Quienes hemos tenido el privilegio de vivir en un entorno que nos ha permitido ciertas condiciones de equidad, no estamos acostumbradas a encontrarnos en alguna situación en la cual se nos recuerde que somos mujeres, no por serlo, sino por estar rodeadas de hombres. Cuando comencé la universidad, había lugares en la Facultad de Ingeniería de la USAC que siempre estaban llenos de hombres y cualquier mujer que los atravesara caminando –sola o acompañada-, debía atenerse a las consecuencias: el griterío de una manada de bestias acompañado de chiflidos y palabras alusivas a la condición femenina de la transeúnte y sus atributos físicos, las cuales distaban mucho de ser amables piropos. Era tan aceptado que uno pensaba que ese comportamiento era normal y qué remedio, había que enfrentarlo, hacerle ganas y punto. Allí nadie pensaba que lo que nos estaba ocurriendo a diario era una forma de agresión. Me lo informaron amigos de otras facultades que se sintieron agredidos sólo por caminar a mi lado mientras ocurría e hirvieron en rabia sin comprender cómo semejante conducta era tolerada. A mí me tomó dos años ganarme el “respeto” de esos salvajes para poder caminar con toda libertad y tranquilidad por donde me viniera en gana sin temor de escuchar que me gritaran.
No importa qué es lo que motiva a los hombres en masa a comportarse de ese modo, no existe justificación alguna para esto y el respeto a las estudiantes debería ser una cosa obligada en lugar de un bien que hay que ganarse. Pregunté si hoy, más de quince años después, esto sigue ocurriendo. Me dijeron: no tanto ni donde mismo, pero sí. Parece que esos cambios se dan muy lentamente. Quizá la diferencia abismal entre la cantidad de hombres y mujeres sea un factor determinante -esas cosas no ocurren en otras facultades como farmacia o derecho[1]-.
Para mi buena suerte, fuera de los cursos del área común, mi espacio como estudiante de Física era otro, así que me desarrollé en un universo muy distinto en el cual ser mujer no representaba desventaja ni prejuicio alguno. No había que verse de alguna forma en particular o comportarse diferente, ni estar haciendo demostraciones. Podía ser mujer, muy naturalmente. No estoy diciendo que allí nos convertíamos en entes más evolucionados que los demás, éramos las mismas gentes, provenientes de la misma cultura machista y formábamos parte de la misma facultad[2]. Pero hay algo inherente a ese deseo de entender el universo que ayuda a poner de lado ciertas cosas y otorgarle valor a la capacidad de cada quien, hombre o mujer, de romper la realidad en pedacitos para entenderla y producir como resultado un sistema coherente de ideas. El rigor científico pone en evidencia muy rápidamente que, a la hora de la verdad, para sobresalir en ciencia, poco importa si se tiene ovarios o testículos y es así como las líneas que trazan las relaciones de inferioridad-superioridad, de dominación-sumisión entre hombres y mujeres se diluyen sin necesidad de que las unas se defiendan de los otros.
Sé que la ciencia ha sido desarrollada por personas y las personas están sujetas a su entorno, a su momento histórico y que, durante mucho tiempo, las mujeres estuvieron marginadas de la actividad científica. Peor aún, muchas hicieron grandes contribuciones bajo pseudónimos masculinos o publicaron sus hallazgos bajo el nombre de sus esposos, quienes conservaron el crédito. En otros casos, sus mentores hombres se adjudicaron sus descubrimientos. Sin embargo, aunque todo esto sea cierto, el ámbito de la ciencia ha sido también uno de los que más rápidamente ha tendido a reconocer la equidad de género. También ha demostrado ser ciega en cuanto a religiones y etnias, convirtiéndose en un esfuerzo colectivo que agrupa mujeres y hombres de los más diversos orígenes y credos –o falta de ellos. Hoy puedo decir, por mi experiencia y la de muchas otras mujeres –las que me preceden, las que me acompañan y las que vienen detrás−, que el mundo de la ciencia es un maravilloso lugar para ser mujer, así, al natural.
* A natural woman, canción del álbum Lady Soul de Aretha Franklin, escrita por Carole King, Gerry Goffin y Jerry Wexler.
[1] Según el Departamento de Registro y Estadística de la USAC, en 1998, del total de estudiantes inscritos en Ingeniería en la USAC, el 10.7% eran mujeres, mientras que en la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia representaban el 69.2% y en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales eran el 40.8%. Este año, en Ingeniería son el 15.7%, en Ciencias Químicas y Farmacia son el 75.1% y en Ciencias Jurídicas y Sociales son el 50.1%.
[2] Según el Departamento de Registro y Estadística de la USAC, en 1998 el 10.3% de los estudiantes inscritos en física eran mujeres. Este año, las mujeres representan el 5.9%.
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