El individualismo, la ruptura de la unidad familiar, la tentación del dinero fácil, el tráfico de drogas y trata de personas, la corrupción rampante y las actividades muy particulares del crimen organizado han rebasado las fronteras de lo urbano para cebarse en la otrora inocencia de los ambientes rurales.
A falta de protección del Estado, los colectivos sociales han debido organizarse a como puedan para enfrentar esas dificultades. Ciertas iglesias han ofrecido un nicho para congregarse no sólo en el entorno piadoso o doctrinal sino en un contexto de praxis para la autodefensa y la protección familiar.
Hasta dos décadas atrás, la actividad pastoral de los laicos no pasaba de la conformación de comités de apoyo a hospitales, orfanatos, comedores infantiles y otras acciones inmersas en lo puramente caritativo: Donar tiempo o dinero para paliar las crisis humanitarias locales. Hoy, en muchas parroquias se encuentran conformadas incluso, escuelas para padres de familia donde se comparten conocimientos que permiten a las personas mejor participar en la formación de sus hijos.
Pero el mal, sosegado en su despropósito, ha encontrado la manera de romper ese blindaje que se está gestando desde esas comunidades eclesiales. Lo hace a través de tentaciones a sus dirigentes, entre otras: convertirlos en agentes mediáticos para fines personales, de instituciones espurias o de partidos políticos. En casos extremos, hay infiltración de ese tipo de agentes que compiten por el liderazgo con los verdaderos agentes de pastoral.
Recientemente se ha percibido en dichos círculos líderes que caminan en doble vía. En una, repiten como loros temas de compromiso social, de los servicios en y a la Iglesia, peroratas insulsas contra el pecado y hablan al mismo tiempo del amor al prójimo; en la otra, esgrimen una verborrea intelectual que provoca en las personas más sencillas temor a expresarse so pena de quedar como tontos frente a la comunidad. Provocan así un desconcierto que genera desconfianza y concluye con el alejamiento de la gente de esos círculos sociales y religiosos.
Se logra así el gazapo: La fractura de cualquier colectivo que provea unidad, protección y/o progreso.
Los síntomas y signos de las personas que han sido cooptadas o infiltradas son muy evidentes. En principio, utilizan como recurso la descalificación a sotto voce del otro o de la otra. También, ocupan por elección a compadre hablado cuanto puesto de dirigencia existe convirtiendo los espacios de servicio en torres de mando y, una vez instalados, se hacen indispensables incluso para algunos ingenuos ministros religiosos a quienes en poco tiempo también desautorizan, por supuesto, a espaldas de ellos. La confusión cunde entonces y alcanza el mensaje de la Iglesia. Total, para eso llegaron o fueron ganados.
Cuando se hace un análisis de su pasado, en su mayoría son personas que nunca aceptaron los cambios postconciliares de la Iglesia o, durante el conflicto armado interno, jugaron el triste papel de orejas de lujo en ciertos sectores sociales o profesionales. Y ahora, cual impolutos flagelantes esgrimen una línea de pensamiento que confunde, porque su estilo de vida no es coherente con lo que predican. Si son sólo cooptados buscan la gloria humana, cuotas de poder y el extravío de los propósitos de los grupos. Si son infiltrados procuran su disolución.
Y ha de considerarse en estos conglomerados aquéllos que, acercándose la próxima campaña política, aparecen en los templos persignándose hasta con la mano izquierda.
Así las cosas, la razón de este artículo es una: Denunciar cómo, desde oscuros estamentos, la nueva inteligencia al servicio de espurios intereses invade los espacios donde la población puede encontrar norte, unidad, autoprotección y esperanza. Su objetivo, confundir y destruir.
No imploremos entonces que Dios nos guarde y nos libre como acostumbramos ante cualquier situación de riesgo, en este caso, también es preciso pedir el suficiente discernimiento para distinguir el trigo de la cizaña.
Más de este autor