Un jaguar hambriento

Hay un pequeño detalle que pasamos por alto en buena parte de nuestras discusiones: no somos el centro de la vida. Y es que probablemente el tema de fondo es precisamente ese, la vida, cuando hablamos de economía, de arte contemporáneo, de historia, de política siempre estamos hablando irremediablemente de la vida, claro la obviedad se impone, y no pasa nada en realidad. No hace mucho tiempo terminamos de beber en mi casa los últimos tragos de una fiesta de tres días entre un simposio de decolonialidad y el peligro que implica reunir, artistas, sociólogos, politólogos, historiadores, curadores en un mismo simposio, en fin, luego de tres días de una larga discusión surgió una especie de epifanía etílica un buen amigo tuvo el atino de balbucear como conclusión final de tanta discusión y tanta fiesta: sí pero si te encontrás vos solo a un jaguar hambriento en medio de la selva, valés verga.
El silencio que siguió al comentario resultó doblemente aplastante, la saturación de varios días de exprimir una parte del cerebro sumada al cansancio etílico y por supuesto al aplastante hecho de que, efectivamente, a la Tierra le da bastante igual la tensión entre Mignolo y Dussel, por quedarnos en ese contexto, pero al jaguar también le da igual, y nos espantamos, aquella obviedad resultó ser un vacío enorme que en realidad no era tan enorme: el tamaño de nuestros cuerpos en un hoyo. Ante la amenaza de que el pañal tarda 10 mil años en deshacerse el planeta se arranca un pelo de 10 mil años, claro esto no es para relativizar el hecho que hicimos mierda la vida en esta estrella, nada más para volver a poner el libro de historia sobre la mesa, conscientes que irremediablemente ese libro será también materia orgánica que aporte algo a las plantitas que crecerán sobre nuestras tumbas.