Por Mónica Salazar
Habían pedido apoyo de un grupo de psicólogos para “evaluar” a ex pandilleros y mareos. Sí, estábamos usando nuestra varita medidora como representantes de la sanidad y con ese poder decidiríamos sobre el curso de sus vidas: trabajar o no en una maquila que se atrevió a abriles las puertas. Lo importante no era la experiencia laboral, ni el grado de estudios, eran esos demonios internos que únicamente los mareros tienen. ¿Están en control?
Marta, 18 años, cara tatuada con su edad pero se lo hizo a los 13. Fue novia del jefe de la clica. Él estaba preso cuando la conocí, ella aprovechó para salirse. Vive sola con su madre y deben un año de renta. Ninguna de las dos labora. La señora está tirada en cama con los músculos endurecidos: Marta carga con la culpa.
Pasé los instrumentos de cajón, sólo me faltaba uno, la figura humana, prueba para explorar el inconsciente. Mientras le daba la hoja en blanco, todo mi ser negaba su cientificidad. Pero esta vez me erizó.
Marta dibujó a una mujer que parecía un cerdo. Cuerpo redondo, extremidades cortísimas, dientes de sierra, ojos minúsculos: no se siente dueña de sí misma pero debe defenderse. Usa sus dientes filosos para asustar y ojos pequeños para no ver. Negar la realidad es un excelente mecanismo de defensa cuando vivir duele.
Le pido que me cuente (se invente) la historia de esa mujer sobre el papel. Vive sola, la familia la abandonó. Nadie la quiere. Cuando la ves ¿qué sentís? Odio, asco, venganza, tristeza, resentimiento, cólera –as venas de su cara latían, manos tensas, su mirada penetraba la mesa–¿A quién te recuerda? A mi mamá, abuela, tías, vecinas, a las mujeres de la Iglesia; y sí –levanta los ojos y me mira fijamente–, me recuerda a mí.
Esos ojos son los que sentí al verme en los de César, su expresión corpórea, su posición en el mundo o más bien su anulación: muertos en vida. Sería fácil en ambos casos culpar a sus familias y en especial a las madres (las madres son, según dicen, las que deben amar incondicionalmente).
¿Pero acaso la familia es una burbuja que crea sus propios demonios en total desconexión de lo que la rodea? Podríamos decir que su situación es producto de la deshumanización de sus padres, de la falta de valores (Dios no está en sus corazones), de su poca o nula educación (civilización) por ser pobres o peor aún, podríamos argumentar que algunos nacen más malos que otros o han de ser satánicos. Podríamos decir que sólo hay Martas y Césares, en el área rural o urbano marginal. Podríamos partir la realidad en negros (malos) y blancos (buenos), y posicionar en los blancos a quienes no tienen tatuajes en las caras y ponen cadenas en los cuerpos. Pero la moral no sirve para explicar la violencia.
El maltrato infantil y la violencia juvenil tienen raíces psicosociales e históricas que llenan el suelo Guatemalteco: somos este árbol de la muerte. Los sueldos de Q40,000 (y más), y la naturalización de la riqueza, sostienen el tronco. La violencia la encontramos no en los ojos de César y de Marta, sino que en lo que reflejan cuando los vemos.
El Cuerpo de César
Próstesis, órtesis y ortopedia del poder violento
Por Gustavo Herrarte
La foto reproducida arriba fue tomada por Christian Aponte, director de una ong llamada Cafnima y que trabaja en el Valle de Ulpán, San Pedro Carchá. Fueron Christian y los personeros de dicha institución los que me contaron la historia de César; el pequeño niño que protagoniza la fotografía.
A César, un niño k’ekchi’ de aproximadamente cuatro años, lo encontraron miembros de Cafnima. Sufría de una desnutrición severa que consumía su pequeño cuerpo y su desnutrición estaba cualificada por un acto de violencia: su madre lo mantenía encadenado a un palo fuera de su vivienda.
Las razones dadas por la madre, fuera de la lógica antropológica (emic), nos parecerán irracionales. Sin embargo, irracionales o no, tienen una consecuencia clara para la vida de este pequeño niño. Para poder entenderlas se debe tratar de no juzgarlas con una moralidad exógena a la localidad y la configuración social que las permite.
