Las religiones son poder, en cuanto relaciones entre personas, de igual o distinta cultura, géneros, clase social... El poder es también esa capacidad que tiene alguien de que otro haga algo, diría un profesor de ciencia política en la universidad. Eso puede hacer la religión, y no sólo hacer actuar, sino hacer sentir, pensar, determinar la manera de amar y de ser.
La religión, sin embargo es también un camino optado para llegar a lo que creemos que es Divino, a lo esencial de nosotros mismos. Y de ahí también que yo, en lo personal, me sienta interpelada por mi religión y las estructuras, relaciones y tipo de poderes que motiva el catolicismo.
La experiencia me ha mostrado que no sólo hay una manera de ser católico, ni de ser ateo, aunque en cualquiera de los dos casos, siempre se tienen “condiciones de adhesión”. Sin embargo, en la pluralidad de creencias de nosotros mismos y de relación con la creación, yo comparto lo que nos ha dicho Mary E. Hunt este fin de semana, la tarea de la vida hoy es “encontrar formas de cambiar las estructuras de este mundo para que actuando así faciliten los procesos de cambio, donde los que están en posesión del poder, renuncien con la finalidad de que aquellos que no tienen para sobrevivir en justicia, alcancen el tener vida y vida en abundancia”.
Los cambios, aún en las instituciones religiosas, se dan a través de las luchas. La teología feminista es precisamente una teología que busca liberar. Entre las herramientas que esta teología propone, y de ella hace parte Mary E. Hunt, es un teo-ética que haga parte de “la energía renovable de la moral”, es decir entender ética y moral como dinámicas, como constructoras de realidades de justicia, y también como parte de la herencia religiosa que tenemos, pero abierta a los cambios y al compartir otras sabidurías para abonar a realidades justas e incluyentes.
Me han abierto una ventana: si a la mujer por miles de años se le han dicho cómo ser, cómo comportarse, cómo amar, qué sentir y hasta cómo sufrir, no es sólo porque no hemos decidido quiénes queremos ser, sino también porque no hemos sido nosotras las que hemos pensado en tanto agentes de nuestra propia ética. La ética para las mujeres ha sido impuesta en una clara y doliente desigualdad y disparidad, que han determinado la manera en cómo somos mujeres (culpables, malas madres y malas hijas, putas, brujas, rebeldes…) desde una subjetividad masculina que poco sabe de cómo nuestra integralidad cómo mujeres es.
Leyendo a la italiana Michela Murgia en “Y la Iglesia inventó a la mujer”, me he dado cuenta cómo la central importancia la tiene el sufrimiento en nuestras religiones, en especial a la mujer se le ha atribuido la capacidad de sufrir y de cuidar bien, como única razón de ser. ¿Cuántos hombres católicos ven en María una mujer para imitar, un ejemplo para cuidar a los hijos? ¿Cuántos niños crecen con María como ejemplo para su vida? Pero a las niñas católicas nos han dicen que pidamos ser cómo María y nunca como Juan o como Pedro. Y con todo, María tiene tanto qué enseñar, más allá de lo que la Iglesia muestra como únicos y exclusivos valores, tiene que enseñar no sólo como mamá, sino como mujer, por ella misma. La búsqueda espiritual no es el sufrimiento sino la belleza, como dirían otras teólogas, y la belleza es una hermana querida de la justicia. Ninguna de las dos se construye, al menos para la justa realidad de las mujeres, si nosotras no aportamos desde nuestras sabidurías, desde nuestras experiencias y desde cómo imaginamos una mejor realidad.
El Núcleo de Mujeres y Teología es un grupo de mujeres cristianas que están dispuestas a cuestionar, a preguntarse sobre su religión, sobre la manera de vivirla y de cómo pensar una realidad religiosa y política, económica y social, pero que éstas sean justas. En la XVII Jornada de Mujer y Teología, Mary E. Hunt y muchas otras mujeres –entre ellas mi madre–, rieron, cantaron, bailaron, y compartimos desde quiénes somos y de lo que vivimos una manera más justa de vivir. Esa ventana está abierta para ya no cerrarse.
Gracias a todas ellas.
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