Pues sucede que hasta hace poco el lago en ruinas vivía su último aliento en una monótona y ya bien ganada tranquilidad. Pero, para su desgracia y la de los extremadamente indiferentes habitantes que aún gozan de su pasado esplendor, la mirada de una funcionaria pública empezó a querer cambiar, si no su destino, al menos sí ciertos hechos que terminarían por ponerlo en la mira.
Y es que en algún rincón del planeta, de día o de noche, despierta o dormida, la funcionaria en cuestión posi...
Pues sucede que hasta hace poco el lago en ruinas vivía su último aliento en una monótona y ya bien ganada tranquilidad. Pero, para su desgracia y la de los extremadamente indiferentes habitantes que aún gozan de su pasado esplendor, la mirada de una funcionaria pública empezó a querer cambiar, si no su destino, al menos sí ciertos hechos que terminarían por ponerlo en la mira.
Y es que en algún rincón del planeta, de día o de noche, despierta o dormida, la funcionaria en cuestión posiblemente dijo: «Púchica. Ya me falta menos de un año para que se me acabe la buena vida y como que tengo que velar por mi futuro». Así que ella misma se puso a pensar, y puso a repensar a su grupo empresarial de asesores para ver si entre todos se les iluminaba, y zas. De repente se oyó una voz chillona que gritó con el tono de haber descubierto el agua azucarada: «Pero si allí está el lago de Amatitlán. Hay que recuperarlo». «Sí, señores», dijo la funcionaria sintiendo que el alma le volvía al cuerpo y tomando como suya la consigna. «Me empiezan a buscar tecnologías avanzadas, les digo, porque de que recuperamos el lago lo recuperamos, y con mano dura. Sí, señor».
Y entre el dicho y el hecho no hubo ningún trecho. «Para luego es tarde», se dijeron, y entre buscar la empresa de dudosa procedencia, su dizque genio inventor representante y la fórmula mágica que salvará el lago por cuatro añitos (hasta que otro funcionario del siguiente gobierno también quiera volver a recuperar lo irrecuperable) no hubo más que unos cuantos días de afanoso y arduo trabajo, incluida la licitación muy bien orientada a una sola empresa, la visita de la funcionaria al lago (véase el revelador y emotivón video en Youtube), los experimentos realizados y la conferencia de prensa arreglada.
En todo este embrollo deseo que algo quede bien claro: no estoy de acuerdo con semejante estupidez. El té de limón, elemento que, según dicen, contiene la fórmula que salvará al lago de Amatitlán, no tiene las propiedades que le asignan los supuestos expertos. Cualquiera que posea mínimos conocimientos homeopáticos sabe muy bien que el té con verdaderas propiedades curativas es el verde.
Así que, mientras insistan en decir que la fórmula mágica lleva té de limón, voy a seguir afirmando que nuestras autoridades nos creen tan tontos que, en este y otros asuntos, pretenden darnos té de limón como si fuera atol con el dedo.
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