En nuestro imaginario, el cáncer es todavía sinónimo de muerte. En el ámbito médico, esto no es siembre válido debido a las distintas variaciones y enfermedades derivadas de células cancerígenas. Los pronósticos son totalmente distintos de un tipo de cáncer a otro; lo mismo puede decirse de los tratamientos y experiencias corporales o “efectos secundarios”. Se dice que el cáncer es una enfermedad que no discrimina porque puede tocarle a cualquiera. Desde una perspectiva social, esta afirmación no es correcta en un país como Guatemala.
En los últimos años, las investigaciones sobre el cáncer en sus múltiples manifestaciones, han relacionado una serie de factores: los genéticos, los virales, los ambientales y los socioeconómicos. Estos factores parecen afectar la incidencia de presentación de este padecimiento. El cáncer –en muchos casos detectable en estadios tempranos- no se diagnostica a tiempo por la precariedad de la estructura del sistema de prevención y salud pública en Guatemala. En el 2011, según los datos del INCAN (Instituto de Cancerología y Hospital “Dr. Bernardo del Valle S.”), 40.7% de los casos registrados son una combinación de cáncer en órganos reproductivos femeninos y cáncer de mama. El cáncer de cérvix, que representa un 23.7% de los casos registrados en el INCAN, es todavía mortal en nuestro país porque, entre otras razones, se detecta tardíamente –no teniendo las mujeres acceso a control o a citologías periódicas. Existe ya una vacuna (contra tipos de alto riesgo del virus del Papiloma Humano) que se puede administrar a las adolescentes como medida de prevención, pero ésta es un lujo del cual se podrán beneficiar pocas niñas en nuestro país.
La prevención, detección, tratamiento, atención, monitoreo y cuidados paliativos forman parte de un engranaje que solamente unos pocos pueden permitirse. Los más “afortunados” cuentan con el IGSS. Otros, lidian día a día con los pagos y trámites con las aseguradoras. La red familiar se convierte en el soporte económico y moral con un desgaste muchas veces irreparable. En muchos casos, las personas mueren sin ser tratadas, o en la desidia total -sin los cuidados dignos del tránsito a la muerte.
Las historias son diversas: desde la mujer de Momostenango que, con 52 años y con cáncer de cérvix, viaja periódicamente a la capital acompañada de su marido para asistir a sus citas al INCAN; la hija estilista que migró desde Jalapa con sus tres hijos, para visitar en las pocas horas que tiene “libres” a su padre moribundo; hasta el adolescente con un linfoma no Hodgkin de alto grado, detectado en un estadio avanzado…
Todos seres humanos estoicos, todos parte nuestra, todos sin un amparo social que garantice su derecho a la salud y a la vida. No hacen falta muchas herramientas de análisis, para entender que algo debe de estar podrido en una sociedad que deja a su suerte a sus enfermos. “No se preocupe. Mantenga una actitud positiva”. Parece una broma de mal gusto. La privatización de la salud hasta los más ínfimos ámbitos de la atención y del cuidado, tiene un costo social alto, demasiado alto. El paso del desempleado a “buscador de empleo” o del “paciente” a “cliente activo en su curación” no es un mero asunto discursivo.
La investigación sobre el cáncer –como sobre tantos otros temas- no es una prioridad. ¿Qué papel juegan las variables ambientales en la incidencia de determinados tipos de cáncer, por ejemplo, en zonas expuestas a la fumigación constante? ¿Cómo evaluar los efectos del uso durante décadas de pesticidas en la agricultura, sobre la tierra y sobre los alimentos que consumimos? ¿Qué efecto tienen los cambios drásticos en las dietas alimenticias comunitarias con la introducción de productos “chatarra” y el aumento del consumo de azúcares? Según un artículo publicado el 12 de junio de 2013 en La Jornada, en México el cáncer es ya la segunda causa de muerte después de la diabetes. En Guatemala, he buscado datos que me permitan valorar mejor la situación. Aparte de las estadísticas del INCAN, con los datos que se registran tomando como universo de estudio a los pacientes que acuden a este centro, no he encontrado mayor cosa. Existe un subregistro estadístico inaudito que impide estimar las dimensiones del flagelo.
Finalmente, cuando se habla de cáncer en nuestro medio, también se habla de la ausencia de una política sostenida de apoyo terapéutico. No puede ser una política unidimensional porque las personas viven la experiencia de manera diferente, aunque creo que el primer contacto con la enfermedad es similar: un primer shock emocional (incredulidad, desolación, etc.), seguido por un arduo proceso de interiorización del cáncer –como objeto extraño que cobra vida en el cuerpo que, hasta ahora, nos “pertenecía”.
Por cada cuerpo devastado por la enfermedad y las medicinas, se emprenden búsquedas que pretenden recuperar el control sobre el cuerpo y fundamentalmente sobre la vida. ¿Cuáles búsquedas, qué retrospecciones, qué nuevos intereses se construyen alrededor de esta experiencia? Es preciso entender cómo la fragilidad del cuerpo, da paso a una significación diferente de la existencia. Son preguntas que también tienen un tenor social. ¿Qué es el cáncer para quien lo padece? ¿Para su pareja, para sus hijos, para sus padres, para sus hermanos, para sus amigos, para la sociedad en su conjunto? Vida y cáncer, amor y cáncer, y finalmente, muerte y cáncer: ¿qué sentido le atribuimos a la enfermedad?
Escribí una parte de este texto en febrero del 2011: era parte de una reflexión que pretendía dar paso a una investigación que no me he atrevido a iniciar. Es hora de retomar las preguntas, de lanzarlas –espero que no al vacío- para delinear un camino que nos permita interpelar al sistema de salud actual. A pesar de las ráfagas de la radio y quimioterapias, de las operaciones, de los músculos del cuerpo resentidos, de la pérdida de la memoria, de la capacidad del habla, yo lo reconocía al verle a los ojos. Y él a mí. No era momento de estar solos. No es momento de dejar solos y abandonar a su suerte a miles de personas que en Guatemala atraviesan en condiciones infrahumanas el desierto del cáncer.
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