En realidad es muy común nombrar los acontecimientos dependiendo del cristal con que se ven.
Lo que para algunos es la expresión fiel y entusiasta de apoyo incondicional a determinado equipo de fútbol, para otros será reacción salvaje de seres humanos que enarbolando la irracionalidad utilizan palos y piedras para golpear a los ahora convertidos en enemigos a muerte, llevándose en el camino a cuanto vehículo mal o bien parqueado encuentren. Véase el enfrentamiento campal en el reciente espectáculo deportivo que finalizó con un tiempo extra fuera del estadio y tiros libres con pedradas entre los “aficionados” cremas y de la universidad.
Si preguntamos a ambos grupos las razones que justifiquen sus acciones, brotarán a borbotones entusiastas consignas. Lo peligroso de escucharlos es que terminemos incluyéndonos en uno u otro bando, haciendo realidad las palabras que una vez mencionara el ministro de comunicaciones de Hitler, Paul Joseph Goebbels, “Si una mentira se repite las suficientes veces, acaba convirtiéndose en verdad”. Y la mentira que necesitamos dejar a un lado, es aquella que justifique la agresión a otro ser humano por el simple hecho de ser del equipo contrario.
Si eso ocurre a nivel deportivo, imaginemos ahora lo perjudicial que puede resultar para un país las versiones de los voceros oficiales ante diversos acontecimientos sociales que terminan encerrados en sus mentiras, creyendo que es la única verdad. Veamos un ejemplo ocurrido en mi querida tierra Guatemala, en el cual prima el “digo lo que me conviene”.
El 4 de octubre de 2012, una patrulla del ejército y manifestantes se enfrentaron en Totonicapán. Murieron 7 campesinos y 32 resultaron heridos. Un año y cuatro meses después, el 20 de febrero durante un acto celebrado en el Palacio Nacional de la Cultura, el Presidente además de entregar Q6 millones 550 mil como “pedazo” del rompecabezas que implica un resarcimiento real, tomó la palabra y dijo: “A las familias de los fallecidos no les tenemos una explicación, no hay excusas”.
Para un numeroso grupo de guatemaltecos, tal enfrentamiento fue la primera masacre del ejército tras la firma de la paz, y nos hubiese gustado escuchar una disculpa, condena y promesa de seguir con las investigaciones para determinar responsabilidades. Ocurrió lo de siempre. Los que debían actuar en nombre de todos los guatemaltecos se quedaron con su verdad a medias.
No estamos pidiendo imposibles a nuestro gobierno, pues en el pintoresco “atentado” dirigido a la Vicepresidenta con “polvo blanco”, nada peligroso, vimos actuar con prontitud a las fuerzas de seguridad, seguido de la condena inmediata de parte del Presidente que consideró la acción como “un ataque a la institucionalidad de Guatemala”. Dicen que comparar no es bueno, pero haciendo caso omiso, me parece –comenten si me equivoco– que condenable y cobarde fue lo ocurrido en Totonicapán.
Lamentablemente a pesar de los esfuerzos realizados, nos queda la sensación de que en Guatemala tenemos que hacer el esfuerzo para abandonar nuestras propias “verdades”, pues si estamos tan seguros de ellas, puede ser que reine la mentira y ni cuenta nos demos. Aquí nadie se escapa; desde políticos que se creen escritores, pasando por diputados de “alquiler”, y terminando con algunos columnistas que creen tener toda la razón.
Urge salir del círculo vicioso que se ha conformado con las verdades a medias, no sea que empecemos a repetir mentiras, que de tanto escucharlas terminemos defendiéndolas como la única verdad.
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