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Toda una vida

Responsabilizarme conmigo misma, atendiendo lo que reclama mi cuerpo (comer poco sin carne con verduras y fruta, gozar el descanso), mi corazón (indagar mis emociones, compartir mis desasosiegos) y mi cerebro (mantener la rebeldía y el gusto por conocer, ejercitar la memoria).
De mi mamita aprendí la importancia de la perseverancia y las ventajas del orden, de mi papá la fiesta.
“En mi libertad, sea de día o de noche, aparecen sombras que dibujan múltiples injusticias sociales e interrogantes, truenos que provocan cansancios y sentimientos contradictorios”.
“Escribir es mi habitación en la que entrelazo lo que intuyo, lo que siento, lo que me emociona y lo que he ido conociendo y aprendiendo. En este mi espacio saboreo el silencio durante horas o bien mi música preferida”.
“Estoy convencida que para promover la inclusión de las mujeres en todos los ámbitos de una sociedad son indispensables los referentes interpretativos que provienen del feminismo”.
Rosalinda a lado de su closet y sus ropas negras. Este año cumple 20 años de residir en Guatemala. Es una de las fundadoras de laCuerda.
“Procuro mi autonomía: en lo político no me subordino a ninguna corriente, estoy abierta a conocer nuevos enfoques sin olvidar algunos referentes emancipadores de antaño”.
“Carezco de problemas de salud, estoy bien conmigo, desconozco el sentimiento de culpa y no evito los momentos melancólicos”.
“En Guatemala me reúno con personas que me quieren y aceptan, incluso cuando bailaba arriba de las mesas”.
“No tengo raíces ni bienes porque no formaron parte de mis planes. No fue mi opción ser madre. He vivido el amor varias veces de manera intensa, conozco los encantos y dificultades que conlleva vivir en pareja”.
“A partir de mi independencia he podido decidir qué hacer y dónde estar la mayor parte de mi existencia”.
“Al conversar utilizo expresiones chapinas, aunque no he perdido mi acento mexicano. No me siento sola aunque estoy consciente que lo soy, así lo decidí”.
“En lo emocional soy irreverente, difícilmente acumulo tensiones porque todo lo saco, no me inhibo si quiero llorar, gritar o reír”.
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“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Esta vez responde Rosalinda Hernández Alarcón, periodista y coeditora de laCuerda.

En 2014 cumplo 20 años de residir en Guatemala. Esta estancia ha estado plena de vivencias que me han conmovido y sacudido, me he sentido útil y acompañada, he afianzado mis convicciones feministas, estrechado lazos políticos y compartido cariños.

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Recorrido por varios medios

Mis primeros escritos fueron publicados en México en los años setenta, abordaban diferentes temas, entre ellos, la problemática de las colonias populares ―falta de servicios, imposición de representantes, corrupción de caudillos―. Desde 1990 escribo acerca de realidades en Guatemala, luego de que me contrató una agencia de noticias, lo que significó para mí una oportunidad para vincularme a un país que sentía cercano, ya que conocía rasgos de la situación de violaciones a derechos humanos y la aspiración de finalizar la guerra por boca de personas exiliadas y activistas solidarias. Durante casi ocho años, la mayoría de mis reportes daba el crédito de la agencia, aunque también publiqué columnas con mi nombre en medios chiapanecos.

Mi llegada a la capital guatemalteca coincidió con el arribo de los primeros delegados de la Misión de Naciones Unidas para Guatemala (Minugua) en septiembre de 1994. Escribía principalmente acerca de las negociaciones de paz y los efectos de las políticas contrainsurgentes. Me incorporé al Club de Prensa Extranjera que fue una instancia de protección a periodistas y apoyo a trámites migratorios. Recuerdo con mucho cariño a seis corresponsales con quienes compartí sobresaltos y amenazas, largas esperas y alegres convivios. Nosotras y otros colegas convocamos a un encuentro en el ahora desaparecido Hotel Ritz con el propósito de que fuentes poco conocidas (lideresas, defensores de derechos humanos, activistas de diferentes sectores) fueran presentadas a periodistas nacionales y extranjeros, funcionarios estatales e internacionales y agregados de prensa. Esta reunión fue muy comentada por lo inusual del encuentro antes de finalizar la guerra.

