Siendo libre-pensador en la carne y en el espíritu, una de las temáticas de reflexión constante es el punto relacionado con el fenómeno del Absolutismo: Tanto histórico cómo coyuntural.
El novedoso y poco desarrollado campo de la etnografía del crimen organizado requiere que, aquel que lo utiliza pueda proveerse de herramientas y métodos que le permitan clasificar ( no el problema de la seguridad) sino el fenómeno de sociedades cerradas que producen conductas criminales utilizando las herramientas propias de la ciencia social. De tal suerte, el análisis al respecto del crimen organizado (en la tipología elevada de mafia cómo apuntaría Bruccet) requiere intentar clasificar y desarrollar una taxonomía que permita colocar el moderno fenómeno del crimen organizado transnacional en marcos conceptuales de comportamiento paralelos a fenómenos humanos alternos.
De tal suerte, es posible aplicar la característica del comportamiento tribal. Tylor reconoce que, un conjunto de salvajes es cómo cualquier otro. Partamos de esta definición cómo nuestro dogma. En el ejemplo de Tylor el caso explicativo se muestra en relación a los objetos punzocortantes, los cuales llegan a tener dos básicas utilizaciones en casi todos los grupos: 1) rituales sagrados y 2), artefactos para la guerra o expresión de la violencia. Rasgar la carne con el filo de la piedra o del cuchillo es un acto universal para la mayoría de los grupos de carácter tribal, en donde el acto instintivo de ejercer violencia para defender, controlar y ahuyentar al extraño es la norma.
Los actos sobresalientes de la llamada vida tribal son entonces, precisamente los que aseguran la supervivencia del grupo y la ejecución correcta de comportamientos específicos. El instinto tribal – en esta nomenclatura- ha tenido expresiones interesantes. No necesariamente hay que pensar en las pugnas tribales africanas contemporáneas (aunque son útiles) pero, remontados en la historia, probablemente el mejor ejemplo de esto sean las prohibiciones de carácter dietético y limitaciones rituales de los antiguos hebreos: Prohibir el consumo de la sangre y del cerdo limitaba, en efecto, el acto de partir el pan y por ende reforzaba el comportamiento gregario. Prohibir la expresión conjunta del rito entre hombres y mujeres, y hombres judíos con hombres no judíos fomenta además, el sentimiento de dominación masculina y el territorialismo.
Pareciera ser entonces, que tipologías violentas, expresadas por el masculino , territoriales, deseosas de alcanzar control sobre territorio, riquezas y otras personas no son nada nuevo y tampoco debería de sorprendernos que las mismas se repliquen contemporáneamente. Es aquí donde el etnógrafo del crimen organizado puede afirmar con facilidad que la tipología de los Carteles es también un caso de estudio tribal y antropológico. Con lo cual, solventar las diputas entre los diferentes grupos del narco mexicano sería una labor tan compleja cómo solventar los problemas entre tutsis y hutus.
Sin embargo, que sucede si además de esta primitiva tipología de comportamiento, el crimen organizado (en su versión mafia) ¿También expresa formas e intenciones de absolutismo en la forma característica del siglo XVIII europeo? El narcotráfico es también una forma de absolutismo. Por algún tiempo ya prolongado, varios observadores del fenómeno hemos dicho (casi todos con formación previa en ciencias sociales, ciencia política y antropología cultural) que no es narco lo que no tenemos frente a nosotros, sino es un proto-gobierno. Ya tiene esas características. Da protección, cobra impuestos, provee seguridad, vota por candidatos políticos y los veta (vía el homicidio). Si se agrega a estas características el deseo por expander estos comportamientos a varias territorialidades contiguas, la dinámica expansionista es más que obvia. Pareciera que la fuerte presencia Zeta en México, Guatemala, Salvador y Honduras confirma lo que estoy diciendo.
Lograr entonces, la pacificación del problema de la violencia relacionada al narco-terrorismo, desde una óptica de la etnografía del crimen organizado nos obliga a considerar los instrumentos propios de la ciencia política ( en lugar de las limitadas formas interpretativas de las cuasi-ciencias militares). Es necesario sostener una evolución del fenómeno (por ahora tribal) de estos grupos hasta que puedan transformarse en organizaciones políticas con reclamos ideológicos.
Una de las clásicas metodologías insurgentes es establecer gobiernos paralelos al gobierno actual, y con el uso de la fuerza, premios y castigos para eliminar de tajo los funcionarios del gobierno de jure y así reemplazarlos con el nuevo gobierno de facto. Uno de las síntomas es el uso de¨ buenas y útiles obras¨ para la población en un área de operaciones por el adversario a manera de crear una "acción cívica" que logre la unión entre población y el grupo que intenta apoderarse del territorio. Esta es por cierto, la guerra de corazones que disputan en Afganistán el ejército de EEUU y el Talibán.
Pero el objetivo por ahora, de los carteles no es político como si lo es el insurgente. Una de las debilidades de un movimiento insurgente es ser militar y no tener programa claramente político. Es una vulnerabilidad para generar apoyo durante la lucha y es una gran vulnerabilidad en caso de triunfar en el terreno puesto que, aposteriori de la victoria militar, ¿Cuál es el paso siguiente? ¿Si los Zetas se apoderan de todo el triángulo norte, ¿Qué pasa ahora? En contraste, el narco no está prometiendo un sueño de un futuro mejor con un sistema político diferente o alterno como si lo hacen las experiencias insurgentes que logran preservarse en el tiempo. Tal y cómo el narcotráfico funciona actualmente, está limitado a sobrevivir en una agenda de ofrecer trabajo y la mera super-vivencia . Y esto no es prolongable en el largo plazo.
Cómo cientista político, me ´parece que una de las pocas formas de arreglar el problema pudiera aparecer solamente si los narcos se convierten en políticos con fines ideológicos muy claros que puedan entrar a una mesa de negociación de intereses. Esto también pudiera implicar que los carteles tendrán que convertirse primero, en guerrillas persiguiendo finalidades políticos -- un proceso de imagen del espejo del FARC, ETA, HAMAS o la OLP. - En el contexto de la historicidad revolucionaria mexicana, mucho antes que pudiera hablarse de un proceso homogéneo llamado REVOLUCION, el terreno se caracterizaba por distintas camarillas, huestes y facciones ¨revolucionarias¨ dedicadas de manera periférica a la lucha ideológica y más al saqueo, pillaje y control poblacional. A decir, entonces, hay algunos ejemplos exitosos de esta evolución que estoy refiriendo. Pero resulta necesario que sean replicados comportamientos estructurales que produzcan los mimos resultados. Ya sea que se piense en las huestes revolucionarias de inicios del siglo xx ó en el intento dominacional de Tenochtitlán sobre el resto de los grupos mesoamericanos, hay en efecto patrones que deben destacarse.
Pero el fenómeno me preocupa pues, ante la carencia de opciones , la salida natural al problema en la región del triángulo norte (que ya, de por sí, sin los cárteles mexicanos era extremadamente violenta) será un pasaporte vigente y la visa. Costa Rica parece mantenerse ajena al problema debido a la efectividad de la policía nicarguense y el control territorial que el régimen de Ortega parece ejercer en el terreno sobre todos los actores. Pero esto puede cambiar. Y si Nicaragua cae en la lógica Zeta, lo hará también Costa Rica y seguramente, Panamá puesto que Puerto Limón será la puerta de entrada al infierno.
Pienso únicamente en voz alta: Estamos más jodidos de lo que pensamos.
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