Los segundos de vida que tuvo el remezón, tiraron por la borda las décadas de vida y construcción comunitaria en las zonas golpeadas por el terremoto natural. Ya se ha dicho, pero vale la pena repetirlo. La reacción oficial fue pronta. Por lo menos así lo registran los espacios de prensa que no han dejado de cubrir, cual pareja inseparable, al binomio presidencial en la zona del desastre. Aquí, allá y acullá, han aparecido por todos lados, revisando, inspeccionando, ordenando.
Aquí sí ha tenido rango oficial el bote de pintura aerosol que marca, mejor dicho estigmatiza, las paredes que habrán de morir por la mano del hombre, que mueva la máquina, que las derrumbe. “Peligro”, “inhabitable”, “demolición”, suelen ser las palabras que emergen del improvisado grafitero militar. Una parodia increíble del grafitero social, pero quien siguiendo las órdenes del evaluador, sí verá que su condena a la agonía o a la muerte en cada inmueble, verá cumplida la sentencia.
Y allí empieza entonces, una parte del terremoto social. Ya sea por inhabitable o por demolible parcial o totalmente, una vivienda termina por ser la razón por la cual sus ocupantes deben salir del hogar. A posar, como se dice en Guatemala, buscando refugio en hogares de familia o amigos, que no hubiesen sucumbido a la hecatombe. Si lograron salvar sus enseres, los llevarán. Si no, como la mujer que perdió casa y trabajo de un solo, cargarán como puedan con la cama o los trastos o algún mueble. No solo para rescatar alguna pertenencia o propiedad, sino también para rescatar algo de memoria, algo de recuerdo del hogar que habitaron y que de repente, como humano fulminado por un infarto, se ha venido al suelo o se vendrá dentro de poco.
Familias enteras se ven lanzadas a la calle de la noche a la mañana. Familias enteras, o mejor dicho completas pero no tan enteras por lo que han perdido, van con la mirada en el horizonte escuchando que quizá tengan acceso a una vivienda de 36 metros cuadrados, con dos dormitorios, cocina, sala y comedor, con techo de lámina de zinc. Casas que quizá cobijen en algún momento pero que en la montaña fría de San Marcos, serán más refrigeradora que vivienda. No solo por su arquitectura sino por la frialdad que en sí mismas llevan al carecer de lo perdido. De los recuerdos, de las vivencias y quizá muchas, de los seres queridos.
Es ágil la respuesta. Pero tan ágil como limitadamente humana. La gente no cuenta. No le han preguntado. Solo le han censado. Hay tres grupos, dice la vicepresidenta. Los que lo perdieron todo y no tienen trabajo. Los que perdieron todo y tienen trabajo. Los que perdieron algo. ¿Cómo saber a ciencia cierta quién perdió qué, sin actuar inhumanamente? ¿Cómo fiscalizar los gastos realizados en nombre de la tragedia en estado de calamidad? ¿Cómo impedir que un ministro aprovechado se compre carros para el equipo, aprovechando la oportunidad? ¿Cómo evitar que el censo necesario se convierta en registro para control social en los servicios de inteligencia? ¿Cómo educar al partido oficial para que entienda que si gobierna no es solo para sus afiliados sino para toda la sociedad y que debe atender a todas y todos los perjudicados por el terremoto? ¿Cómo humanizar lo inhumano?
Demasiadas preguntas acumuladas en tan pocos días después de la tragedia. Demasiadas dudas ya presentadas a tan pocos días de la emergencia. Demasiadas dudas que se vuelven certezas tras la sola confirmación de que en Guatemala, cualquier catástrofe natural, inevitablemente deriva en una tragedia social.
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