Mens sana in corpore sano reza una expresión en latín que se ajusta como anillo al dedo a propósito de la denominada «10K de la ciudad de Guatemala». Y es que las estampas nocturnas del evento deportivo que volvió después de dos años de ausencia, mostraron a miles que, obviamente, recorrieron los metros iniciales codo a codo hasta que poco a poco los y las más rápidos fueron marcando alejamientos.
Una de las imágenes que llamó la atención fue el amontonamiento que cual caja de sardinas ubicaba a decenas de atletas en un espacio reducido sobre la Séptima avenida, en el Centro Cívico. Pero bien, la frase atribuida al poeta romano Décimo Junio Juvenal se traduce: «Mente sana en cuerpo sano», y rara vez se incluye completa, pues comienza con: «Debemos orar por una…»
La oración resulta oportuna porque se supone que la emergencia no ha concluido, aunque las autoridades hayan modificado el protocolo sanitario. En esa línea, se mantiene la disposición de un distanciamiento de 1.5 metros. También es importante mencionar que, a criterio del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, la desescalada se determina por el descenso en casos nuevos de la enfermedad, en el de los casos sospechosos, en la proporción de pruebas de SARS-CoV-2 positivas y en el de la ocupación de camas.
Vale señalar que al margen de los colores definidos en el tablero que rige los niveles de riesgo, el distanciamiento es irreal en actividades como la descrita, igual que el uso de alcohol y la medición de la temperatura en mercados y centros comerciales, en los que estos artículos se han dejado a discreción del cliente. Lo mismo se registra en concentraciones religiosas, espectáculos musicales, fiestas y reuniones de diversa índole y tono.
Muy lejos han quedado los tiempos de los baños desinfectantes, miradas atentas, seguimiento continuo, movimientos con desconfianza y otras acciones en las que prevalecía la prevención y la precaución. Esas rutinas coyunturales dominaron mientras la gente sobrevivía en medio del pánico a una amenaza desconocida, momentos de incertidumbre que, incluso, persistieron cuando se llegó a saber todo lo disponible sobre el contagio.
Sin embargo, conforme se alejó el marzo de 2020 y transcurrió, entre olas, el acomodamiento creado en 2021, lo que lleva de caminar 2022 ha generado que las aguas vuelvan a su cauce, por lo menos en cuanto a las actividades cotidianas. Así lo evidencian los datos sanitarios, nada envidiables. Por ejemplo, nos encontramos con apenas un 35 % de vacunación y 7.7 millones de dosis vencidas equivalentes a Q466 millones en pérdidas, es decir, la mayoría de personas no tienen protección, pero, por no usarse, se ha arruinado el recurso idóneo, algo típico en este país de paradojas.
Huelga apuntar que Guatemala está en los últimos lugares de inmunización en el continente. La novedad es que no comparte el descrédito solo con Haití; ahora entre el nuestro y ese país figuran Santa Lucía, 29.06 %; San Vicente y las Granadinas, 27.35 % y Jamaica, 1.1 %. En contraposición, Chile, 93.28 % y Cuba, 87.95 % ofrecen la mayor cobertura. El vecino Costa Rica es quinto con 81.84 %.
Con base en lo observado, queda en claro que el retorno a la nueva normalidad se ha ido configurando de manera muy parecida a la vieja, en otras palabras, la adaptación ha dejado de ser traumática. Falta esperar que quienes vieron disminuidos sus ingresos, por salario recortado o por limitada demanda, alcancen un punto de equilibrio o, mejor, que vuelvan a como estaban. Y como toda amenaza es una oportunidad, para quienes la pandemia significó un buen negocio por el auge de sus servicios, incluso al restringir puestos de trabajo, que la estabilidad las y los lleve a ocupar de nuevo las plazas laborales desechadas. Y quienes se conforman con tener todo al alcance de un clic, ojalá no olviden las necesarias responsabilidades presenciales productivas.
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