“La maestra”, a lo largo de los últimos 22 años, ha construido en torno a sí un capital político respaldado por el alto número de afiliados a su sindicato y, por supuesto, sobre el presupuesto de sus aportes sindicales, elementos que le permiten contar con una enorme influencia dentro de la política mexicana. “Sé de mi mala fama”, admite Gordillo durante la entrevista, quien a cambio de apuntalar el triunfo de Felipe Calderón sobre López Obrador habría obtenido el control de dependencias públicas en el Gobierno mexicano.
El caso de “la maestra” no puede dejar de recordar a otros similares en América Latina. En no pocos países de nuestra área, los sindicatos de profesionales de la educación cuentan con influencia dentro de las esferas políticas, y su capacidad de movilización puede llegar a paralizar no solamente las aulas, sino el conjunto de las actividades económicas.
Las demandas básicas del sector magisterial han estado y muy seguramente, seguirán estando orientadas principalmente por las mejoras salariales, y la defensa de las conquistas laborales de los educadores. Hay que recordar que los maestros van lejos de ser los servidores públicos mejor pagados en la región. Sin embargo, los sindicatos magisteriales incluyen también en sus discursos la resistencia ante lo que denominan reformas de corte neoliberal en la educación.
De esta forma, en América Latina se repiten argumentos como oponerse a los programas estatales de mejoramiento de la calidad educativa, bajo el entendimiento que esconden el fin de limitar la gratuidad en la educación. En múltiples casos, los sindicatos del sector realizan una importante oposición a las acciones de evaluación de docentes, que se entienden como justificaciones para despidos.
Y es que, en toda América Latina, los sindicatos magisteriales nacieron identificados con los movimientos de izquierda. En el caso de Guatemala, se ubica en 1944 el nacimiento del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (STEG), que conocerá su período de mayor esplendor durante la “primavera democrática”. Las décadas comprendidas entre los años 60 y los años 80 del siglo XX encontraron al movimiento magisterial involucrado en las luchas sociales. En el caso de Nicaragua, el sindicato de maestros fue parte importante de la revolución sandinista. Hasta el día de hoy, la Confederación General de Trabajadores de la Educación de Nicaragua, (CGTEN-Anden) mantiene una importante vinculación con el régimen de Daniel Ortega. En Chile, el Colegio de Profesores de Chile fue un actor de oposición al gobierno dictatorial de Augusto Pinochet.
Sin embargo, en los casos de Bolivia y Ecuador, los sindicatos de la educación realizan acciones de oposición a gobiernos que cualquier lector bien informado no calificará de neoliberales, como los de Evo Morales y Rafael Correa. Este último, ha llegado a responsabilizar directamente a la Unión Nacional de Educadores de Ecuador (UNE), del mal estado de la educación pública, y ha tomado acciones como suspender el cobro de las cuotas de afiliación sindical a través del descuento directo a los sueldos de los maestros, que realiza el Ministerio de Educación, en un intento de estrangular la economía de este sindicato. Esta acción ha sido condenada en 2010 por el Comité de Libertad Sindical de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Esta defensa de los derechos laborales de sus agremiados, más allá del tinte ideológico, parece demostrar en los sindicatos de maestros la primacía de una lógica de confrontación con el Estado, a la postre, su empleador, reflejada en múltiples huelgas y, por ende, la suspensión de clases, el corte de carreteras y varios episodios de violencia.
Casos como los de Chile y Argentina rompen este molde, y dan cuenta de la existencia de modelos de diálogo que han permitido a los sindicatos magisteriales involucrarse en la discusión del modelo educativo, a la par de mantener la negociación permanente para mejorar las condiciones salariales. Esto no implica en absoluto la inexistencia de tensiones con los gobiernos de esos países, pero marca también la aparición en escena de una presión del público, por lo menos en el caso de Argentina, que demanda la existencia de un mayor número real de días de clase, y en cierta forma deslegitima el uso de la suspensión de actividades como herramienta privilegiada del magisterio.
En Guatemala, el sindicato magisterial, al igual que en México, cuenta también con una figura controversial como su máximo dirigente. Joviel Acevedo, por ejemplo, es incapaz de dominar su temperamento. Ante preguntas incomodas de periodistas, no tiene empachos para colgar violentamente el teléfono en entrevistas telefónicas en vivo. Su influencia política es indudable. Su relación amor-odio con el gobierno de Álvaro Colom nos da cuenta de varias paralizaciones de actividades en reclamo de mejoras salariales, acompañadas de manifestaciones, tomas de edificios públicos y cortes de carreteras, que se suspenden gentilmente para permitir la movilización de partidarios de la candidatura de Sandra Torres. Las movilizaciones anunciadas para esta semana serán un nuevo capítulo en este culebrón por entregas que se espera acabe esta semana con la decisión de la Corte de Constitucionalidad, cualquiera que esta sea.
Sin embargo, su liderazgo y capacidad para defender y obtener mejoras para su gremio no está en discusión y esta es, al final del día, la labor del dirigente sindical. Adicionalmente, la fortaleza del sindicato de maestros en Guatemala constituye la excepción a la regla, en un medio caracterizado por la debilidad, atomización y poca representatividad de las organizaciones. Este potencial no puede ser despreciado a la hora de establecer un sistema de diálogo social a favor de la educación, tarea que sin duda alguna se presenta como una más de las prioridades que deberá ser abordada por el nuevo Gobierno, que además deberá aprender a convivir con las reclamaciones laborales de un gremio consciente de su fuerza y sus conquistas.
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