Su madre, me explicó Ricardo, ejecutivo de Cafnima, cuando ella estaba embarazada de César vio un “rayo” caer a tierra. Este acto de luminosidad y estruendo, en su concepción metafísica, condenaba al niño a ser un “maldito” dentro de su familia y su comunidad. Este hecho traería “mala suerte” para el niño y para todos aquellos que lo rodean. Cuando su padre los “abandonara por otra mujer” se le atribuyó la culpa a la maldición de César. Por lo tanto su cuerpo “debía” ser marginado, controlado y castigado para evitar que su maldición continuara afectando la vida de otros. Su encadenamiento fue la práctica social que su madre aplicó y que la comunidad toleró. Todo apunta, según me compartiera Christian Aponte, a que esta práctica es común en Ulpán y se aplica a todo infante considerado “maldito” (por lo menos se sabe la existencia de otro niño que también sufre de este tipo de violencia debido a su epilepsia).
A este tipo de violencia, en mucha de la literatura antropológica, se la denomina violencia espectacular y tiene un rol semiótico: mostrar quasi-iconográficamente al acto de violencia como un símbolo del control sobre el cuerpo no deseado. El castigo sobre un cuerpo particular es también un castigo para un cuerpo colectivo. La “comunidad” epistémica que comparte el sentido construido alrededor del símbolo lo utiliza como una guía nomotética para guiar el comportamiento moral y ético de sus miembros. Ser un “maldito” en la comunidad que habita César tiene una consecuencia real que puede también significar no solo un estado de anomia sino también la muerte.
La violencia espectacular necesita de órtesis y próstesis para producir y reproducir cuerpos dóciles. Tanto la docilización del cuerpo-objeto como la del cuerpo colectivo. Órtesis es un tipo de conocimiento que promueve la refuncionalización de un cuerpo considerado no-productivo o no-deseado dentro de una estructura social; próstesis se refiere a las tecnologías materiales utilizadas para lograr dicha refuncionalización. El concepto de órtesis, en el caso particular de Ulpán, se puede utilizar para dar una explicación al “mito del rayo” que denota un conocimiento específico sobre modelos sociales sobre el bien y el mal, así como también sobre las técnicas a utilizar para “controlar” en específico al mal percibido. Próstesis en el caso de César se evidencian en la cadena que abraza su cuello, así como también el palo al que la cadena está aferrada y el espacio público que habita César. Tanto el conocimiento local (órtesis) como las tecnologías del poder (próstesis) se conjugan en una práctica social violenta que mantienen a César en un estado de anomia y al borde de la muerte.
La violencia en la sociedad es cotidiana. Mucho de la teorización sobre la violencia en Guatemala se enfoca en la violencia espectacular del Estado o de grupos corporativos (e.g. crimen organizado, carteles de drogas, etc.). Sin embargo, la violencia que se evidencia en el día a día se mantiene fuera del ejercicio teórico contemporáneo en el país. Es en la cotidianeidad en la que encontramos el producto de la conjunción entre conocimiento y tecnología del poder. A esta conjunción la denominamos ortopedia. La ortopedia, siguiendo la argumentación de Michel Foucault, es un dispositivo social (práctica social) que pretende normalizar un cuerpo: hacerlo productivo o deseable para la sociedad.
César es un buen ejemplo de un cuerpo docilizado mediante mecanismos ortopédicos. Ricardo me contó que él le trató de quitar la cadena del cuello. El niño, con lágrimas que surcaban sus mejillas sucias, le rogó que no lo hiciera. Él tenía miedo de que su mamá lo descubriera libre y que le pegara. César, sin saberlo, estaba siendo también reproductor de su propia subyugación. Bourdieu le llama a esto violencia simbólica. Ortopedia, la conjunción de órtesis y próstesis, produce sujetos sociales que reifican su estado de subyugación y la promueven.
La historia de César es trágica. Lamentablemente no es una historia aislada. Muchos otros niños en Ulpán sufren de vejámenes similares. Pero no solamente en Ulpán. Muchos niños y niñas sufren de distintos tipos de violencia alrededor de Guatemala. La vida de estos niños se conecta con la vida de todos nosotros. Sus cadenas son producidas por la misma sociedad que habitamos. Su desnutrición es producto del sistema económico que sostenemos voluntaria o involuntariamente.
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