Entre 1998 y 2000 con Inforpress Centroamericana tuve la oportunidad de publicar tres investigaciones interactivas, lo que implica hacer pesquisas en función de atender una solicitud de potenciales lectores, quienes requerían determinadas informaciones y la difusión de sus propuestas como la distribución de la tierra, legalización de la propiedad colectiva y que el Estado asumiera su responsabilidad en los conflictos agrarios. Estos estudios me permitieron un acercamiento al movimiento vinculado a la lucha por la tierra en Quetzaltenango, San Marcos, Sololá y Alta Verapaz, poco tratado en ese entonces desde un enfoque periodístico crítico, y motivaron mi interés por conocer más de cerca las realidades rurales.

Soy una de las fundadoras de laCuerda. Recuerdo que en el contexto de la firma de los Acuerdos de Paz, en una reunión convocada por Ana Cofiño en enero de 1998, siete mujeres con diferentes disciplinas académicas, entre ellas Laura E. Asturias y Paula del Cid, tomando en cuenta la invisibilidad de las mujeres en los medios de comunicación, coincidimos en querer publicar un medio masivo feminista dirigido a mujeres y hombres para exponer realidades de las guatemaltecas y difundir sus opiniones; así también decidimos ponerle un nombre que representara un territorio, un movimiento y, por añadidura, fuera el antónimo de loca como nos califican a quienes rechazamos el orden establecido, el deber ser. Una vez tuvimos claro qué queríamos, nos dimos a la tarea de conseguir financiamiento. En marzo de ese año publicamos el número cero, 16 años después el 171.

He tenido grandes satisfacciones a raíz de mi participación en procesos de formación de periodismo con enfoque de género ―ocho años en la Red de Mujeres Periodistas― a fin de hacer evidentes las condiciones de desigualdad que viven las mujeres en relación con los hombres, promover el cuestionamiento de los estereotipos de género y plantear alternativas para lograr relaciones equitativas. En la línea editorial de laCuerda nos adscribimos al periodismo feminista porque no sólo abordamos las discriminaciones de género, sino nos inclinamos hacia otros conglomerados marginados, mostramos la articulación entre diferentes sistemas de opresión ―de clase, etnia…―; damos a conocer posiciones que se contraponen a corrientes conservadoras, empresariales y militaristas; además nos proponemos incidir en el cambio de prácticas socioculturales ―como el machismo― que violentan a la mayoría de la población.

Otro goce que he tenido como cuerda es participar en cinco publicaciones. En los procesos siempre hay tensiones y tropiezos que se van resolviendo, desde la definición de contenidos y fuentes, en las entrevistas, búsquedas bibliográficas y de imágenes, redacción, múltiples revisiones, seguimiento a la diagramación, la reedición final, ajuste de colores y más. Lo cierto es que todas han significado mucho trabajo, aprendizajes y alegrías; han tenido su encanto y sus retos, no me atrevo a decir si alguna fue más o menos complicada.

Entre las anécdotas de imprevistos resueltos, recuerdo que al entregar la versión digital de un libro a la imprenta, nos dijeron que su equipo era incompatible y se requería hacer otra de inmediato para entregar el trabajo a tiempo; en un viaje a Nebaj, el vehículo quedó con una llanta en el aire cuando caímos a una cuneta; en Xela debido a los derrumbes, era imposible regresar a la capital. También he sentido frustración por lo difícil que es conseguir apoyos para publicar investigaciones, por las barreras del idioma o por la imposibilidad de tener más tiempo para conversar con quienes dialogué en San Marcos, Petén, Baja Verapaz, Jalapa, Retalhuleu, Quiché y Sololá. Una de las Ediciones laCuerda es especial: Nosotras, las de la Historia. Mujeres en Guatemala (siglos XIX-XXI) que fue calificada como un libro en tres porque uno es el texto, otro el conjunto de 350 imágenes y el tercero los relatos que suman los pies de foto. Escribí el ensayo Campesinas y su lucha por la tierra, además participé junto con Ana Cofiño, Andrea Carrillo Samayoa y Jacqueline Torres Urízar en la edición.

Una de mis mejores experiencias como periodista feminista ha sido formar parte de la Asociación La Cuerda porque convivo con mujeres de diferentes edades, corrientes y profesiones, comprometidas todas con la construcción de sujetos políticos que aspiran transformar esta sociedad repleta de injusticias.

