Ya pasaron varios meses desde la sentencia del 10 de mayo y de la posterior decisión de la Corte de Constitucionalidad revocando dicha sentencia. Como suele pasar, el debate sobre ese momento de la historia ha pasado a un segundo plano. El juicio abrió un paréntesis que aún no hemos cerrado.
¿Por qué los académicos no se pronuncian? Es un reclamo que he escuchado frecuentemente. No me sorprende el reclamo –sus razones tiene- pero en este libro por ejemplo, podemos encontrar un excelente intento para situar históricamente al gobierno de Ríos Montt en el violento y sangriento cénit del conflicto armado interno en Guatemala.
El libro de Virginia Garrard-Burnett es un libro indispensable para entender un período de la historia guatemalteca contemporánea. Período funesto, es verdad. Pero no basta entenderlo como período: hay que entenderlo a través de sus múltiples ramificaciones en la historia y ahora más que nunca, en el presente. Su traducción al español y su publicación por AVANCSO, es una verdadera contribución a la discusión apagada sobre memoria e historia en Guatemala –una discusión que no siga el ritmo de la batuta méndez-ruiziana.
La estructura del libro nos va guiando hacia algunas respuestas sobre la inquietud inicial de Virginia: ¿Cómo y por qué sucedió lo que sucedió?¿Cómo fue posible la matanza a gran escala en la década de 1980?
En este trabajo se intenta comprender por qué los eventos que sucedieron en Guatemala a inicios de la década de 1980 ocurrieron de esa forma. Revela las narrativas enfrentadas. Esa es, para la autora, una tarea que le compete a la historiadora o al historiador. Algunos preguntarán cómo y por qué investigar este pasado reciente, con qué objetividad. En realidad, la historia no puede desprenderse de la vida misma. Dilthey en el s. XIX decía ya que la historia es inseparable de la vida y del historiador; por una simple razón, enfatizaba el Dr. Guerra Borges: “porque la historia la hacemos nosotros”.
El libro aborda el tema del período de Ríos Montt y la cuestión religiosa de manera bastante detallada, hablando de los fenómenos religiosos en el contexto de los años setenta. No se limita al movimiento pentecostal, pues para entender estas tendencias (porque son múltiples) hay que explicar también las lógicas de otras corrientes religiosas que se desarrollaron en Guatemala. No es una explicación única. Ésa es, quizás, una de las mayores riquezas del trabajo: su pretensión por huir de las explicaciones arbitrarias y simplistas de los cambios religiosos.
Me parece que el punto central de este trabajo consiste en resaltar algo en lo que no habíamos reparado sino hasta mucho tiempo después: la tremenda importancia que cobra en Guatemala el uso político del discurso religioso desde los años setenta.
Ríos Montt los destanteó a todos: como bien lo subraya Virginia, enmarcó su agenda política en términos que eran prácticamente desconocidos en el discurso político convencional en Guatemala. Como cristiano nacido de nuevo, él bautizó su proyecto “la Nueva Guatemala”.
La incursión de V. Garrard-Burnett lanza muchas luces sobre ese proyecto y la utilización del discurso/ subtexto religioso o moral. El período de sus discursos también corresponde al período más sangriento de su gobierno. La autora logra poner en una perspectiva histórica el uso de la violencia de Estado: Ríos Montt no fue strictus-sensus “excepcional” pues durante el régimen de Lucas García privó un terror indiscriminado. Sin embargo, la llegada de Ríos Montt significó un disciplinamiento del terror. Como ella misma apunta, lo que hizo Ríos Montt fue restablecer la base moral de la contrainsurgencia, mediante la reinvención de los símbolos y el hábil uso del espacio ideológico para servir a esa “Nueva Guatemala”.
La guerra y el proyecto nacional se redefinieron en esos términos. No es un matiz menospreciable pues rebasó la performativa militar. En esa matriz analítica se inserta el uso efectivo de las imágenes y del lenguaje. No nos hemos detenido a examinar cómo las distintas expresiones características de la jerga ríos-monttista se insertaron dentro de un proyecto nacional que refuerza el imaginario liberal: “el cambio está en uno mismo”, “mantener la paz es asunto tuyo”, “la subversión empieza en la propia familia”, “la familia como núcleo de orden”, “la redención nacional va de la mano con la limpieza: tenemos que limpiar la casa”; “la lucha contra la subversión no es sólo monopolio del Estado sino responsabilidad y derecho de los ciudadanos”; en la Nueva Guatemala “hay que cambiar y redimir el corazón de los guatemaltecos”; la “guerra justa” y la idea del Nuevo Maya para la Nueva Guatemala –con un subtexto altamente asimilacionista-, etc.
Del análisis de Virginia, se desprenden varias preguntas incómodas. Por razones de espacio me limito a señalar las siguientes: ¿cómo se constituyó el perfil del enemigo interno?¿Qué condiciones conspiran para hacer no sólo posible sino probable que los vecinos se enfrenten entre sí y que el Estado trate a sus propios ciudadanos como enemigos internos? ¿Qué tanto de esto nos persigue y se ha colado como práctica social extensiva ahora en el presente? ¿Cómo nos definió el miedo y cómo nos sigue definiendo como método de control político y social? Y finalmente, ¿cómo se pudo posicionar este proyecto nacional adaptándose a la lógica del modelo liberal?
Sorprende que aún se utilice como referente discursivo que se estaba salvando a Guatemala del “comunismo”. Es un argumento que a mí, personalmente, me parece aburrido y obsoleto; pero no lo es en el sentido de su efectividad política. Para mí, la pregunta más desgarradora sigue siendo ¿cómo permitimos que esto sucediera? ¿cómo fue deseable y pensable lo impensable? Si bien es cierto que existió una recomposición estratégica del uso del terror y del miedo queda aún una angustia que no se aplaca: la angustia de la indiferencia. La indiferencia es una inacción profundamente política, señala Virginia. Añadiría que la profunda marca de la historia reciente en Guatemala, es la inscripción de la indiferencia como patrón de la organización social. Y por ello, frente a los remolinos del tiempo, estas preguntas nos obligan a pensar en subvertir la posibilidad de lo impensable, por el por-venir mismo.
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