Algunas cifras para ilustrar. Aparece una variable llamada democracia estable, que a su vez se compone de dos partes: apoyo al sistema y tolerancia, cada una de ellas armada por varios indicadores. En el primero, Guatemala aparece con un 49%, en la parte media baja, solo arriba de Guyana, Perú, Paraguay, Jamaica, Haití, Venezuela y Brasil. En el otro apartado, tolerancia, el dato es lapidario, como no había ocurrido en los informes bianuales elaborados desde hace más de una década. Aparecemos...
Algunas cifras para ilustrar. Aparece una variable llamada democracia estable, que a su vez se compone de dos partes: apoyo al sistema y tolerancia, cada una de ellas armada por varios indicadores. En el primero, Guatemala aparece con un 49%, en la parte media baja, solo arriba de Guyana, Perú, Paraguay, Jamaica, Haití, Venezuela y Brasil. En el otro apartado, tolerancia, el dato es lapidario, como no había ocurrido en los informes bianuales elaborados desde hace más de una década. Aparecemos de último con 29.5%. El resto de Centroamérica aparece no menos de 12 puntos arriba. Solo Panamá nos hace alguna competencia con 32.1.
Con esos niveles de intolerancia, ¿qué podemos construir por delante? Ese valladar se coloca como un muro infranqueable que se solidifica en la medida en que Ríos Montt sea aún defendido, en que la propuesta de pena de muerte tenga adeptos, en que el movimiento anti-Cicig se levante como muestra de los miedos de los conservadores y de aquellos que tienen la cola machucada y en que el mismo presidente aliente a que el país sea uno de los pocos del continente donde el matrimonio gay suene a cosa de otro planeta.
Esa muestra de profundo desaliento indica que las condiciones para levantar vuelo son más difíciles de lo pensado. Lo más grave es que seguimos siendo caldo de cultivo fácil para que propuestas autoritarias, semiautoritarias disfrazadas de discursos simples y de cambios que en definitiva transiten en cuenta regresiva se instalen y desarrollen con toda facilidad. Esto se traduce en que, si bien importa la transición que ocurra en enero de 2016, son igualmente preocupantes esa oleada en favor de reformas constitucionales generalizadas y otra serie de propuestas rupturantes.
Recordemos que todos los gobiernos de la era democrática, después de Arzú, desperdiciaron la oportunidad de reformar partes del Estado y fueron tentados por objetivos tangibles de corta duración. Ahora pagamos esas nefastas consecuencias.
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