Me referiré en esta ocasión a tres rostros muy comunes de la exclusión en Guatemala: La militar, la religiosa y la académica.
La antinomia oficial ladino-soldado indígena ha existido desde que Rufino Barrios fundó el ejército y, no solamente en el ejército regular se dio dicho contraste, también fue estructura de los ejércitos insurgentes donde el responsable era ladino y el combatiente indígena. Por supuesto, cuando se precisó, hubo lo que algunos sociólogos han llamado el indio necesario. Para muestra un botón, entre quienes firmaron los Acuerdos de Paz no hubo uno solo que ostentara un apellido perteneciente a un grupo sociolingüístico maya, xinca o garífuna. No obstante, por ellos lucharon unos y a ellos defendieron otros.
El estamento religioso no se queda atrás. Aquí, el contraste católico es: obispo ladino y algunos presbíteros indígenas, los más, son provenientes de familias mestizas empobrecidas; en el grupo evangélico, la discordancia dependerá de la denominación, pero, los templos citadinos están en manos de pastores ladinos y los de pueblo en manos de pastores indígenas y casi siempre, los superintendentes son cuando menos mestizos. En lo megatemplos capitalinos, ni soñar con un pastor indígena.
La academia está en la misma ruta. En tres siglos de presencia en Guatemala jamás ha habido un Rector indígena y solamente la Universidad Rafael Landívar ha abordado con seriedad el tema de la interculturalidad. Igualmente, su lucha frontal contra el olvido histórico es incuestionable.
La práctica de la exclusión está muy enraizada en nuestra sociedad. Nunca faltan en los tres estamentos aquellas personas quienes, cuando tienen la oportunidad, sutilmente sacan a relucir lo suyo: Aquel mezquinito que muy adentro del corazón les recuerda que son ladinos y no indios y, en el entretanto, lastiman y se hieren a sí mismos porque el mal no provee bien.
De la exclusión (racial, económica, política, etc.) nos tenemos que liberar. Es una cadena oprobiosa que nos ata y no nos permite ser felices. Aún se escuchan en nuestra sociedad estribillos que solamente genera la miseria humana. Conozcámoslos. En el norte de Guatemala: Pobre pero no indio; en las fincas cafetaleras, especialmente después de que Ubico instituyó el trabajo forzado y la Ley de Vialidad: Indio y zanate, manda la ley que se mate; en el occidente del país y algunas regiones circunvecinas de México: Indio, perico y poblano, no los toques con la mano, tócalos con un palito porque son animal maldito. Con el “poblano”, se están refiriendo al mestizo empobrecido no al originario de Puebla de los Ángeles. En el sur-oriente, particularmente en las fincas cañeras de Santa Rosa: Indio de puro, ladrón seguro… Y así, una larga enumeración de horrores —que no otra cosa son—.
Un jesuita me dijo recientemente: “Dios sabe —según Ignacio—, que el hombre no se ha liberado. ¿Qué hace Dios? La respuesta es: Nos regala su discernimiento”.
Ese discernimiento nos permite visualizar dos núcleos de la razón cuyo ejercitamiento nos permitiría remontar esas vergonzosas actitudes: La identidad y la alteridad. Pero también, estos elementos manifiestan una sintomatología muy propia cuando son alcanzados por la exclusión.
De la identidad se ha tratado en abundancia. No obstante, me permito recordar que en muchos grupos poblacionales no quieren que sus descendientes hablen su lengua franca y en el mestizaje, es común esconder el apellido maya y resaltar el ladino. Es que, en esa falta de identidad, como dijo en una conferencia el Dr. Carlos Guzmán Böckler: “No queremos vernos al espejo”. Malos síntomas estos.
La alteridad es el reconocimiento del otro, de su dignidad como persona, de su condición de igual y nos evita esa terrible incoherencia entre ser y no ser; y, si actualmente carecemos de identidad, mucho más nos falta la práctica de la alteridad: la búsqueda del otro aún entre nosotros mismos. Reconocer y amar al otro y establecer un diálogo permanente con él.
La sintomatología de los tres estamentos se refleja en toda la sociedad: ¿A dónde iremos a parar cuando nuestras clases socioeconómicas high buscan a toda costa un nexo sanguíneo europeo (“aunque sea por violación” dijo un médico malcriado), las clases medias tratan de emigrar hacia el sueño americano y los núcleos poblacionales fronterizos —en su mayoría pobres— hablan como mexicanos?
Indudablemente, en nuestra patria, tenemos que comenzar a construir el amor.
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