Me desempeño como director ejecutivo del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (Caldh). Por mi trabajo se me dice y califica como activista. Para una sociedad como la nuestra, desigual y discriminadora, eso es como un cero a la izquierda. Y de la izquierda provengo, aunque sin el cero. En el camino he aprendido a conciliarme con las lecturas y, a fuerza de equivocarme, prefiero tener dos o tres libros de cabecera que una elegante biblioteca. Sin embargo, por ahí, en los años terribles de Guatemala, hice estudios de arquitectura, en la Universidad de San Carlos. Después de la firma de la paz, de periodismo, en la misma Alma Mater, y una maestría en Derechos Humanos, en la Universidad Rafael Landívar. También he hecho estudios propios de una organización como Caldh, desde justicia hasta seminarios de alta administración, por cierto, en la Landívar. Después de muchos desencuentros y errores, también he aprendido que es mejor dar bien un paso que llegar enloquecido a la meta. Cuesta mucho, pero he querido vivir la utopía en la intensidad del momento, con sus altas y bajas. Trabajo en Caldh desde 1994, casi al mismo tiempo de su apertura en el país.