Aunque hay un poco de frío, la luz del sol y el calor suave que emana es un buen augurio para las nueve de la mañana. Estoy agradecida por un día más en medio de la pandemia. Agradezco también porque pasé —este año sí— las fiestas del pasado diciembre en compañía de mi familia y una vez transcurridos los catorce días de espera, aún cuando para unas variantes de la cepa sea menor, ninguno ha resultado enfermo.
La vida, como el tiempo, es siempre un nuevo comienzo. Experiencias, personas, lugares, sentimientos se quedan atrás y otros vientos vienen a procurarnos diferentes y novedosos inicios.
Así parece que es en todas partes y Plaza Pública no es la excepción, pienso.
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Agradezco por haber conocido, aunque poco, al escritor Julio Calvo. De él recuerdo los breves mensajes que cada quince días intercambiábamos cuando enviaba mi columna.
«Un abrazo de vuelta», es una frase suya de la que me apropié, porque me pareció en su momento, y ahora, una forma cariñosa y expresiva de decir «también me importas».
En los años que compartimos siempre fue amable y solidario. «Julio, por favor», le decía en ocasiones, «ve si puedes ayudarme a componer este texto, que no me quedó bien», le pedía. Él me respondía: «Voy a ver qué puedo hacer». Y me lo arreglaba sin complicaciones. Eso se agradece.
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Dos o tres veces, en los años que compartimos este espacio, le escribí por WhatsApp, toda apresurada para que me hiciera el favor de arreglar algún dato errado antes que mi texto fuera publicado. Siempre atento salvó la situación. Desde este lugar hasta donde esté su energía en el Universo se lo agradezco.
Con Enrique Naveda, por otro lado, me sucedió algo similar. Pocas veces nos vimos y quizás hablamos menos. Sin embargo, bajo su dirección en Plaza Pública encontré lo que sin duda es ideal para una columnista: apoyo incondicional, respeto por mi trabajo, valoración hacia mi persona.
Sin duda, este medio ganó mucho con su presencia, con su visión, con su entrega. Para él va mi agradecimiento y mis mejores deseos porque su nuevo camino esté lleno de éxito y de lo que le genere mayor felicidad.
Sigo con mi día. Después de hablar una hora con la nutricionista me indica, con su sabiduría, cuáles son los nutrientes que le convienen a mi cuerpo y mi cerebro. Preparo un té de jengibre y cúrcuma para aumentar las defensas. Luego, leo un «Un curso de milagros» y combino esa la lectura con «Historia del pensamiento filosófico y científico», en la variedad está el gusto, me digo.
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Salgo a caminar cerca de casa. Fotografío flores, árboles y arbustos con una app que es una maravilla para conocer el nombre de las plantas, sus propiedades, su historia, cómo cultivarlas.
Después, veo los chats individuales y grupales en el teléfono. Sé que pronto y en línea, los maestros contarán de su experiencia reciente en la amazonía ecuatoriana en donde, según sus propias palabras, les tocó «desaprender y aprender». Más tarde vendrá una amiga y tendremos una terapia. Por la noche, después del trabajo en línea asisto a un curso de abundancia, también en línea.
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Vinieron recientemente unos libros ya publicados hace años, pero que son novedosos para mí. Toca verlos, palparlos, abrirlos, sentir su olor a tinta recién estrenada e imaginarme entre sus páginas para ver qué nuevas maravillas de aprendizaje me aguardan.
Siento que no todo está perdido. Ante la desesperanza colectiva e individual del presente y el futuro, ante la imposibilidad de arreglar las cosas afuera, salva y reconforta por dentro la cotidianidad de las cosas sencillas de la vida.
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