Escribir, un sitio importante

Ser del Consejo Editorial de laCuerda me ha permitido contar con un espacio de creación privilegiado porque he llevado a cabo múltiples actividades, entre ellas, las que más me apasionan son escribir y editar porque ello implica entrar al campo de las búsquedas, las consultas y los cuestionamientos, así como recurrir a distintas formas de escritura hasta que por fin te convence lo que has redactado o editado. También es una fuente de acceso al conocimiento y de mi estabilidad económica.

Al escribir vivo diferentes sensaciones, las más evidentes son cuando inicia la tensión ante la expectativa de las averiguaciones, el recuento de lo investigado y la definición del guión; después viene el nerviosismo al recuperar notas, redactar, revisar fuentes y editar lo que puede durar horas, días, semanas o meses; el tercer momento es el sosiego cuando está finalizada la parte escrita. En ese instante viene una calma, de manera súbita las intranquilidades se diluyen ―en especial cuando se trata de un ensayo o una investigación―; ese terminar se convierte en un deleite que me permite caminar ligera, aunque ese bienestar se convierte en un vacío si no tengo de inmediato algo en puerta para seguir escribiendo.

Aspiro seguir en este campo de acción haciendo reflexiones críticas de las diferentes opresiones que existen y reconociendo la diversidad de las mujeres; es decir, investigar con, por y para ellas; y no sobre ellas. Esto lo aprendí de varias escritoras, especialmente de mi paisana Patricia Castañeda, una académica que describe las características de la investigación feminista.

Comunicar para empoderar

Redactar un manual para el manejo de medios dirigido a actoras y actores sociales fue una idea que tuve a los pocos meses de instalarme en Guatemala, hace ya dos décadas. Siendo corresponsal de una agencia de noticias, observaba debilidades de algunos representantes sociales al momento de dar declaraciones, ya que relataban cuestiones irrelevantes, otros catalogaban a las y los reporteros como amigos o enemigos, desconocían el significado de noticia y la importancia de definir la intencionalidad de sus mensajes. Invité a varios a intercambiar opiniones, juntos reflexionamos acerca de la necesidad de establecer relaciones ecuánimes con periodistas de medios comerciales y alternativos, conocer las características e impactos de unos y otros, valorar el trabajo de comunicación para fortalecer el liderazgo de los movimientos sociales, entre otros aspectos.

Con base en experiencias vividas en una escuela para personas adultas y otra de formación política en México ―donde apliqué enseñanzas de la Pedagogía del oprimido de Paulo Freire― me permitió diseñar y facilitar talleres con representantes sociales para la reflexión colectiva y crítica acerca de los medios conservadores y su influencia ideológica en el imaginario social, la responsabilidad de las expresiones organizadas de la sociedad civil para incidir en la democratización de los medios, así como promover el protagonismo de las mujeres como voceras y la difusión de sus demandas. La sistematización de estas actividades (durante casi ocho años), me permitió elaborar el manual: Ciudadanía y libertad de expresión, editado en 2003 y reeditado tres años más tarde.

La exclusión de las mujeres en los medios viola la libertad de expresión y el libre acceso a la información porque esa discriminación parte de la premisa que ellas están implícitas al hablar de hombres o bien las mujeres carecen de opiniones e intereses propios. Esta desigualdad que relega a las mujeres en segundo plano ―y que todavía muchas personas consideran normal― se concreta en el lenguaje y líneas discursivas, en la selección de fuentes y portavoces. Para revertir tal situación, tenemos que comprometernos como periodistas, activistas, académicas, ciudadanas, etc. Con esta idea, varias colegas unimos esfuerzos para publicar en 2005 una carpeta para periodistas: Mujeres, como fuente y como tema. Incluye aspectos de utilidad para contrarrestar los enfoques sexistas que discriminan al sexo femenino al invalidar sus capacidades y actitudes, así como los racistas que desprecian a las personas de diferente origen bajo el supuesto que hay razas superiores e inferiores. La buena aceptación de esta publicación nos motivó actualizarla y reeditarla en 2012.

