Este comportamiento bien puede ser explicado con lo que en psicología se conoce como sesgo confirmatorio, que básicamente consiste en escoger y procesar solo aquellas afirmaciones que justifiquen las propias suposiciones e hipótesis. Los portadores de este sesgo no son capaces de atender otras razones, mucho menos de valorar negativamente sus actos. Para algunos de ellos, por ejemplo, es el socialismo el que ha destruido países como Guatemala, aunque todas las evidencias muestran que en este país nunca ha habido regímenes que de lejos se parezcan al socialismo. Pero ellos insisten, se lo repiten, se tapan oídos y ojos y reiteran que quienes buscan, proponen y aplican justicia contra algunos de los tantos criminales que cometieron actos contra la humanidad son enemigos del país y que todo lo que dicen es falso.
Entre los que padecen tal sesgo sobresalen los que bien podemos considerar como portadores del síndrome de Onoda, que se define como el rechazo vehemente a cualquier evidencia de que el supuesto enemigo que se combatió literalmente a sangre y fuego no era como en su momento se quiso presentar y, lo más importante, que en la actualidad ya no existe. De ese modo, tampoco es posible esgrimir las razones y los motivos políticos y económicos que entonces se utilizaron para justificar aquellos criminales actos.
Como se sabe, Hiroo Onoda (1922-2014) fue un soldado japonés que, enviado en misión de inteligencia a Filipinas —a destruir puentes y pistas de aterrizaje—, no solo no logró su cometido, sino que la fuerza militar a la que había sido incorporado fue totalmente aniquilada por los aliados. Pero sobrevivieron él y tres soldados más, que entonces se internaron en los bosques, donde, ya solitarios, vivieron 29 años y se negaron a aceptar que la guerra había terminado, que el mundo había cambiado y que por quien peleaban era una ficción autoritaria.
Hoy en Guatemala, como en varios países de la región, deambulan agresivos, violentos, desesperados varios de los que antaño fueron esbirros o vivieron a la sombra de ellos. Para ellos, el conflicto no solo no ha terminado, sino que, a pesar de todas las evidencias, buscan desesperadamente argumentos para negar o justificar todos aquellos crímenes. Declaran sus enemigos a todos los que de manera clara o con algunas razones les dicen que lo que hicieron fue criminal y que ya no hay por qué justificarlo. Necesitados de autoafirmarse, cada vez se aíslan más de sus excolegas, amigos y familiares que sin estar manchados de sangre asumen con objetividad que los tiempos son otros y que hay que seguir adelante, aclarar los hechos y juzgar a los culpables. Urgidos de sobrevivir sin reformarse, los criminales y sus allegados se encierran en discursos monótonos y repetitivos tratando de cerrar los ojos ante tantas y contundentes evidencias.
Si bien ya no conforman grupos y asociaciones semisecretas para ejecutar sus crímenes al amparo del Estado, mutuamente se halagan y reseñan libros en los que sin mayor fundamento empírico quieren que la historia sea como ellos la imaginan y sueñan, y no como realmente fue. Acostumbrados a mentir, a manipular información y a callar a golpes y hasta con la muerte a opositores, hoy ciegamente se aferran a sus mentiras sin darse cuenta del aislamiento al que se condenan.
A estos portadores del síndrome de Onoda les ha dado por crear asociaciones y fundaciones más parecidas a la Shindo Renmei (Liga del Camino de los Súbditos del Emperador), que los nipobrasileños llegaron a crear no solo para negar la derrota japonesa, sino, sobre todo, para desprestigiar y asesinar a los que entre los suyos se rendían ante la incuestionable evidencia histórica de la derrota japonesa.
Ellos, como aquellos japoneses semianalfabetos y ultraconservadores que agredieron a sus coterráneos en los años 1940 y 1950 en Brasil, agreden y atacan a todos los que se les oponen, más aún si ejercen función pública en el sector justicia. Si un periodista no les da la razón en alguno de sus argumentos, de inmediato es declarado su enemigo. Si un excolega no los secunda en su estridente gritería, es porque siempre fue un infiltrado. Y si este marcha a pesar de los esfuerzos de aquellos por entorpecer los procesos judiciales, con la ayuda de sus financistas y comunicadores sabotean el sistema judicial e intentan el asesinato político, profesional y social de quienes ejercen sus funciones de manera firme y consecuente.
Para la mayoría de los psicólogos, los portadores del sesgo confirmatorio no son recuperables y sus prácticas en la sociedad solo desaparecen cuando son sustituidos por generaciones más informadas y menos fanatizadas, cuestión que puede resultar aplicable a quienes consideramos portadores del síndrome de Onoda. Hay, pues, que librar una tenaz y constante lucha por la verdad y la memoria, de manera que tales desviaciones psicosociales no se contagien a las nuevas generaciones. Por tanto, debemos defender hasta con las uñas cada pedacito ganado a la justicia, a la verdad y a la memoria.
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