En ese sentido, no es difícil reconocer que Guatemala se ve bendecida con lazos familiares fuertes que se extienden más allá del clan nuclear, incorporando a tíos, primos, abuelos, etc. Las amistades de toda la vida se atesoran y ocupan, si mucho, un cercano segundo plano.
En EEUU por el contrario, la familia sobresale menos. Las oportunidades de trabajo disponibles, en un territorio 90 veces más grande que Guatemala, ha sido un factor decisivo en el movimiento constante de estadounidenses en busca de mejorar su nivel de vida. Como resultado, la mayoría de las relaciones familiares se limitan a la familia nuclear, exceptuando tal vez la eventual cena de Acción de Gracias o Navidad. Los adultos estadounidenses se ven motivados a buscar amistades con vecinos sobre la base de intereses comunes, independientemente de las conexiones de apellidos y parentescos. Así se desarrollan lazos que ligan a las comunidades para procurar satisfacer sus necesidades básicas, con base en la confianza y el respeto. En general, esta dinámica social ocurre sin importar las diferencias económicas, religiosas o raciales. ¿Qué impacto tiene esta característica en el desarrollo de la sociedad civil?
En 1835, en su libro Democracia en América, Alexis de Tocqueville nos anticipaba algunas de las características particulares de la sociedad norteamericana, que esencialmente siguen vigentes hoy. Las comunidades estadounidenses ofrecen una estructura política-democrática bien establecida que se ha desarrollado con afán cívico desde la lucha por la independencia en 1776. Las necesidades legítimas se canalizan a través de los políticos electos: los primeros responsables de la entrega final de los servicios públicos y de desarrollar el contenido de las leyes sobre las que se apoya el sistema. Por estos servicios se paga del 10 al 35% de los ingresos en impuestos, más gravámenes parecidos al IUSI o el IVA. Dichos bienes públicos incluyen policía, tribunales, educación, carreteras y el seguro de desempleo. Si se entregan los servicios de manera transparente y efectiva, los funcionarios conservan sus puestos. Si no, son reemplazados en el siguiente ciclo electoral con nuevos líderes, de quienes se espera que promuevan mejor los intereses de su distrito en particular.
Generalmente, el sistema funciona. No obstante, a veces el gobierno le falla a la sociedad, cuando persisten problemas que amenazan el bienestar de todos, como un repunte en la criminalidad o el ineficiente gasto público. Si la comunidad está en riesgo, los vecinos obvian sus diferencias políticas para remediar la amenaza. Las preocupaciones de cada familia siguen siendo importantes, pero se vuelven secundarias ante las necesidades de la comunidad. Simultáneamente, aumenta la participación en el proceso político electoral para animar a los mejores líderes a lanzarse como candidatos. Pocos dudan en sacrificar su tiempo ya que están convencidos de que su democracia funciona y que hay que hacer todo por prevenir su colapso. Conforme se desvanece el problema, los ciudadanos vuelven a sus vidas diarias, confiando en que sus líderes políticos gobernarán bien. Si fracasaran de nuevo, el público está dispuesto y es capaz de movilizarse y superar cualquier desafío.
Contrasto esta situación con lo que yo observo en Guatemala, donde la familia es el corazón de la sociedad, sus raíces son más fuertes y el instinto humano de proteger al propio clan se expande a los primos, tíos, etc. La sociedad es suficientemente pequeña y los miembros de las familias extendidas son tan numerosos que, fuera del trabajo y la diversión personal, la mayoría del tiempo se comparte en familia. El impulso humano de proteger a su gente es un instinto arraigado que se ha desarrollado con el paso de los milenios. El biólogo de evolución, William Hamilton, ha demostrado que esta motivación altruista hacia los parientes consanguíneos es directamente proporcional a la cantidad de genes compartidos. Aunque se atesoren las amistades, estas difieren al deseo biológico de fomentar el clan propio.
El contacto con los parientes y amigos es frecuente y a veces espontáneo. Hay reuniones los fines de semana, cumpleaños, primeras comuniones, bodas y también funerales. Las interacciones con otros miembros de la sociedad incluyen acontecimientos que los conectan con conocidos o casi desconocidos en servicios religiosos o reuniones de padres en los colegios. Pero los límites auto-impuestos entre los participantes de estos grupos suelen ser marcados. La sociedad guatemalteca es pequeña, las familias son grandes, los amigos cercanos son esenciales y el tiempo es finito, todo lo cual resta las oportunidades de crear lazos fuera de los círculos de conocidos.
Las familias guatemaltecas han sobrellevado momentos difíciles: 36 años de guerra civil, los males económicos de los ochentas y los desastres naturales persistentes. Las familias continúan enfrentado duras realidades: 23% de la población nacional –la mayoría en el interior– padece los índices más altos de desnutrición crónica de Latinoamérica, mientras el crimen insostenible afectan física y psicológicamente a todos, sin importar su clase o grupo étnico. Guatemala ocupa ahora el 4º lugar en el mundo en términos de homicidios; los premios al 1º y 2º lugar van a El Salvador y Honduras. Irónicamente, esto hace que las familias se unan aún más internamente, mientras se distancian cada vez más del resto de la sociedad.
Con pocas excepciones, a la ciudad de Guatemala le ha faltado históricamente una cultura en donde las aceras y los espacios públicos se comparten como en ciudades de EEUU, Europa y algunas de Latinoamérica. Hoy pocos valientes se atreven a caminar por las calles. Muchos conducimos vehículos con ventanas polarizadas y estamos atentos por si alguien se aproxima súbitamente para exigir el celular, la cartera o el carro. Aunque alguien se pueda dar el lujo de blindar su vehículo, tampoco queda inmune al peligro. Todo esto fortalece el ímpetu de refugiarse en el entorno confiable del hogar propio.
