No se debiera, pero en primer lugar hay que deshacer un equívoco muy extendido: la interpelación que hizo Gabriela debe responderse a partir de su legitimidad, y no a través de una supuesta pertenencia. Me explico.
Al compartir y comentar el artículo recientemente, una objeción inmediata fue que la pregunta es formulada por alguien externo a la USAC, con lo que supuestamente se le restaría validez al cuestionamiento. Es una trillada excusa que se da muy frecuentemente cuando, por ejemplo, se critica la Huelga de Dolores.
Y no: se debe reconocer la pertinencia y racionalidad del cuestionamiento referido. La crítica es válida si proviene de dentro o de fuera. Lo importante es atender su lógica.
Más que intentar descalificar la exterioridad de la interpelación, debe agradecerse una mirada de afuera que invita a pensarse y reflexionarse (lo que Mijaíl Bajtín llamaría «exotopía»)[1]. Para el conocimiento y la reflexión, el diálogo es absolutamente necesario.
En segundo lugar, es necesario decir que toda tentativa de respuesta ejerce cierta violencia a la variedad de sancarlistas que existen hoy en día, que oscilan entre vandálicos encapuchados y estudiantes que realizan sus prácticas con esfuerzo y dificultad (pienso en los practicantes de Medicina y de Psicología, por ejemplo) y contribuyen a sostener una precaria estructura pública, desde docentes dedicados y comprometidos hasta otros chambones, así como profesionales transas, entre los cuales se encuentran algunos representantes que han pasado por otras instituciones del Estado.
Dicho esto, es posible especular que la identidad más profunda de los sancarlistas de hoy en día está marcada por la negatividad de un doble olvido.
El primer olvido tiene que ver con la irreflexión y la pérdida del sentido de que estudiar y enseñar en la San Carlos es posible gracias a los impuestos que paga el pueblo. Ya la sola mención de esta expresión puede hacerle arquear la ceja a más de alguien (desde diversos lados del espectro ideológico).
No obstante, hay que señalar que la necesidad de estudiar y buscar un mecanismo de ascenso social, de prepararse profesionalmente o de enseñar en sus aulas para ganarse la vida puede hacer que este hecho, absolutamente central, se pierda de vista en el día a día del sancarlista y no se traduzca en una mayor conciencia y en una práctica correspondiente.
Con todo el trabajo de extensión (práctica supervisada y EPS) que realizan los sancarlistas en todas las unidades académicas da la impresión de que el saber efectivo de que se estudia y se enseña gracias a los impuestos que el pueblo paga se diluye. Así, pasa inadvertida la responsabilidad, que exige una respuesta mucho más extensa y fuerte.
El segundo olvido tiene que ver con la ruptura de una herencia de luchas y con el correlativo castigo. En efecto, la represión brutal del Ejército, de la Policía y de otros agentes del Estado durante la guerra no solo se llevó a muchos docentes, administrativos y estudiantes, sino también dejó un corte en la lucha que se ha traducido, junto con otros factores, en apatía, desorganización y miedo (que aún persisten en ciertos reflejos). La pérdida de la AEU, los resabios de cierto dogmatismo de izquierda (la equívoca idea de que los trapos sucios se lavan en casa) y la posterior injerencia estatal, entre muchas otras razones, han provocado un corte que todavía no se ha terminado de reparar.
A sabiendas de que es un tema sensible y sujeto a innumerables críticas, ojalá que la interpelación hecha hace ya un año sea la oportunidad de reflexionar sobre la identidad de los sancarlistas y quizá, por extensión, de los universitarios en un país como Guatemala. Sobre todo después de las protestas del 2015.
Y celebrar el quinto aniversario de Plaza Pública es celebrar también la apertura y la posibilidad de iniciar (ojalá) diálogos como al que se invita cuando se pregunta: ¿quién eres, sancarlista?
[1] En otra perspectiva tiene que ver con el debate sobre la distinción emic y etic.
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