De los símbolos patrios, el más actual es el escudo que hace parte de nuestra bandera, que nos sigue recordando qué somos en buena parte. Es como una pequeña radiografía simbólica del Estado. Estamos rodeados por armas, esos rifles que se entrecruzan, junto a espadas de aquellos que tienen posibilidad de tenerlas, por herencia de una clase económica histórica que se ha constituido en oligarquía nacional. Forman las cuatro una X, y no puedo dejar de pensar en todas aquellas víctimas que mueren día a día en este país, de las que no recordaremos el nombre ni su historia. Este es un país en donde se mata, y el Estado no hace nada; el Estado asesina, y no logramos defendernos, y muy pocas veces nuestra indignación se trasciende a sí misma.
Seguimos poniendo al centro de toda la política, de todas las problemáticas que compartimos como sociedad, la libertad de hacer negocios a cualquier precio, o la libertad de defender ideologías violentas, la libertad de pasar sobre cualquiera –ciudadanos, niños, comunitarios, jueces, mujeres– para lograr mis metas. La libertad mientras no hablamos de dignidad o de solidaridad, y hay quienes por defender la primera, tildan valores políticos como estos, en discurso comunista. Siempre el quetzal desde arriba, el omnipresente dinero, porque en Guatemala el quetzal manda: con el policía, con la justicia, con la donación, o las dietas. Mientras siga presente en nuestro escudo, mientras no se ponga a la persona humana en el centro, seguiremos siendo quiénes somos. De esa corona de laurel y de la paz, mejor ni hablar.
La independencia pareciera cosa del pasado, de colonias y de países muy lejanos. Sin embargo, frente a un Estado que nunca ha conducido su actuar en bien de su población (que no es lo mismo que su élite económica y de sus operadores políticos, cuando no de negocios emergentes ilegales que subvencionan campañas), no sería tan absurdo independizarnos de este este Estado. Plantear nuevas formas de independencias frente a los Estados modernos que han faltado al pacto colectivo, que si bien Guatemala no lo hizo en su fundación, en el presente y luego de la firma de la paz ni tan firme y poco duradera para bien de los mismos, nos intenta mentir una y otra vez que vamos por buen camino.
Independizarse también de los discursos ideológicos facilones, donde las inversiones y el emprendedurismo vienen a resolver los problemas de todos. Independizarse del racismo, del clasismo, arribismo y la mojigatería de una sociedad que atrofia por tantos códigos sociales que pretenden decir qué es lo que debería de ser una. Por qué no independizarse de la creencia del orgullo de la nación que no somos y que no tenemos que ser, para ser una sociedad de la que podamos sentirnos parte, podemos comenzar a dejar de pensar que sólo hay una manera de ser guatemaltecos y guatemaltecas. Pero sobre todo, independizarnos de la política y el Estado que nos mantienen hoy en la situación en la que estamos.
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