Y así las cosas, todo indica que seguirá recalentándose más y más. Las simbólicas y ridículas multas que aplica el Tribunal Supremo Electoral para penalizar estas transgresiones de adelanto de campaña no alcanzan para impedir la acción proselitista. Tanto el partido de Gobierno como la principal fuerza opositora parecen burlarse de esas medidas.
Eso ya nos da una pista de lo que está en juego: si hay normativas respecto al trabajo de los partidos políticos y una instancia que impone sanciones cuando estas se incumplen (para el caso, penalizando la actividad propagandística para antes del inicio oficial), pareciera que toda esa legalidad no cuenta: fomentando la impunidad reinante, los democráticos partidos que se lanzan al ruedo electoral (que se cuentan por docenas) ratifican que la violencia y la corrupción siguen estando más que presentes en el corazón de la vida política del país.
¡Peligroso! ¡Altamente peligroso! Si eso es la democracia, puede entenderse que la población que debe votar en septiembre pueda estar desconcertada. O quizá hastiada.
Hace algún tiempo se hablaba aún de transición democrática, luego de largos años de gobiernos militares. Hoy en día ya no, lo que lleva a pensar que entonces sí se alcanzó la democracia plena. Pero ¿esto es la democracia? Los problemas estructurales persisten inalterables. Lo mismo que sucedía décadas atrás, cuando comenzaba la guerra interna, que costó 245 000 muertos, se mantiene: más de la mitad de la población bajo el límite de la pobreza (Q16 de ingreso diario), 60% de la población económicamente activa subocupada o abiertamente desocupada, muchos hogares sobreviviendo gracias a las remesas que llegan de sus familiares que se fueron mojados, racismo, niños trabajando desde temprana edad, alta tasa de analfabetismo, machismo por doquier, corrupción, impunidad a la orden del día, la mentira como norma de los actores políticos (entre tesis plagiadas y escandalosas declaraciones de lagos limpios, por decir lo menos)...
Ante esta situación, no muy prometedora por cierto, la población parece estar creyendo cada vez menos en la democracia. Según algunas de las tantas encuestas que circulan en este momento, aproximadamente un 25% será «voto duro» (fidelidad a un partido), mientras que un 75% del voto será producto del «mercadeo político» (influencia de la monumental propaganda, cooptación, acarreo). En ese contexto de escepticismo comenzó a circular, fundamentalmente por las redes sociales de momento, el llamado al voto nulo.
La tendencia no es despreciable y parece ir en paulatino aumento. En estos momentos se habla de cerca de un 20% de las preferencias electorales por el voto nulo. Eso, sin dudas, algo significa.
Voto nulo no es lo mismo que abstención. Abstenerse es no tomar parte en la contienda electoral, no asistir a un centro de votación el día de las elecciones, quedar al margen. Votar nulo implica que alguien lo pensó, se tomó la molestia de ir a una urna para decir claramente que no está de acuerdo con el sistema en juego e invalidó su sufragio a sabiendas.
El fenómeno, contrariamente a lo que algunos sectores opinan, no llama al anarquismo. No es una locurita. Constituye un importante hecho político que no se puede menospreciar. Que un considerable porcentaje de la población participe en la contienda electoral optando conscientemente por anular el voto significa que ese sistema ya no abre esperanzas, no genera expectativas (las pocas que puede haber generado en las elecciones anteriores si se quiere, pero, en todo caso, expectativas al fin). Indica que está colapsado. ¿Hay con qué remplazarlo?
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