Japón es un país que sabe de tragedias tanto naturales como no naturales. A partir de la Segunda Guerra Mundial con las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki más el bombardeo de Tokio que causó más de cien mil muertes, las islas que componen Japón han sufrido una veintena de terremotos, pero ninguno tan grave como el del pasado 11 de marzo con epicentro cerca de las costas de Sendai. Es la situación más crítica para el Japón precisamente desde la guerra. Aparte de los daños generales causados por el terremoto y el tsunami, la planta nuclear de Fukushima se encuentra seriamente dañada y las explosiones de algunos de sus reactores podrían generar una fuga radioactiva de graves consecuencias.
En estos momentos se encuentran más de cien mil efectivos militares realizando tareas de rescate y evacuación. A ellos se suma otro ejército más pequeño en número trabajando para prevenir un desastre nuclear. La cifra de muertes va escalando y se espera que llegue a las decenas de miles. Por otro lado, una cifra imposible de calcular es el número de personas que sobrevivieron gracias a una serie de medidas preventivas en casos como este.
Desde hace varias décadas la cultura de prevención en el Japón ha tenido un impacto desde la construcción de casas y edificios hasta la forma en que los individuos reaccionan ante situaciones críticas. Estos no han sido procesos que han venido de arriba para abajo, sino más bien han nacido de las preocupaciones de la sociedad civil que han colaborado para desarrollar una serie de mecanismos diseñados para salvar vidas. Los japoneses están acostumbrados a los desastres, pero no han sido indiferentes a los mismos, han trabajado para enfrentar los mismos.
No podemos comparar a Guatemala con Japón pero podemos tomar nota de su experiencia con respecto a los desastres naturales. Nuestra ubicación geográfica es una ventaja geoestratégica, pero también una amenaza frente a los fenómenos naturales como los terremotos y los huracanes. La mayor parte de la población, en particular los estratos más pobres de la sociedad, se encuentra en los niveles más altos de vulnerabilidad ante los fenómenos climáticos. Muchas áreas del país aún no se han logrado recuperar completamente de los desastres causados por el huracán Stan en el 2005, un huracán de categoría 1 (la más baja). Las lluvias ocasionadas por la depresión tropical Agatha que se sumaron a la lluvia de arena del volcán Pacaya afectaron a más de 160 000 personas. Con cada invierno cientos de miles de guatemaltecos se encuentran ante el riesgo eminente de perder sus cosechas, sus casas e incluso sus vidas.
La situación se repite cada año y sufrimos las mismas consecuencias, pero no hacemos nada al respecto. No es una cuestión exclusiva del Gobierno, es algo que nos afecta a todos y en lo que debemos trabajar en conjunto. No podemos ser indiferentes ante los desastres naturales que suceden en otras partes del mundo, deberíamos de preocuparnos y aprender de lo que sucede. Los medios se enfocarán en el desastre: la pérdida material y sus víctimas, pero poco se habla de los años de preparación y trabajo realizado para prevenir que el desastre haya sido mayor. ¿Podemos nosotros hacer lo mismo? ¿Podemos trabajar en conjunto para desarrollar mecanismos de prevención ante los desastres naturales? No debemos esperar a que otro haga esto por nosotros, debemos dejar la indiferencia a un lado y actuar ya y no esperar el siguiente desastre natural para hacerlo.
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