Recientemente dos amigos me contactaron por una de las redes sociales pidiendo ayuda para resolver una discusión en la que se enfrascaron voluntariamente. La cuestión central: ¿Es verdad que desaparecieron los mayas? La respuesta puede ser a la vez simple y altamente compleja, merecedora de reflexión y entendimiento consciente puesto que aunque a simple vista no lo parezca, tiene injerencia sobre la vida política, social y económica de Guatemala.
En aquella oportunidad cibernética, después de una breve explicación de mi parte sobre lo erróneo de la idea de la “desaparición” y las trayectorias de cambio cultural que ocurren en toda sociedad, una cuarta persona se incluyó en la conversación indicando cómo él “definitivamente no cree esas pajas…”. De acuerdo a este personaje a quien no tengo el mal gusto de conocer “los que ya murieron, en el pasado están” y según interpreto en su comentario, son irrelevantes y nada tienen que ver con el presente.
La cuestión es una que me he visto en la necesidad de responder en múltiples ocasiones y es definitivamente una interrogante que por un lado aprecio y por otro me causa pesar. Por un lado, la aprecio pues ninguna pregunta es vana cuando se encamina al enriquecimiento de nuestro propio conocimiento. La iniciativa es siempre bienvenida, sobre todo tratándose de una pregunta que desde hace mucho precisa consideración por parte de la población guatemalteca. Pero es justamente por esto último que la misma pregunta me causa pesar. El mero cuestionamiento, así como las muestras de incredulidad que desata, son índices claros no solo de las deficiencias de nuestro sistema educativo, sino también de la carencia de identidad nacional y la ideología racista tan fuertemente enraizadas en nuestra sociedad. Con el advenimiento de las redes sociales y la facilidad de opinión pública sin censura moral, encontrar ejemplos que ilustran tales problemáticas sociales es demasiado fácil. Sin embargo, no son problemáticas recientes.
Y usted ¿de verdad cree que los mismos indios de ahora construyeron estas pirámides? Es otra pregunta similar que en más de una ocasión he tenido que responder en mi calidad de arqueóloga.
Pero entonces, ¿Es verdad que desaparecieron los antiguos mayas? La respuesta es sin lugar a dudas NO, los mayas nunca desaparecieron… y para muestra no uno, sino varios millones de botones. Millones de personas primordialmente habitando en Guatemala, México y Belice son hablantes de idiomas mayas y se distinguen culturalmente como tales. Consecuentemente, la respuesta a la segunda pregunta es efectivamente SÍ, fueron los mismos mayas quienes construyeron tan impresionantes obras. Las pirámides y demás monumentos no fueron construidos por extraterrestres, poderes sobrenaturales, o poblaciones extintas, sino por los mismos antepasados que poblaron estas tierras. Pero, ¿los antepasados de quién? Sin lugar a dudas fueron los antepasados de los pueblos mayas que hoy en día constituyen cerca de la mitad de la población guatemalteca; pero también sin lugar a dudas, en mayor o menor medida, también antepasados de la otra mitad de la población.
¿Sin lugar a dudas? Efectivamente, no cabe duda porque sinnúmero de estudios científicos serios así lo demuestran. Y es que el asunto en cuestión poco tiene que ver con la fe: creencias personales no afectan el resultado. La validez del método científico no deja espacio para la incredulidad en cuanto a la continuidad cultural en nuestro territorio entre los tiempos prehispánicos e hispánicos. Es decir, entre el antes y después de la invasión europea.
Por un lado, se cuenta con la evidencia genética imposible de rebatir; mientras que por el otro, se encuentra la evidencia antropológica e histórica, que aunque más susceptible a tergiversaciones, es también consistente e irrebatible si se consideran seriamente las evidencias.
Antropológicamente, la cultura se refiere a las formas distintivas en que colectivos humanos se comportan, la forma en que se expresan y actúan. La expresión incluye todo tipo de símbolos, ya sean estos materiales o inmateriales. Lo material se refiere claramente a objetos tangibles, por ejemplo herramientas, vestido y adornos personales; mientras que lo inmaterial se refiere a todo lo demás, por ejemplo el lenguaje, las creencias y las costumbres. Claramente, la cultura implica una forma particular de entender el mundo. La cultura es siempre dinámica, nunca estática. Dada la capacidad creativa de la humanidad, la adaptación e innovación son partes innatas de todas las sociedades. Tales adaptaciones e innovaciones ocurren dentro de los parámetros culturalmente establecidos, como parte de procesos de cambio que en su mayoría se distinguen más claramente si son observados a largo plazo.
Gracias a la labor de múltiples académicos, sabemos que los antiguos Estados mayas se desarrollaron independientemente en la parte sur del territorio Mesoamericano. Mesoamérica es un área cultural que se extiende desde el norte de México hasta Honduras y El Salvador, incluyendo Guatemala y Belice. A lo largo de los siglos, múltiples sociedades se desarrollaron en esta región, todas de alguna manera culturalmente similares pero distintas entre sí. Es decir, la cultura maya no se desarrolló en un vacío, sino dentro de un panorama social más extenso, dentro del que múltiples sociedades interactuaron e influenciaron mutuamente.
