El colonialismo violento siempre ha creado una falsa imagen de los indígenas con el objetivo de, a través del odio racial, amedrentar las luchas y reivindicaciones anticoloniales de nuestros líderes y pueblos. Primero, seres sin alma. Luego, con alma, pero igual a menores de edad que necesitan ser conducidos. Después, rebeldes insumisos cuando se levantaron contra el régimen colonial, salvajes, atrasados, paganos para los mercaderes religiosos de todos los tiempos y, trágicamente durante el conflicto armado, señalados como el enemigo interno, al que había que combatir, matar, arrasar y desaparecer.
Cualquiera que ose protestar contra el régimen o contra los presidentes ladino-mestizos que han servido a la oligarquía colonial es encasillado con esos epítetos, criminalizado y perseguido. No así a los «indios permitidos», que, según un académico mexicano, tienen como profesión ser indios para ser visibles, negociar su condición ante los dictadores de turno aspirando a ser incluidos en los precarios espacios de gobierno, tal como está sucediendo con el mal llamado Consejo Indígena Nacional, cuya única cercanía al poder es para serle útil al colonialismo tomándose la foto a la par de las autoridades y dándole la espalda al pueblo.
Los líderes consecuentes (aunque algunos burócratas indígenas nieguen que existan esos liderazgos), que han expuesto su vida y su seguridad por alzar su voz y actuar en consonancia con las demandas liberadoras de los pueblos, son aceptados a regañadientes, vistos y vigilados con desconfianza, pero no llamados para cogobernar ni para integrar esas organizaciones de cartón ostentosa y falsamente llamadas nacionales. En el caso del presente artículo, me refiero a auténticos y respetables liderazgos como el de Rosalina Tuyuc, que para la matriz del poder colonial constituye una piedra en el zapato.
En su fracasada visita a Comalapa, el presidente Giammattei (con nacionalidad italiana, igual que Roxana Baldetti) reaccionó al mejor estilo de algo que creíamos desparecido, un tiranuelo de poca monta, ante la valiente exposición de un joven de la localidad a quien, a pesar de que llevaba mascarilla, con sarcasmo rayano en el descaro aquel le preguntó más o menos: «¿Y vos sos familiar de Rosalina Tuyuc? Porque te parecés. Para que me la saludés». Indudablemente, con una visión colonizadora, no fue el rostro lo que vio, sino la actitud digna de los pueblos indígenas encarnada en la juventud, es decir, el enemigo interno, según él.
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Un experto analista señalaba que el actual presidente, para llegar al cargo, tuvo que venderle su alma al diablo (¿élites de poder?) y, en su loca ambición, comprometerse a proteger los intereses de este, y no a cumplir lo que con demagogia llegó a ofrecerles a los pueblos indígenas, a los que hoy ataca acusándolos de no pagar impuestos, con lo cual pone en evidencia su supina ignorancia, ya que los cientos de levantamientos indígenas tuvieron como una de sus causas principales los injustos tributos que ha exigido el régimen colonial de ayer y de hoy y que han mantenido el sistema de privilegios y de omisiones tributarias para las élites económicas.
Ante su ilegitimidad, aunque su cargo sea legal, «grita y amenaza exigiendo que lo dejen trabajar, pero nadie entiende a qué trabajo se refiere, pues lo único que hace es ir y venir de un lado a otro sin que el gobierno que preside muestre coherencia y eficacia, mucho menos eficiencia. Obcecado, quisiera poner en marcha sus faraónicas promesas de campaña, exigiendo de todos, especialmente indígenas y mestizos, que lo sigan sin chistar. Antidemocrático, es incapaz de escuchar de manera educada las críticas, los comentarios o las sugerencias. Quiere funcionar como tractor, sin entender que llegó al cargo en absoluta minoría y que debe —y necesita— negociar con transparencia para, al menos, concluir su mandato».
La ciudadanía debe entrar en una profunda reflexión para construir las rutas futuras que nos permitan heredar un futuro democrático, incluyente y justo para nuestros descendientes, pues los signos del autoritarismo están a la vista y el Estado totalmente al servicio de un pacto de corruptos protegidos por la pandemia. Si antes la política autoritaria era hacer matar, a ella se le suma hoy el dejar morir.
Por eso me inquieta preguntarle al presidente, en su modo: «Vos, Giammattei. ¿Sos familiar de Ubico, de Bolsonaro o de Mussolini? Porque te parecés a ellos, fijate».
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