El jueves 22 de mayo, en un solemne comunicado que empezó declarando luto literario por las muertes de tantas personas en América Latina y España, la Comisión Permanente de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango suspendió definitivamente el LXXXIII certamen, correspondiente al 2020, por motivo de la pandemia de covid-19 y anuló las bases que lo regían.
El inciso e del comunicado reza textualmente: «Elevar un pensamiento profundo de gratitud y compromiso a las autoridades municipales anteriores y presentes, a los poetas escritores y dramaturgos que han participado en la historia del certamen y a quienes lo hicieron posible el presente año, así como a las nuevas generaciones, en quienes quedará el compromiso histórico de mantener y elevar esta muestra que da renombre a Quetzaltenango por su tradición tan cercana a las bellas artes».
No quiero ni imaginar el dolor que han de haber sentido los miembros de la comisión al rubricar semejante aviso, pues estamos refiriéndonos al certamen literario más antiguo del mundo hispanohablante, comparable en América Latina con el certamen literario de la Casa de las Américas, de Cuba; con el de la Fundación Rómulo Gallegos, de Caracas, Venezuela; con el premio de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA-Palabra), y con el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, de la Universidad Tecnológica de Panamá.
Sin perjuicio de los certámenes mencionados y de otros que puedan existir en el orbe hispanoamericano (el de Panamá es exclusivo para panameños y centroamericanos), cabe destacar que, en cuanto juegos florales, los de Quetzaltenango tienen 104 años de existencia. Es decir, nacieron signados para ser centenarios. Y, conociendo yo a los amigos quetzaltecos, estoy absolutamente seguro de que llegarán a ser bicentenarios y más.
Esta suspensión generó un sentimiento de tristeza en muchos escritores. No por culpa de la comisión, del concejo municipal o de la Casa de la Cultura de Quetzaltenango, sino por la situación misma que estamos viviendo, que, como manifiesta el inciso a del comunicado en mención, «ha paralizado las actividades sociales y culturales donde se aglutina a personas en grupos pequeños y grandes porque existe una ordenanza de separación personal para protección de los seres humanos». Y el acatamiento de ese precepto sienta cátedra en orden a la supremacía de los valores morales de la libertad y la responsabilidad, que definen rumbo para preservar la vida humana durante una situación de crisis. Seguro estoy de que se ha ponderado el bien por el bien mismo.
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Quiero dedicar unas líneas a las escritoras y a los escritores que estaban participando o iban a participar en estas justas. Me dirijo particularmente a ese grupo de jóvenes con quienes compartimos sus inquietudes literarias (amigas, amigos, alumnas y alumnos). Mi mensaje es: tomen este receso como una oportunidad para revisar lo ya escrito. De igual manera, el devenir de la pandemia y el consecuente confinamiento les puede servir como fuente de investigación histórica, de análisis crítico, de datación de acontecimientos y de expresión poética de sentimientos. Y su capacidad de narrativa puede enriquecerse sobremanera. Desde La guerra del Peloponeso, de Tucídides (430-411 a. C.), hasta El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez (1985) las epidemias han sido un punto de partida para la elaboración de muchas obras literarias, algunas de ellas consideradas clásicas e insuperables, el caso de Edipo rey, de Sófocles. Y, sin lugar a dudas, escribir en este lapso les ayudará psicológicamente a enfrentar mejor la angustia de existencia devenida de la incertidumbre.
Así las cosas, el próximo 12 de septiembre el gran teatro de Quetzaltenango estará vacío, pero la historia juzgará para bien la decisión tomada por la Comisión Permanente de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango. A sus honorables miembros patentizo (como ciudadano y como médico) mi agradecimiento y solidaridad.
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