En todo caso, dentro del panorama mesoamericano, la cultura maya es una de las más antiguas y una de las más perdurables también. Las primeras muestras claras de la presencia de sociedades sedentarias se remontan a alrededor de dos milenios antes de la era cristiana (ca. 2000 a.C.). En aquellas épocas, pueblos agrícolas ya poblaban nuestro territorio. No obstante, debido a que el mismo territorio presenta características ecológicas adversas para la conservación de evidencias arqueológicas de tanta antigüedad, nuestro conocimiento de estas sociedades es todavía limitado. Indudablemente, futuras investigaciones y nuevas tecnologías contribuirán un mejor conocimiento de la vida en tiempos aún anteriores a dicha fecha. Por el momento, es posible afirmar que los orígenes de la alta complejidad social que se desarrolló más tarde en la región se encuentran en épocas más antiguas de lo que tan solo hace algunos años se creía.
Dando un amplio salto en la historia, sabemos con total certeza que durante los dos últimos siglos antes de la era cristiana, diversas sociedades mayas vivían en múltiples comunidades distribuidas a lo largo y ancho del territorio que hoy es Guatemala. Centros monumentales eran construidos como sedes del poder de ciertos líderes políticos y religiosos. La escritura ya se había desarrollado y no cabe duda de que grandes avances en las matemáticas y la astronomía habían tenido lugar ya para este entonces. Las artes incluían no solo esculturas en piedra, sino complejas pinturas murales, decoración arquitectónica, elaborados objetos cerámicos y líticos, entre otros materiales que con el paso del tiempo han desaparecido. A pesar de ser sociedades primordialmente agrícolas, redes comerciales de larga distancia estaban ya establecidas para estas fechas tempranas. El desarrollo de estos y otros rasgos de la cultura maya puede rastrearse a lo largo de los siglos subsecuentes.
Dentro de la diversidad ecológica que caracteriza Guatemala, múltiples sociedades mayas se adaptaron a las condiciones propias de su entorno inmediato. Los idiomas, derivados de un ancestro lingüístico común, se diferenciaron entre sí a lo largo de los siglos. Algunas sociedades llegaron a ser más poderosas que otras en determinados tiempos. Nunca existió un estado maya unificado, sino que existieron múltiples estados interrelacionados. La organización política alcanzó elevados niveles de complejidad, tanto a nivel local como regional. Tal como ocurre en la historia de toda sociedad, tanto de manera individual y colectiva, las múltiples sociedades mayas prehispánicas enfrentaron dificultades sociales, políticas, económicas e incluso ideológicas. Tal como ocurre en la actualidad, fenómenos naturales afectaban la vida de los pueblos prehispánicos; condiciones políticas y económicas en territorios vecinos en ocasiones impactaban también el cotidiano de la población, ya sea de buena o mala manera.
La adaptación como respuesta a estímulos externos y la innovación dentro de las mismas sociedades condujeron en algunos casos a la prosperidad y crecimiento, mientras que en otros condujeron a tiempos de calamidad. Las estrategias de adaptación en ciertas oportunidades condujeron a la producción de nuevos sistemas de organización sociopolítica o incluso a la migración masiva y reubicación de las personas en nuevos territorios. Sin embargo, a pesar de tales procesos de cambio, estas poblaciones nunca desaparecieron y sobre todo, nunca perdieron la esencia cultural que los distingue como mayas.
A su llegada al territorio que hoy es Guatemala, los españoles encontraron un territorio altamente poblado dentro de los estándares de la época, organizado en múltiples estados interrelacionados, del mismo modo que había sido a lo largo de siglos de historia. La brutalidad de la invasión, seguida por siglos de colonialismo enfocado en la destrucción de la cultura nativa, claramente ha tenido un fuerte impacto. Los hechos obligaron a las poblaciones nativas a un nuevo capítulo de adaptación e innovación. Sin embargo, a pesar de la pérdida de su autonomía y de la destructiva y continua presión externa, nuevamente es posible aseverar que las poblaciones mayas no perdieron ni han perdido todavía la esencia cultural que los distingue como mayas. De hecho, no solo la cultura maya no ha desaparecido, sino que de cierta forma también perdura en esa amalgama pobre de identidad que representa otra buena parte de la población guatemalteca. Perdura en nuestras tortillas y nuestros deliciosos tamales, en nuestras tradiciones, en aspectos de nuestro lenguaje y en general, en nuestra forma de vida (sin mencionar nuestra composición genética).
Finalmente, la historia maya es una maravillosa historia de sobrevivencia cultural. Es una historia de resistencia que aun no termina y no está pronta a terminar. Lamentablemente en Guatemala, en vez de sentirnos orgullosos de nuestra gente y de lo que somos colectivamente, nos agraviamos a nosotros mismos menospreciando y negando lo indígena. En general, se desconoce el dato, se reflexiona poco, y se opta por negar la realidad. Pocas oportunidades de construir un mejor país existen mientras no comprendamos las bases de nuestra multiculturalidad y respetemos la dignidad y los derechos de los pueblos indígenas. La historia nos enseña que si se le permite, toda sociedad tiene capacidades creativas ilimitadas.
* La autora es arqueóloga por parte de la USAC, actualmente preparando la defensa de su tesis de doctorado en antropología en la Universidad de Pittsburgh en EEUU y parte del Centro de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad.
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