historia de violencia, el Estado represor e intolerante, las mañas para amedrentar, la difamación y los ataques (¡tan diferentes de la crítica!). Aun así deben construir. Eso nos permitieron las plazas en el 2015: recuperar la organización perdida en la ciudad, el brote de una acción colectiva diferente. Es el tiempo de los albañiles políticos. Es el tiempo —porque lo ha sido todos estos meses— de aprender a organizarnos aunque no sea de una manera mediática ni masiva. Se ha encarado a la historia golpeada (de la que tenemos que saber todavía más), que nos dejó sin referentes y sin liderazgos políticos, sin íconos a quienes admirar y de quienes aprender a hacer y ser una organización democrática y honesta. Sin embargo, algunos también reconocemos que hemos aprendido de otros muchos de los que vienen resistiendo, que continúan siendo voces incómodas al sistema desde hace ya décadas y que nos han dado piochas y palas para construir, muchos de ellos arquitectos que han reconocido que la teoría y la praxis van de la mano y que parte del valor de cada una está en la posibilidad de que contribuya al desarrollo de la otra.
Para convertirnos en organizaciones que representen, que sean voz colectiva, que construyan poder desde nosotros, los ciudadanos no conformes con las condiciones de vida de este país, debemos pensarnos cuidadosamente. La pregunta es cómo le hacemos frente al poder por nosotros mismos, sin dejar en manos de los políticos de siempre las decisiones de nuestras demandas. Son más los albañiles necesarios, y cada vez los arquitectos deben estar cerca de estos albañiles y conocer su experiencia. No podemos dejar de escucharnos unos a otros. Estamos en el mismo suelo, construyendo lo mismo. Hacer preguntas tal vez incómodas es necesario para saber argumentar el porqué de nuestro trazo y nuestra zanja.
Posiblemente, y en la mayoría de los casos, todos recordarán a los grandes arquitectos. Muchos de los nombres de los albañiles se esfumarán una vez terminada la obra. Creo que, si logramos que nadie olvide la obra, habremos hecho algo importante.
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