Sin embargo, en el estadio hay una espectadora que seguramente está mucho más incómoda por esta derrota, que todos sus compatriotas. Extremo comprensible, si se considera que ella ve su futuro político en peligro después de los siete goles de la selección alemana. “Así como todos los jugadores, estoy muy triste con la derrota”, publicó esa espectadora en su cuenta de Twitter.
Los insultos dirigidos a esa espectadora, y cantados a coro por las tribunas del Mineirao después de...
Sin embargo, en el estadio hay una espectadora que seguramente está mucho más incómoda por esta derrota, que todos sus compatriotas. Extremo comprensible, si se considera que ella ve su futuro político en peligro después de los siete goles de la selección alemana. “Así como todos los jugadores, estoy muy triste con la derrota”, publicó esa espectadora en su cuenta de Twitter.
Los insultos dirigidos a esa espectadora, y cantados a coro por las tribunas del Mineirao después del cuarto gol, pueden considerarse como el anuncio de un fenómeno que causa terror en los políticos: el descontento popular en víspera de elecciones. Dilma Roussef trató de restar importancia a los insultos, pero se pueden entender ya como un termómetro de como las cosas comenzaran a darse a partir de ahora, especialmente si se considera que el Brasil de clase media alta en las tribunas, es aquel que pudo pagar el precio de las entradas, y no era el mismo que protestaba afuera de los estadios durante la inauguración del campeonato, apenas hace algunas semanas.
Los gastos millonarios en la infraestructura de los estadios del Mundial, pagando las cuentas de una fiesta que alguien más habrá de festejar por todo lo alto el domingo siguiente, podrían tener un alto impacto en la intención de voto de un electorado marcado por la tristeza y la ira de una derrota de proporciones épicas.
Sirven como ejemplo la crónica de Raquel Seco, publicada en El País, que recoge las palabras de Renán Ramos, un cocinero de 31 años “…en Brasil, el fútbol es una anestesia para la realidad. A lo mejor ahora pensamos en las elecciones…”.
Para Brasil, como nación, el Mundial y las Olimpíadas debían ser la culminación de una carrera hacia el prestigio internacional, ganada con el crecimiento durante la crisis económica y los publicitados logros de los programas sociales. Ese Brasil convertido en un gigante, debía brindar al mundo la imagen de la sociedad capaz de organizar – y ganar– eventos de gran envergadura.
Sin embargo, las cosas no salieron como Lula y Dilma lo planificaron. A los brasileños y brasileñas, parece que les importan otras cosas, no tan prioritarias como el prestigio internacional de la nación, y mucho más ubicadas en el ámbito de lo mundano, como la salud, educación y transporte público. Y seguro que les importaran todavía más luego de un 7 a 1. Sin duda, en la memoria del colectivo se rescataran las palabras de Joana Havelange "lo que había que robar, ya se robó". Combustible para una hoguera que quiere arder.
Citando un fragmento de una entrevista de CNN, con John Vrooman, un economista deportivo de la Universidad de Vandervilt – por cierto, ¿no son asombrosas las especialidades profesionales de las academia de los países desarrollados?- “las copas del mundo son anclas notoriamente malas del desarrollo económico, especialmente en los países en desarrollo, y cuatro de los últimos cinco países sede han perdido dinero”.
Hay algún mensaje qué aprender para la clase política en estos acontecimientos, seguramente hay varios, pero me quedaría con este: es recomendable no emprender en obras faraónicas, cual un estadio en Manaos, ciudad en medio del río Amazonas, sin un club de primera división. El costo político puede ser muy alto...
Y ahora vienen las elecciones de octubre. Ya veremos si esta historia sigue en las Olimpiadas... con Dilma, o sin ella.
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