Los eventos sociales privados que reúnen a familiares y amigos cercanos ofrecen momentos de sosiego, alejados de las tribulaciones de la vida diaria. Compartiendo una buena comida, recordando momentos pasados que reviven la nostalgia, o deleitándose con el maravilloso arte de contar chistes, los guatemaltecos fortalecen sus lazos de unidad. Las conversaciones pueden girar en torno a temas que enfrenta la sociedad, como el aumento en el crimen y la violencia. Pero debido a que en un encuentro social se está disfrutando momentos de distracción, las charlas vuelven a temas más “light” o a alguien se le ocurre contar un buen chiste.
Existe un deseo poderoso de abandonar estos temas tan dolorosos porque la gente se siente impotente ante la situación y el instinto racional humano obliga a formular soluciones factibles a los problemas. Si la conversación persiste, surgirán interrogatorios indignados de “¿Por qué el gobierno no puede ser más efectivo y valiente? ¿Dónde están los líderes del país? ¿Qué podemos hacer nosotros como ciudadanos, además de emitir nuestro voto cada cuatro años?”. Pero la reunión social inevitablemente llega a su fin y el acalorado debate se esfuma en medio de refunfuños de frustración, o con otro buen chiste. Finaliza la reunión, todos se despiden –al menos una vez–, y vuelven a su vida cotidiana.
El contraste teórico de cómo la familia y los amigos cercanos son el corazón de la sociedad guatemalteca, mientras que en EEUU son las relaciones impersonales, puede parecer simplista. Podría enfatizar otras características arraigadas de la sociedad guatemalteca, más conocidas e intratables como las diferencias raciales, que parecen ser de los mayores impedimentos para lograr un país unificado. Sin embargo, la principal subestructura de la familia y los amigos íntimos por sí sola, y su relación lejana con el resto de la sociedad, también parece minar los esfuerzos por un diálogo constructivo que aborde los retos que enfrenta el país. ¿Será posible que la sociedad guatemalteca, tan centrada en la familia, haya limitado hasta cierto punto la formación de una sociedad civil que funcione debidamente? Es factible que en parte esta dinámica haya contribuido a la desconexión entre el Estado, el sector empresarial, los líderes cívicos y el resto de la sociedad en general, ampliando así la percepción de que los guatemaltecos se sienten impotentes o simplemente son apáticos.
Algunos líderes independientes y valerosos han sido ejemplos de perseverancia y energía cívica, buscando la adhesión de un mayor número de guatemaltecos. También han surgido algunos grupos cívicos que intentan con ánimo crear un diálogo más abierto y honesto. El auge del nuevo liderazgo dentro de los grupos tradicionales de poder es fundamental y prometedor, pero la necesidad de mantener lazos fuertes y continuos entre el gobierno y el resto de la sociedad es de igual importancia. Los líderes solos no pueden solucionar la larga lista de retos que enfrenta Guatemala: necesitan el apoyo activo de la sociedad.
Sin embargo, la mayoría de los guatemaltecos de clase media y alta continúan observando con desdén a los ineficientes y oportunistas líderes políticos o a las manifestaciones populistas. Aun así, no hacen casi nada porque consideran que no es su papel participar. El caso Rosenberg despertó ostensiblemente a este segmento de la población guatemalteca para reclamar justicia y transparencia, lo cual llevó a la formación de varios grupos cívicos. Pero el notable silencio de la gran mayoría de la población desde entonces parece indicar que este intento fue un inicio artificial en vez de ser el comienzo prometedor de una sociedad civil más amplia.
Jamás sugeriría reemplazar el constructo cultural tradicional de la familia unida que consagra a los habitantes de este país con las relaciones impersonales como las que existen en los EEUU. Eso sería lamentable e innecesario. Sin embargo, si la estructura social de los Estados Unidos parece estar mejor adaptada para generar la formación y continuación de una sociedad civil que funciona, y que tanto necesita Guatemala, entonces se requiere repensarla seriamente para determinar cómo abordar la construcción de una sociedad similar. Si es un hecho que la familia y los amigos cercanos son la base de la sociedad guatemalteca, tal vez el impulso que se requiere debe nacer allí mismo, a pesar de las limitaciones históricas inherentes a las que he aludido. Así, nuevos grupos cívicos podrían surgir entre el sine qua non de los círculos inmediatos de confianza, reconociendo que es necesario dedicar tiempo y hacer sacrificios. Paulatinamente, estos grupos podrían buscarse entre sí para aumentar los lazos y empezar a crear una sociedad más amplia e integrada que busque promover los intereses de sus ciudadanos.
La clave es participar, ser parte de la solución y empezar a trabajar juntos como país. Sí, el Estado debe ser más efectivo, sin duda. Sí, se necesitan líderes más honrados, capaces y valerosos en el Congreso, el Organismo Judicial y el Ejecutivo, junto con la profesionalización e institucionalización de estas entidades políticas. Pero el gobierno saludable y efectivo que tanto anhelan los guatemaltecos presupone el funcionamiento profundo, amplio y activo de la sociedad civil, y no a la inversa.
El señor Rico nació en Estados Unidos. Es economista y tiene un Máster en Estudios Latinoamericanos por la School of Advanced International Studies de Johns Hopkins. Tiene 16 años de experiencia en la banca internacional. Actualmente trabaja para una organización multilateral en Guatemala.
Más de este autor