Periodismo como lo entendemos en nuestra generación, o al menos como lo entienden los medios online que nos inspiran en el continente, que son varios. Un periodismo sin apellidos, enfocado en las dos tareas más difíciles de este oficio, las esenciales: la búsqueda de la verdad y llamar a las cosas por su nombre.
Este año pasó tan rápido como un mes, por la velocidad, o como una década, por la intensidad de la experiencia. Nunca imaginamos la cantidad de trabajo que requería hacer periodismo con rigurosidad, calidad e independencia respecto de los actores que cubrimos. Aunque sea tan poco lo que publicamos y sintamos que nos quedan océanos por explicar, por complejizar, por matizar.
No queríamos hacer periodismo de registro, de archivo aburrido de la superficialidad, ni tampoco periodismo de oposición o ideológico. Cuesta porque muchos periodistas tienen un activista, un superhéroe dentro, y el periodismo de rigor requiere domesticarlo. Sobre todo porque, parafraseando a Nietzche, el mayor enemigo de la verdad no es la mentira, sino la convicción. E intentamos decantarnos por las evidencias, aunque no siempre lo logremos y aunque cuando lo conseguimos, en ocasiones no sean las que prefiramos.
Eso no quiere decir que Plaza Pública no tenga convicciones. Nos guían especialmente tres: la reivindicación de los derechos humanos, de la democracia y la búsqueda de la verdad. También valores compartidos con la Universidad, la Compañía de Jesús y la doctrina social de la Iglesia católica: una línea editorial que busca la equidad social; la justicia y la transparencia; la interculturalidad y el fin de la discriminación; el respeto al medio ambiente y la cohesión de la sociedad.
Para hacer este tipo de periodismo, que llamamos de profundidad, este primer año nos enfocamos en tres asuntos públicos: la relación entre política y economía, la relación entre política y crimen organizado, y los temas sociales incómodos. Hemos llegado a los lugares después de que el resto de medios se han ido, para intentar armar rompecabezas y explicar un poco lo ilógica -o lo lógica- que es Guatemala.
Así, hemos podido llevarle a nuestra comunidad de lectoras y lectores información para que sean más soberanos, pero sobre todo más complejos como personas. Aunque todavía estamos lejos de nuestro ideal y nos quedan toneladas por aprender, en este año hemos avanzado un trecho en la meta de hacer periodismo, de hacer buen periodismo.
Y no lo conseguimos solos. Porque una decena de periodistas profesionales, otra de periodistas en construcción, y un par de administrativos y técnicos pueden trabajar muchas semanas sin domingos, con noches y amaneceres, pero no sería suficiente.
Plaza Pública no sería lo que es sin nuestros enriquecedores columnistas y blogueros, nuestros artistas, el Consejo Editorial, la Vicerrectoría de Investigación, el apoyo de nuestros amigos de Open Society Foundations, Hivos y EFE, y sin el apoyo financiero, político e institucional de la Universidad Rafael Landívar y en especial de la Rectoría. Pero sobre todo no seríamos lo que somos sin nuestra comunidad de lectores, críticos y aplaudidores, que nos señalan y nos alientan cada día, y sin los que en cada una de nuestras casas nos tienen paciencia y cariño y aprecian que hagamos este oficio. Plaza Pública nos permite hacer el periodismo que soñamos. Y agradecemos a la vida y a todos los que se dejaron la piel para esta democracia y esta libertad de publicarlo.