En 2001, el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, señaló el papel fundamental de la tecnología como instrumento del desarrollo humano, al permitir a las personas elevar sus ingresos, vivir con mejor salud, disfrutar de mejores niveles de vida, participar más activamente en sus comunidades y llevar vidas más creativas. El Informe señala que, en el caso de los países en vías de desarrollo, existe una alta concentración de pobreza entre los habitantes de regiones rurales, que dependen para su subsistencia principalmente de las actividades agrícolas.
Este es el caso de Guatemala. La Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos de 2010, ubica la pobreza en un 51% de la población, con un 15% de pobreza extrema. La encuesta señala que el 47.8% de la Población Económicamente Activa vive en áreas rurales y se ocupa en labores agrícolas. Adicionalmente, instrumentos generados por SEGEPLAN ubican la pobreza y pobreza extrema en municipios en el área rural alrededor del todo el país tanto en el Altiplano, como en las Verapaces y el Oriente.
Para quienes viven en estas condiciones, la adopción de nueva tecnología para las tareas agrícolas, y especialmente para el manejo del agua, es crucial a fin de mitigar los efectos de la pobreza y elevar la productividad local, como pasos concretos para combatir el hambre, la malnutrición crónica y el avance de los desiertos.
La oferta de esta tecnología, a precios asequibles para pequeños productores, abarca sistemas de riego gota a gota, bombas de pedal, fertilizantes y plaguicidas mejorados, y nuevos métodos para recoger y almacenar cosechas. La combinación de estas herramientas con programas de acceso a micro-crédito representaría una receta de amplio impacto para mejorar las condiciones de vida del campesinado, a través del incremento de su productividad.
En otras palabras, con una inversión menor a la de adquirir un Iphone, un pequeño agricultor podría adquirir una bomba de pedal y un sistema de mangueras para micro riego, que garanticen llevar agua permanentemente a su parcela. La irrigación permanente llevará a obtener un mayor rendimiento –más quintales– e inclusive una cosecha adicional, generando nuevos ingresos para su familia. De esta forma, se podrían cambiar roles culturales: las mujeres, en quienes recae acarrear agua, podrían dedicar tiempo a tareas que les generen ingresos. Asimismo, se crearían incentivos para evitar la migración de los hombres como trabajadores temporales.
La incorporación de tecnologías para pequeños productores enfrenta diversos desafíos que impiden su rápida propagación y adopción. Entre estos desafíos destaca la necesidad de programas específicos de micro-créditos, ámbito en el cual entidades como Banrural han empezado a romper el círculo vicioso de préstamos diseñados para el consumo, altos intereses y garantías inmobiliarias. Adicionalmente, la introducción de tecnología debe acompañarse de capacitación y difusión de sus beneficios.
Sin embargo, el desafío mayor viene dado por los marcos regulatorios. Una apuesta estratégica enfocada en el sector agrario no debe tratar por igual a los pequeños productores y los productores a escala comercial. El trato preferente al pequeño productor en torno a temas como aranceles de importación, debería ser parte de un esfuerzo de política pública enfocado también en el fortalecimiento de mercados locales. Esta podría ser una interesante tarea de discusión para los nuevos ministros de Economía y Agricultura, así como para el director del INTECAP.
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