El grotesco espectáculo que las huestes mixqueñas del Partido Patriota dieron el martes recién pasado no abona en nada a la construcción de la democracia, como tampoco lo hace el comportamiento permisivo y hasta cómplice de las fuerzas policiales que fueron incapaces de brindar protección y seguridad a aquellos diputados que intentaban ingresar al hemiciclo. Todo lo contrario, los hechos que tuvieron como claro y evidente objetivo impedir que se realiza la sesión en la que se elegiría a la nueva Junta Directiva del Congreso, son muestra patente de que el grupo en el poder está dispuesto a utilizar todas las armas, sean o no legítimas, sean o no legales, para mantenerse en su usufructo. Las evidencias mostradas en los medios de comunicación obligaron al Alcalde de ese municipio a aceptar que los principales dirigentes del bochinche eran sus empleados, encubriéndolos con la afirmación –no demostrada– de que estaban de vacaciones.
Pero si este acto bochornoso y violento muestra lo más bajo y antidemocrático de la franquicia electoral bajo la que se cobijan actualmente las autoridades, más bochornosa es la actitud del Presidente del Congreso, quien de manera autoritaria se opuso a iniciar una sesión que, debidamente convocada, contaba con el quórum necesario para realizarse.
Hoy, como en todas las acciones autoritarias que el grupo en el poder ha impulsado, sus principales actores tratan de pasar desapercibidos y esconder su responsabilidad, dejando claro con ello que sabían, desde que se planificó, que se estarían comportando contra el orden y normativas vigentes. Ridículo resulta ver que los principales beneficiarios de la suspensión de la sesión del Congreso nada sabían, nada vieron y son inmaculadamente inocentes de lo que allí sucedió. A la violencia y autoritarismo suman así la hipocresía y el intento por engañar a los ingenuos. Faltos de argumentos políticos deciden actuar en la oscuridad, con la alevosía que les concede tener el control del poder público.
El sainete en el que han convertido el ejercicio del poder está orillando a la sociedad a rebasar los límites de la institucionalidad, y ese es el enorme riesgo en el que el país se encuentra. El grupo de militares en el poder debe entender que si llegaron a él mediante el voto ciudadano, las otras fuerzas también lo hicieron y es necesario respetar los procesos y canales institucionales, así como a ellos se les ha respetado. Apostar a la violencia y al todo por el todo solo traerá mayor conflictividad y violencia.
Sus principales financistas, y aquellos que desde las élites económicas les apoyaron para inundarnos de falsas promesas y estribillos fatuos deben exigirles, al menos en estos largos catorce meses que les quedan de mandato, que respeten al país y a su población y no destruyan los pocos elementos que de la incipiente democracia guatemalteca aún sobreviven. Porque si los autoritarios y déspotas se imponen, escondidos en sus máscaras de caballos de palo, sus legítimas inversiones y esfuerzos se vendrán por los suelos, siendo ellos los principales responsables de la destrucción del país.
La democracia no es el sistema político perfecto, pero es el único que en las actuales circunstancias mundiales permite no solo que el capitalismo se desarrolle sino que, cuando logra afianzarse, evitar que este modelo económico deprede y destruya a los grupos sociales mayoritarios y su entorno. Si bien la democracia no es un fin en sí mismo, es el medio a través del cual las sociedades han logrado construir mecanismos de convivencia ordenada y beneficiosa para sus principales sectores. Destruir los mínimos atisbos democráticos que en la sociedad guatemalteca aún existen es no solo dañino para la sociedad en su conjunto sino, particularmente, altamente nocivo para que el capitalismo efectivamente se implante.
Talvez el grupo de militares en el poder, junto a los oligarcas que les animaron, apoyaron y financiaron no crean que es urgente e indispensable evitar que la incipiente democracia zozobre, por lo que resulta urgente que los distintos sectores que piensan distinto a ellos encuentren formas de comunicación y coordinación para evitar que nos sigamos hundiendo.
Si algunos ingenuos, instruidos (que no educados) en las empresas privadas de venta de diplomas de educación superior confunden la democracia de los antiguos con la democracia de los modernos, entre las que apenas hay algún parecido, es cuestión de debates posteriores, porque lo que urge es salvar el país, que implica detener el uso de hordas vandálicas para que el militarismo autoritario se perpetúe en nuestros sistemas político y social.
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