Esta, creo yo, es la realidad dominante en el territorio nacional.
Algunos sectores se esmeran en la pretensión de ocultar esta realidad y propugnan por acallar y reducir al orden a aquellas voces que la denuncian y exigen un orden distinto de las cosas a partir del cual puedan acceder a oportunidades reales para revertir esa condición de subdesarrollo.
Estos sectores sustentan dicha pretensión en la promesa de empleo que surgirá a partir de la ampliación de industrias ext...
Esta, creo yo, es la realidad dominante en el territorio nacional.
Algunos sectores se esmeran en la pretensión de ocultar esta realidad y propugnan por acallar y reducir al orden a aquellas voces que la denuncian y exigen un orden distinto de las cosas a partir del cual puedan acceder a oportunidades reales para revertir esa condición de subdesarrollo.
Estos sectores sustentan dicha pretensión en la promesa de empleo que surgirá a partir de la ampliación de industrias extractivas de tradición degradante y contaminante, con una enorme capacidad de activar la violencia y la fragmentación social, de baja intensidad en la generación de empleo y con historial importante en la práctica de incumplimiento de pago del salario mínimo.
Esa promesa ya no tiene sustento y las dinámicas sociales de la actualidad así lo demuestran. Es oportuno entonces preguntar: entre las manifestaciones sociales de inconformidad y el subdesarrollo que padecemos ¿cuál es causa y cuál es efecto? Entre aquellos que desean tranquilidad para concretar sus empresas y aquellos que piden ser incluidos en un nuevo esquema de desarrollo, ¿qué es más importante?, ¿de qué lado hay más guatemaltecos?
No es este un planteamiento de rechazo a las inversiones privadas. Pero, en este contexto, bien valdría la pena conocer los acuerdos que han alcanzado el Gobierno y el sector privado de capital nacional y transnacional para implementar efectiva y eficazmente los criterios que el primero emitió en el “Marco General de Política para la Promoción de la Inversión Privada en Territorios Rurales”, dentro de los cuales destacan la sostenibilidad ambiental; la equidad social –empleo seguro, decente y de calidad, ingresos fiscales, gastos e inversión pública para el desarrollo rural- y el respeto a la multiculturalidad.
¡Cuidado! porque aquí pueden surgir grandes contradicciones, apuntaladas por una especie de creatividad negativa. Crear la categoría de “salario sub-mínimo” bajo el argumento que hay zonas tan deprimidas que deberían conformarse con recibir algo, representa, ni más ni menos, que un firme compromiso con la sostenibilidad del subdesarrollo.
¿No va siendo ya tiempo de que la obcecación por el statu quo le dé paso a la razón y a la solidaridad para construir un nuevo esquema que brinde seguridad económica y bienestar integral para todos, único camino viable para alcanzar la paz y la concordia, según se ha repetido insistentemente?
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