Caso hipotético
Pedrito tenía 11 años cuando fue violado por su madrastra. Un buen día el estómago hizo visibles las consecuencias inevitables del embarazo. Bastaron un par de minutos para que los vecinos alertaran a las autoridades, las cuales, tras una breve investigación, llevaron a la madrastra y a la abuela a la estación policial para iniciar los interrogatorios.
Mientras las autoridades clarificaban los terribles hechos, el Ministerio de Salud y Protección Social se hizo cargo del niño y lo llevó a un hogar provisional donde le esperaban un equipo de médicos, psicólogos, trabajadores sociales, un representante de la ministra de Salud y dos cristianos de buena voluntad que lo acompañarían espiritualmente.
No tardaron ni medio día en descubrir que la madrastra tenía más de seis meses de estar agrediendo a Pedrito y abusando sexualmente de él. Y para desconcierto de las autoridades, la abuela aseguró que la culpa era del niño, pues vestía provocativamente, y que tales relaciones sexuales fueron “consentidas”.
Los medios de comunicación ocultaron en todo momento el nombre real, el domicilio y cualquier información que pudiera exponer a la opinión pública la tragedia que estaba viviendo, pues “no es ético dañar la reputación de un menor de edad”, dijeron. Lo que hicieron, fruto de la indignación, fue lanzar una campaña en la cual hacían un llamado a cuidar y respetar la vida de los niños en sus etapas de crecimiento. Fue tanta la fuerza social que el Ministerio de Educación tuvo que incluir, dentro de sus iniciativas, programas de atención familiar integral.
La Policía, además de capturar a la madrastra y a la abuela, dictó orden de prisión preventiva en contra del papá de Pedrito, pues encontraron pruebas de que él sabía de tales abusos hacia su hijo y de que en un acto de complicidad no los denunció a las autoridades competentes.
Pedrito, al enterarse de su embarazo, dijo a uno de los psicólogos que estaba dispuesto a traer a su hijo al mundo, pues sería como tener un muñeco de carne y hueso y así podría jugar con él tal y como hacía con sus juguetes. El equipo de médicos, psicólogos, trabajadores sociales, un representante de la ministra de Salud y dos cristianos de buena voluntad que lo acompañaban espiritualmente discutieron sobre si un niño de 11 años tendría la estructura física y psicológica para llevar o no adelante su embarazo.
Grupos que defendían la vida de Pedrito y otros que abogaban por el respeto y la dignidad del feto se reunieron para discutir de forma seria y razonada la situación del niño embarazado. En todo momento y entuerto ideológico primaron la cordura y el sentido común. Incluso las leyes fueron puestas al servicio de la lógica, la justicia y el entendimiento entre ciencia y religión.
Han pasado 10 años y Pedrito ha crecido sano y estable emocionalmente fruto de la intervención social a tiempo. Los medios de comunicación siguen respetando la privacidad del ahora adolescente, y el Ministerio de Educación ha fortalecido su programa de atención familiar integral y ha implementado estrategias de prevención de abusos sexuales a menores de edad. La madrastra y la abuela guardan prisión.
Ahora les voy a contar una historia distinta, muy distinta, completa y absolutamente distinta.
Caso real
María tenía 11 años cuando fue violada por su padrastro… —ya sabemos el resto—.
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