Luego de conocerse la captura del superintendente de la SAT, su antecesor y toda una retahíla de joyas incrustadas en fase quística y larvaria en el corazón de la entidad encargada de las funciones de administración tributaria de Guatemala, sobrevino una serie de tartamudeos durante las declaraciones de los funcionarios del Gobierno. Indudablemente, la noticia los tomó con las calzas en las manos.
Tartamudeaba el ministro de Gobernación. Tartamudeaba el presidente de la República. Tartamudeaban el vocero de la Presidencia y hasta algunos locutores de noticieros televisivos. Conste que los presentadores ceceaban de la emoción, creo, por ser ellos quienes nos daban a conocer tamañas felonías casi en exclusiva. Los únicos que no farfullaban —durante la conferencia de prensa en la cual se dio a conocer semejante estructura criminal— eran Iván Velásquez, jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, y Óscar Shaad, jefe de la Fiscalía Especial contra la Impunidad.
No era para menos. Quedaba al descubierto el contagio que ha provocado el crimen organizado hasta en esferas inesperadas. A sus huevecillos, sus gusanos y su putrefacción adheridos casi irreversiblemente al Estado se les intuía, mas no se les conocía en toda su dimensión.
Y, por qué no decirlo, tartamudeábamos también las personas que pagamos puntualmente nuestros impuestos.
Junto con el impacto de la noticia de la caída de semejante cúpula, también hubo dos causas más de tartajeo. ¿La primera causa? Pues darnos cuenta de quién era el jefe de la estructura criminal y de su cargo en el actual gobierno: Juan Carlos Monzón, secretario privado de la vicepresidenta Roxana Baldetti. ¡Vaya, pues! Cuánta razón tiene El Peladero del diario elPeriódico en orden al perfil de dicha persona.
Y como no hay primeras sin segundas, la otra causa: saber que el susodicho andaba con Roxana Baldetti en Corea del Sur en el momento de la captura de sus achichincles. Allá ella recibía un doctorado honoris causa por la Universidad Católica de Daegu. ¡Vaya, pues! Sobre llovido, mojado. A lo sabido e intentado de digerir respecto a la defraudación aduanera, un chipotazo en pleno rostro para la academia. No solo de Guatemala, sino del mundo entero.
¡Háganme ustedes el favor! ¿Un doctorado honoris causa para esa señora? ¿De qué y por qué? Según la prensa internacional, el título le fue entregado en Trabajo Social. ¿Qué dirá el Colegio de Humanidades de Guatemala? ¿La felicitarán las respetables trabajadoras sociales y los respetables trabajadores sociales de Guatemala por semejante honor? La verdad, a mí me repulsa verla togada y con bonete. Espero que no haya bailado El caballito de palo estando ya investida.
Otro sí: ahora resulta, según las últimas noticias, que su secretario privado fue declarado prófugo. De pronto, algo así como por el encantamiento de una bruja mala, ¡ya no se comunicó con ella! Otro motivo para tartamudear. Como también lo fue escuchar a Otto Pérez Molina decir que la Cicig no ha tenido logros en el desmantelamiento de estructuras paralelas. Pregunto: ¿qué significará para él una estructura paralela al Estado?
Nada es tan riesgoso en Guatemala como caminar fuera del camino de ese monstruo tan competente como maléfico que hoy llamamos Gobierno. Me refiero a su capacidad para ejercer la perversidad. Los mecanismos para conspirar y ejercer control sobre la población los tiene más corregidos y aumentados que durante la guerra interna. Pero, no obstante los tartamudeos de las personas asustadas y nuestros azoramientos, «no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo aguante».
Más de este autor