El sistema educativo nacional está fracasado y, derivado de ello, también la sociedad. Gran parte de la culpa la tienen las dirigencias sindicales, especialmente la del antidemocrático Joviel Acevedo, quien año con año, con descaro, impunidad e indiferencia por los millones de escolares, impulsa paros magisteriales y sesiones permanentes, así como capacitaciones, celebraciones por cualquier cosa, falta de actualización y marchas y bloqueos en apoyo de intereses politiqueros y no educativos. Y lo peor es que lo hace con la más absoluta complicidad de la mayoría de los maestros y con nuestra pasividad.
La educación es un derecho, una obligación del Estado, además de una acción primordial para el desarrollo, para abatir la pobreza, para tener una vida digna: «Para salir de la pobreza hay que salir de la ignorancia. No hay que trabajar más. Hay que educarse más» (Humberto Ak’abal). Las dirigencias sindicales no entienden esto. Los niños no las conmueven. El salario sí las mueve. En un contexto socioeconómico de pobreza, de alta informalidad, de bajos y estáticos salarios mínimos, el maestro es privilegiado al tener un salario que compensa con creces su trabajo en comparación con los desempleados, los subempleados y los que trabajan por cuenta propia («en el país de los ciegos, el tuerto es rey»). Sin embargo, las dirigencias sindicales promueven la voracidad económica —mantienen el sistema— antes que el servicio o la función pública, especialmente la educativa, para lo cual el pueblo les paga.
No recuerdo un solo año en las últimas décadas en el cual el ciclo escolar haya transcurrido sin paros magisteriales, sin pérdida de tiempo en actividades banales y superficiales y sin pactos leoninos que expropian los recursos del pueblo y aumentan privilegios sin que todo ello signifique una educación de calidad y pertinente. Está comprobado que los niños, antes de entrar a este sistema educativo, son inquietos, creativos e indagadores, tienen sueños y aspiraciones. Pero, cuando ya han transitado por ese sistema fallido, tienen anuladas esas capacidades, se robotizan y pierden la perspectiva de futuro y las aspiraciones. La mayoría de los jóvenes no saben qué les espera ni adónde van. En este sistema, aunque Joviel ya no esté, muchos maestros ocuparán su lugar para hacer lo mismo y gran parte de la sociedad indolente será complaciente, pues en el fondo todos somos Joviel.
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El actual modelo educativo no tiene posibilidades de cambiar. Colapsó desde sus orígenes coloniales. Las fuerzas democráticas y plurales deben llegar al ejercicio del poder político para dejar que dicho modelo agonice hasta su final. No hay que inyectarle más recursos. No hay que dejar que crezca el número de maestros bajo ese sistema. No hay que crear escuelas que operen con las mismas lógicas y dinámicas educativas. Se debe plantear una revolución educativa que no permita que los intereses económicos se sobrepongan a los sagrados intereses y derechos de los niños y de los jóvenes, como ocurre en Alemania, donde se prohíben las huelgas magisteriales en tiempo de clases para no perjudicar a los alumnos.
La diversidad cultural del país demanda diversidad de modalidades educativas, reinventar la educación para que sirva a seres humanos vulnerables como los niños. Demanda que existan amplios niveles de descentralización y autonomía para nutrir con maestros dignos y de calidad esos nuevos modelos, susceptibles de verdaderas evaluaciones y monitoreos de parte de autoridades locales y comunitarias y de padres organizados, con contenidos actualizados en el marco de la globalización y de las prácticas y los saberes propios. Un modelo al servicio de la sociedad, en el cual las demandas y los derechos laborales no se vulneren y en el cual estos, a su vez, no vulneren los derechos de los niños y de los adolescentes. Un modelo con maestros formados continuamente, reflejo de la diversidad, y no como los del modelo actual, en el que muchos son racistas y trabajan en comunidades indígenas. Un modelo con maestros indígenas que no se vean seducidos por el color del billete y que enseñen desde la diversidad cultural, sin hacer trampa para obtener certificaciones de capacidad lingüística y cobrar el bono adicional por esa condición.
Un modelo o varios que vayan desarrollándose en la medida en que el modelo colonial vaya desapareciendo, cuando los maestros actuales se retiren, según las leyes laborales que los amparan.
Seguir nutriendo el actual modelo es seguir alimentando la injusticia educativa, la deshumanización de la educación, y condenando a las futuras generaciones a la pobreza, a la ignorancia, a la enfermedad y al racismo.
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