The Blood of Guatemala: A History of Race and Nation (La sangre de Guatemala: raza y nación en Quetzaltenango, 1750-1954) fue publicado originalmente en el año 2000 por Duke University Press y en 2007 por la Editorial Universitaria, Plumsock Mesoamerican Studies y el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (Cirma). La sangre de Guatemala es, sin duda, un libro fundamental para comprender la historia de Guatemala, en particular la de Quetzaltenango y su vecindad, escrito por el sobresaliente historiador Greg Grandin, que también escribió un libro sobre las historias de lucha q’eqchi’ que, en secuencia histórica larga, desembocaron en la matanza de Panzós en 1978 (Panzós: la última masacre colonial, Avancso, 2007), otro texto fundamental.
La sangre de Guatemala ya ha sido analizada y reseñada, por lo que no me detendré a hacer una más. Quiero resaltar algunos puntos que me parecen importantes para comprender un poco la historia de las poblaciones indígenas de Guatemala y, en particular, de los k’iche’ occidentales que se encuentran en Sololá, Quetzaltenango y Totonicapán, justamente la región que, como he comentado antes, trabajo como investigador desde hace varios años. Este libro discute la historia de los k’iche’ de Quetzaltenango desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, particularmente de su élite, económicamente la más acomodada de todos los pueblos mayas (incluyendo los de México). Es un complemento necesario al libro de Arturo Taracena Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena (Cirma, 1997), en el cual el autor mismo enfatiza la necesidad de profundizar en dicho grupo. Grandin lo aborda de una manera que permite ver sus contradicciones, pero sobre todo su espíritu de comunidad a través de los siglos.
La historia de los k’iche’ de Quetzaltenango es bastante antigua. En algún momento entre los siglos XI y XIII desplazaron del control efectivo del área a los mam, los habitantes originales (incluyendo el área de Totonicapán y Momostenango). Según Robert Carmack (1995), ya había presencia k’iche’ desde siglos anteriores, aunque en un número pequeño. Aun así, su capital posclásica, K’ulaja-Xelajuj, era, según parece, una capital étnicamente dual: mam y k’iche’. Su ubicación es desconocida, aunque quizá esté debajo de la ciudad moderna. Las negociaciones tempranas con los españoles les permitieron tener un «gobernador» y constituirse en «república de indios», con los privilegios que ello conllevaba. Esto lo trabajó Jorge González Alzate (2015) en su libro sobre el Quetzaltenango colonial, que conecta La sangre de Guatemala con el pasado prehispánico local.
[frasepzp1]
Grandin muestra el poder económico y demográfico que tenían los k’iche’ de Quetzaltenango en el siglo XVIII. No solo controlaban buena parte del comercio y de la producción regional, sino además tenían fuertes autoridades propias y negociaban constantemente con la Audiencia la modificación de políticas que los afectaban. Pero además, a diferencia de criollos y ladinos (que cada vez eran más), se comportaban como bloque comunitario: los k’iche’ comerciantes —no necesariamente de la élite— confrontaban a sus autoridades y eventualmente podían destituirlas. Además, en la transición entre la Colonia y la Guatemala independiente jugaron un papel clave en la construcción del Estado, a tal punto que, como menciona Matilde González-Izás (2014), retrasaron medio siglo los procesos de desmantelamiento y destrucción de las comunidades indígenas, a diferencia de lo que sucedió en el resto de Latinoamérica.
Los momentos clave se dieron en 1840 y 1848: la derrota del Estado de Los Altos. El título de esta columna se deriva del prólogo, en el cual Grandin narra el papel de la élite k’iche’ quetzalteca a favor de Rafael Carrera y que puso a cerca del 90 % de la población del naciente Estado altiplánico en contra de la élite criolla y ladina separatista. Precisamente el próximo 31 de marzo se conmemoran 179 años de dichos eventos. La élite k’iche’, siempre en competencia con los criollos y ladinos locales, supo hacer uso de su prestigio y de sus alianzas regionales para impedir que el proyecto liberal regional destruyera sus comunidades. Lo logró y no solo eso: recuperó mucho de lo perdido en las décadas anteriores. El mundo se restauró, el balance se recuperó. (Continúa aquí).
Más de este autor