Esta suma acerca del abordaje de algunas vertientes de la prosa la inicié el 24 de julio de 2017 con el artículo Cómo ser escritor. Más adelante, el 28 de agosto, publiqué Cómo se escribe un ensayo literario y, recientemente, el 11 de septiembre, Cómo se escribe un cuento. Y reitero que se trata de un inicio de coloquio para jóvenes de primera hora en la literatura, y no de un consumado discurso académico.
Para tratar acerca del cuento nos pusimos al resguardo de la obra El cuento hispanoamericano, de Seymour Menton[1]. Para tratar acerca de la novela nos pondremos bajo la salvaguardia del mismo autor y de su monumental tratado Historia crítica de la novela guatemalteca[2].
En cuanto a la definición de novela, Menton utiliza el diccionario de la lengua de la Real Academia Española en su versión de 1939: «Obra literaria en que se narra una acción fingida en todo o en parte y cuyo fin es causar placer estético a los lectores por medio de la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres». Y advierte el tratadista que el escritor deberá guardar «la constancia de que está creando una novela». (Menton, 1985, p. 9). El propósito es atinente a diferenciar su obra del cuento, de las crónicas y de las memorias.
Debido al cuidado que debo guardar en orden a la extensión de este escrito, sugiero al lector remitirse —en este momento— al artículo Cómo se escribe un cuento. Se pretende recordar las diferencias sustanciales entre cuento y novela. Así podrá comprender de la mejor manera cuatro características que resaltaré (de las muchas que indica Menton) con relación a evitar confusiones entre novela y otros géneros literarios.
Dice Menton: 1) tratar de un asunto fingido, cuando menos en parte (óp. cit., p. 9).
Acotación mía: indispensable para no confundir con relatos de hechos heroicos, biografías, historias familiares, sucesos acaecidos en un pueblo o un bártulo de datos ordenados cronológicamente.
Dice Menton: 2) intentar causar placer estético (óp. cit., p. 9).
Acotación mía: para guardar la relación con el arte y, en un cometido de construcción de ciudadanía, «preservar el poder comunicante y vinculante de la palabra»[3]. Ello no implica descartar el lenguaje coloquial de nuestros pueblos.
Dice Menton: 3) tener una trama compleja (óp. cit., p. 9).
Acotación mía: por lo que no se vale una narrativa lineal sin que haya una excelente componenda, un emocionante nudo y un trascendental desenlace.
Dice Menton: 4) ser escrita como novela (óp. cit., p. 9).
Acotación mía: para no quedarse entre esas medianerías de pinturas de costumbres, descripción de sucesos para conocer nuestro pasado, estampas o narrativas de viajes.
El lector ya se habrá percatado de que no es fácil escribir una novela.
Para quien desee hacerlo, el mejor punto de partida es comenzar a leer novelas. Reitero, para ser un buen escritor, se necesita haber sido y ser un excelente lector.
Finalizo compartiéndoles que el número 300 pareciera destinado a nominar obras exitosas. 300 es el nombre de una de las mejores novelas de Rafael Cuevas Molina[4] y una película colosal dirigida por Zack Snyder que versa acerca de la batalla de las Termópilas. Narra los entresijos entre el rey Leónidas (espartano) y el rey Jerjes (persa). Yo me daré por satisfecho si los cuatro artículos acerca de cómo abordar algunas vertientes de la prosa llenan las expectativas de los jóvenes lectores y de algunos profesores que me los solicitaron. Cerré la tétrada con mi artículo número 300.
[1] Menton, Seymour (1999). El cuento hispanoamericano. México: Fondo de Cultura Económica.
[2] Menton, Seymour (1985). Historia crítica de la novela guatemalteca. Guatemala: Editorial Universitaria.
[3] Lerner Febres, Salomón (1911). Universidad, palabra y ciudadanía. Lección inaugural: Universidad Rafael Landívar.
[4] Cuevas Molina, Rafael (2012). 300. F&G Editores: Guatemala.
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