El sayón sabía lo que hacía. Minutos después ultimó a un joven que le reclamó por el hecho. Evidentemente, no era su intención matar al infante. Se dijo entonces por parte de un oficial que «había existido compasión». Digamos, un atisbo de compasión. De tres personas mató a dos. Dejó indemne al chiquillo.
Sucedió el 4 de marzo recién pasado en la ciudad capital de Guatemala, que sigue estando mala, mala, mala…
Con pocas horas de diferencia, en Rabinal, Baja Verapaz, desconocidos dispararon contra un microbús que transportaba más de 20 personas. Según las noticias de prensa, en el vehículo se encontraron no menos de 30 perforaciones de bala. Seis personas fueron heridas. Dos de gravedad. Las balas les alcanzaron el cráneo y el tórax.
En este caso no hubo selectividad. Virtualmente rociaron de balas el microbús. Y, como nota inarmónica, nadie supo la causa del ataque.
Quién lo duda: la razón de humanidad ha desaparecido en nuestro país. El término humanitas, que se refiere a lo propio del ser humano, ha desaparecido hasta en su condición de signo.
¡Cuántas dudas nacen! Dudas que llaman a las reflexiones. Entre otras: ¿de dónde provienen estas aberraciones?, ¿por qué razón se reproducen más allá de lo exponencial?, ¿cuál es el origen de tanta infamia y decadencia en nuestra sociedad? Porque como denominador común subyace la realidad desnuda de la crueldad.
A todas luces, en nuestra sociedad hay total ausencia de bien, verdad y vida. En lugar de cada uno de esos valores existe una degradación de la persona humana, abulia suprema y una ilusoria sensación de que mañana todo estará mejor.
No me gusta ser profeta de calamidades. Trato siempre de buscar la luz del sol. Pero me pregunto: ¿cómo podremos salir de ese Moskstraumen si nuestra persona, nuestra familia, nuestro hogar y nuestras instituciones educativas están invadidas por la violencia subliminal y la violencia criminal?
La noche del 4 de los corrientes, en un momento de insomnio, me puse frente al televisor a saltar de canal en canal. En uno exhibían —supongo que en vivo— cruentas peleas de jaula de las cuales no se entiende cómo fregados salían vivos los contendientes. Sangre por toda la tarima, cejas partidas, labios reventados, dientes fracturados. Y aun así llaman deporte a semejante barbarie. En otro, un soldado estadounidense mataba a no menos de 40 vietnamitas con cada ráfaga que disparaba con su ametralladora. En el siguiente, no obstante que se trataba de un canal no catalogado como porno, la violencia sexual era el tema de la película que se ofrecía. Y en uno de los extremos de la franja televisiva, un canal de noticias reproducía los momentos más feroces de una batalla en Irak.
«¡Sonamos!», diría Mafalda. Nada edificante que ver.
Entonces, ¿qué hacer?, ¿a quién llamar?
Respuestas hay.
La danza de los íntimos deseos es un libro del antropólogo Carlos Rafael Cabarrús, S. J., que se ocupa de la metodología del discernimiento. En el prólogo, Dolores Aleixandre dice de la obra: «“La conciencia es el sensor del corazón” (sus “bastones” según la terminología maya)».
Al terminar de leer el libro, ciertos cuestionamientos se suceden como trallazos a la conciencia: ¿valdría la pena fomentar el discernimiento desde la escuela preprimaria? ¿Cómo hacerlo? ¿Daría resultado a largo plazo?
Yo creo que sí. Absolutamente sí. Somos una sociedad de posguerra sin que haya habido una estrategia siquiera para enfrentar ese período inmediato y posterior al conflicto armado interno. Y bien haríamos en sensibilizar el sensor del corazón desde la tierna infancia. Somos, como dice dicha obra, una sociedad «con una realidad golpeada, herida vulnerada […] pero también, por otra, con un pozo de posibilidades, un conjunto de fuerzas positivas […] Es decir, que toda persona está movida en su actuación por una mezcla de esas dos partes de su corazón: la herida y el pozo […] ¡Y estos son los dos rostros del corazón de la persona humana!».
El hecho de haberse puesto de manifiesto un atisbo de compasión en el matón —referido al inicio de este artículo— significa que, en el pozo, gotas de agua hay.
¿Será posible rescatarlo? Creo que sí. Solo se necesita fe, voluntad y persistencia.
El cómo y el cuándo, a pensarlos con urgencia.
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