Mientras tomábamos algo y conversábamos, yo observaba al hombre que dormía, muy bolito y elástico él, sobre el congelador del que una mujer y los niños sacaban la cerveza que despachaban por la ventana. Me preguntaba qué poder lo sostenía para no haberse dado ya un buen somatón desde ahí. El Gato me contaba mientras, que participaba en esos días en el rodaje, en Nebaj y en “El Corralazo”, de algunas escenas de Distancia, una película que Sergio Ramírez dirigió y que están por estrenar en Guatemala (de paso, les recomiendo que no se la pierdan).
La vi recientemente. Una historia dura y hermosa sirve de argumento a la película, inspirada en la vivencia real del reencuentro de un padre y una hija que son separados durante el conflicto armado. La película retrata la distancia que los separaba (que era de tan solo 150 kilómetros) y que el padre recorre para reencontrar a la hija. Es muy significativa también la manera en que Sergio se topa en la vida con el argumento de su primera película: durante la filmación de un documental sobre las Comunidades de Población en Resistencia, escucha el testimonio de Tomás Choc, un hombre que lleva 20 años separado de su hija Lucía (secuestrada por el ejército cuando tenía tres años) pero que no pierde la esperanza de encontrarla viva. Para ella ha guardado un cuaderno lleno de sentidas historias (con escritura autodidacta, pues él nunca fue a la escuela) y dibujos sobre su resistencia y sobrevivencia durante todo ese tiempo.
“Mentiría si digo que a mí me afectó directamente el conflicto armado y que de ahí surge la película” dijo Sergio, secamente, en la presentación. “Pero eso no hace falta para motivarme a retratar nuestra historia y procurar que simplemente hablemos de ella. Falta mucho por decir aún. A todos nos afectó el conflicto, aunque sea de forma indirecta” remató sinceramente. Y es cierto. Hace falta hablar aún sobre esa historia que aunque, como Sergio afirmó esa noche, en la capital nos era lejana y ajena, nos dibuja y nos define como sociedad, aunque no nos demos cuenta. Aún cuando siga absurdamente oculta para muchos, todavía.
Personalmente, celebro la creación que va de la mano de la conciencia. Celebro este trabajo, que me parece un intento sencillo y muy honesto de relatarnos. El acto de contar historias tiene mucha potencia, pero no siempre es fácil. Y esta película logra dar mucho para pensar. A mí, por ejemplo, las escenas lentas y hermosas me hicieron sentir (me en) el ritmo del tiempo en el altiplano. Pero también me hicieron pensar en esa perversa manera que tiene el tiempo de paralizarse allá, como foto vieja. Pensar en que las cosas no cambian. En que, ojalá, trascendiéramos del perdón entacuchado e hipócrita de los actos gubernamentales, a una justicia que transforme la jodida situación de la gente allá. La película me hizo recordar que aquella noche, mientras volvíamos caminando con el Gato, vimos pasar la maquinaria de una hidroeléctrica que estaban comenzando ya a instalar (junto con un montón de conflictos) en el área Ixil. Me hizo pensar de nuevo en que aunque hoy muchas cosas han cambiado (hay asfalto, hidroeléctrica, canchas, autoridades electas, etc.) en realidad, las cosas no han cambiado para nada.
Pd. ¡Hasta siempre! al genio, maestro, Efraín Recinos. Un homenaje a su sencillez, su inconformismo, sus pelos alborotados y sus gafotas. Hermoso espiral entre tanto cuadrado. Viejito lindo, qué bueno que se nos queda presente y vivo por todos lados.
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