Es evidente que los esfuerzos para mejorar la presencia de las guatemaltecas en los medios todavía son escasos. Estoy convencida que la ideología patriarcal ―basada en la supremacía de los hombres y lo masculino, sobre la inferioridad de las mujeres y lo femenino― preponderante en el gremio lo impide, pero también reconozco que es posible encontrar aliadas y aliados que incluyan a las mujeres en las líneas editoriales, evitando identificarlas en sus roles tradicionales o como objetos sexuales.

Mi experiencia de participación en talleres, foros, redes y encuentros, me ha llevado a reconocer la comunicación como una manera de relación para el conocimiento, el aprendizaje, el enriquecimiento de planteamientos, y sobre todo una forma para interactuar entre personas y colectivos. Años atrás defendía la categoría comunicación alternativa, actualmente -junto con otras feministas- proponemos hacer comunicación para la emancipación ya que es insuficiente nombrarla sólo como contraria a la tradicional (que es excluyente y jerárquica), hay que hacer explícita nuestra aspiración a establecer relaciones comunicacionales que nos liberen, nos empoderen, nos identifiquen como sujetos políticos. En la línea editorial de laCuerda nos reconocemos como un medio masivo/alternativo, para la acción política proponemos una comunicación para la emancipación.

Un compromiso especial

A inicios del 2000 crecía mi interés por abordar la situación de las campesinas en su lucha por la tierra en Guatemala. Tenía una asignatura pendiente, ellas estaban poco visibles en mis primeras investigaciones porque abordaban generalidades de las injusticias en el agro y los reclamos de solución.

Tras conseguir apoyos económicos y muchos esfuerzos, siempre acompañada de los saberes de trabajadoras del campo, lideresas e investigadoras, Ediciones laCuerda publicó en 2005 Las campesinas y su derecho a la tierra (realidad y emancipación). Este libro fue presentado en siete departamentos y fue entregado a las 68 mujeres que participaron en su elaboración, quienes mostraron gran emoción al recibirlo. Los dos capítulos que valoro más son la recuperación histórica de procesos de lucha y el análisis acerca de cómo el acceso a la tierra puede convertirse en una opción liberadora para las mujeres.

Tengo especial aprecio por la publicación que elaboramos cinco investigadoras y 28 ex combatientes del área ixil. Esto sucedió porque nos solicitaron escribir su historia antes, durante y después de la guerra. Memorias rebeldes contra el olvido fue un esfuerzo compartido para conmemorar a sus compañeras caídas, al igual que para dar a conocer sus vivencias a fin de que nuevas generaciones conocieran su historia y las razones que las motivaron a alzarse en armas. Escuchar sus testimonios sin duda fue una tarea complicada, oímos, vimos, sentimos y analizamos para construir un nos-otras; en más de una oportunidad lloramos y reímos, ellas priorizaban hablar de sus sufrimientos, pero en nuestras conversaciones fueron descubriendo sus capacidades y fortalezas como guerreras y como mujeres que piensan y siguen actuando: fue una indagación a través del diálogo.

Escribir con, por y para las campesinas ha sido una constante, me preocupa, me interesa y me anima. Estando cerca de su protagonismo, he reportado sus acciones y propuestas en las páginas de laCuerda y en mis columnas. Gracias a ello me fue posible elaborar el recuento de una década de luchas de mujeres rurales en Guatemala (2002-2012), mismo que sirvió como referencia para que las directamente involucradas analizaran sus experiencias locales y alianzas desde su identidad como mujeres y como actoras de cambio. Un cuaderno de 30 páginas sintetiza esa parte de la historia construida desde sus miradas. Aunque es una publicación pequeña, la considero muy valiosa porque rescata opiniones y emociones de quienes participan en la Articulación Nacional de Mujeres Tejiendo Fuerzas para el Buen Vivir ―la forman 50 organizaciones de 13 departamentos―. Ellas luchan por el acceso a la tierra y la seguridad alimentaria, la defensa de sus cuerpos y territorios, por una vida libre de violencia y su empoderamiento.

Una forma de vida

Estoy convencida que para promover la inclusión de las mujeres en todos los ámbitos de una sociedad son indispensables los referentes interpretativos que provienen del feminismo, por ejemplo: las conexiones entre lo que nos pasa a las mujeres y lo que está sucediendo en el entorno próximo y el mundo, asumirnos como sujetos de transformación que defendemos la práctica política en la vida diaria y en lo colectivo, reconocer el ámbito de las subjetividades.

