En un lugar del mundo, en el barrio Nelson Mandela, Cartagena, hay un hombre que quiere vivir pese al dolor que siente constantemente en su cuerpo. Se llama Rafael, "como el arcángel", especifica. Es agricultor.
Los riñones de Don Rafael enfermaron, y tuvo que dejar el campo y viajar a la ciudad para hacerse la diálisis. Se la hacen tres veces a la semana, afortunadamente en una entidad pública porque sus ingresos económicos son escasos.
Desde hace dos años, él y su esposa Ame...
En un lugar del mundo, en el barrio Nelson Mandela, Cartagena, hay un hombre que quiere vivir pese al dolor que siente constantemente en su cuerpo. Se llama Rafael, "como el arcángel", especifica. Es agricultor.
Los riñones de Don Rafael enfermaron, y tuvo que dejar el campo y viajar a la ciudad para hacerse la diálisis. Se la hacen tres veces a la semana, afortunadamente en una entidad pública porque sus ingresos económicos son escasos.
Desde hace dos años, él y su esposa Ameris alquilan una casa pequeña de madera. El sitio es conocido como “peligroso” pero en realidad contamos “con buenos vecinos”, cuentan. La renta (pagada por uno de sus hijos) y otros tipos de gastos le sorprenden, "en el campo no pagábamos donde vivir ni lo que comíamos", compara Don Rafael.
“La enfermedad es mala, duele, y nos cambia”, explica. Y es que la mayor parte de su vida la vivió tocando y viendo la tierra. Sigue sintiéndose campesino aunque no esté cerca de ella. “Estoy lejos, muy lejos”, recuerda con nostalgia.
La memoria le hace narrar el tiempo transcurrido en el campo. Recuerda los colores de los granos y las hierbas que sembraba. “Sembré y coseché. Levanté la yuca, el platano, el ñame, el arroz, el maíz y el frijol”, cuenta.
Relata que allá “las veredas eran verdes y grandes, y el agua corría, y era abundante”. En donde viven apenas tienen agua, y no hay espacio para sembrar. Pero el universo confabula, y en su jardín hay una ceiba, y bien grande. Tan grande que cubriría la puerta de la casa si ambas decidieran acercase.
Le llaman "bonga", y es testigo silencioso del campesino y su tiempo.
Don Rafael prefiere no preguntar a los médicos sobre su condición. Más que tenerle miedo a morir, le teme a su mente. A los pensamientos. Esos que llevan a uno y a otro, y a otro. Y no se detienen. Esa dinámica lo haría caer, confiesa, y no le dejaría vivir. Y eso es lo que quiere: vivir. “Estoy enfermo pero no quiero morir", dice con firmeza.
“Tengo fe en que ellos no van a encontrar nada malo en mí”. Tiene fe de que le dirán: “Rafael, usted no tiene nada, puede volver al campo”.