El feminismo me ha significado contar con referentes filosóficos, entre ellos, reconocer la complejidad del sistema de dominación masculina y las posibilidades reales de cambio. Sostener un compromiso político a favor de las libertades y las transformaciones sociales. Responsabilizarme conmigo misma, atendiendo lo que reclama mi cuerpo (comer poco sin carne con verduras y fruta, gozar el descanso), mi corazón (indagar mis emociones, compartir mis desasosiegos) y mi cerebro (mantener la rebeldía y el gusto por conocer, ejercitar la memoria).

Procuro mi autonomía: en lo político no me subordino a ninguna corriente, estoy abierta a conocer nuevos enfoques sin olvidar algunos referentes emancipadores de antaño; en lo económico tengo ingresos suficientes, he optado por una vida austera aunque derrocho en vinos y quesos; en lo emocional soy irreverente, difícilmente acumulo tensiones porque todo lo saco, no me inhibo si quiero llorar, gritar o reír. Todo lo anterior explica mi oposición a las religiones y dogmas, mi repudio a las jerarquías y los mandatos, así como mi identidad internacionalista y aprecio a la lealtad.

Desde joven tuve inquietud de aprender otros idiomas para rebasar fronteras, y logré hacerlo a diferentes continentes. Primero priorizaba conocer gente en lugar de visitar museos, después lo central fue aprender experiencias organizativas de diferentes lugares en el marco de otro mundo es posible, en años recientes he tenido la oportunidad de presentar resultados de mi trabajo periodístico en otros países. Esto último fue posible gracias a los apoyos y estímulos de mis hermanas y de personas amigas cercanas.

De mi mamita aprendí la importancia de la perseverancia y las ventajas del orden, de mi papá la fiesta; de ambos aprender a valorarme y convivir: platicar, opinar, discutir, enojarse, jugar baraja y dominó, apostar, bromear, cocinar, echar la mano, paladear la comida y la bebida, sentir la música, bailar, conmoverse; en suma, compartir. Vivo todo ello cada vez que viajo a México. En Guatemala es diferente porque las convivencias son más frecuentes y por tanto menos intensas. Me reúno con personas que me quieren y aceptan, incluso cuando bailaba arriba de las mesas. Me la paso muy bien con jóvenes treinta y cuarenta añeros, aunque también me divierto con quienes superan los 50. Son cariños muy importantes, unos me acompañan en mis sueños o preocupaciones, otros en la acción política o la parranda. Si necesito un favor siempre me apoyan. Son mi otra familia, la no consanguínea.

Al conversar utilizo expresiones chapinas, aunque no he perdido mi acento mexicano. No me siento sola aunque estoy consciente que lo soy, así lo decidí. No tengo raíces ni bienes porque no formaron parte de mis planes. No fue mi opción ser madre. He vivido el amor varias veces de manera intensa, conozco los encantos y dificultades que conlleva vivir en pareja. Me siguen gustando los hombres. No me siento juzgada por mi forma de ser y vivir ni recibo presiones por parte de las personas que me quieren y entienden, otras opiniones no me importan ni afectan. Carezco de problemas de salud, estoy bien conmigo, desconozco el sentimiento de culpa y no evito los momentos melancólicos. A partir de mi independencia he podido decidir qué hacer y dónde estar la mayor parte de mi existencia.

Mi libertad

Escribir es mi habitación en la que entrelazo lo que intuyo, lo que siento, lo que me emociona y lo que he ido conociendo y aprendiendo. En este mi espacio saboreo el silencio durante horas o bien mi música preferida; percibo un acompañamiento de quien me lee, me comenta y me critica. En esta mi libertad, sea de día o de noche, aparecen sombras que dibujan múltiples injusticias sociales e interrogantes (cómo superar las desconfianzas, una de las peores secuelas de la guerra), truenos que provocan cansancios y sentimientos contradictorios (el poder avasallador que sigue manteniendo la gente abusiva e deshumanizada), así como luces que prenden ilusiones y me dan vida, la entereza de algunas mujeres que logran cambios a pesar de contextos tan adversos.


 

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