Me explico. La palabra seducir proviene del latín seducere, donde el vocablo ducere (conducir) está presente. Este, a su vez, proviene de una raíz latina: dux. Esta raíz refiere al concepto de guía o camino. Y, para concluir esta genealogía conceptual, también es importante decir que el término latino dux fue un prefijo aplicado a cargos de carácter militar, lo cual no debe sorprendernos. No es materia del artículo, pero vale la pena recordar que tanto en el latín como en el griego hay vocablos importantes que hacen referencia a situaciones de la vida militar. Por ejemplo, el término hegemonía. Será Gramsci quien nos enseñe que este deriva del griego eghemoneno, que puede ligarse al concepto de guiar o conducir. Lo anterior era tal que en griego antiguo la dirección suprema del ejército se comprendía como hegemonía. El hegemón era aquel que guiaba a las tropas entre las filas enemigas para fijar la ruta de ataque.
Pero volvamos al término seducir. ¿Se puede decir que este contenga una noción que haga énfasis en la acción de apartar o separar? En tal sentido, el concepto de seducción sería exactamente igual al concepto de santidad: lo santo es aquello reservado y separado de todo lo demás. Algo hay de eso, en efecto. Porque seducir, en la forma como deseo comprenderlo, hace énfasis en la capacidad de guiar o conducir a cualquier persona fuera de sus originales deseos. Seducir es llevar a otro lado, separar y conducir a otra persona a un plano diferente de lo que serían sus deseos normales.
Por lo menos así lo entiende Søren Kierkegaard en una de sus piezas menos conocidas pero quizá más interesantes de leer: Diario de un seductor, publicado en 1844 con el título original de Forførerens Dagbog.
Algunas cuestiones generales antes de abordar el contenido del texto (o al menos los fragmentos más importantes):
Me parece muy interesante el contexto en el cual Kierkegaard escribe esta pieza. Porque, en lo que respecta a su vida personal, Kierkegaard, ha de recordarse, dio por cerrada bruscamente la relación con la mujer que verdaderamente amó. A esto agréguese que la muerte de su madre y de sus hermanos marcó su temperamento de forma permanente. Desde este umbral de dolor personal, desde este entorno profundamente existencial, Kierkegaard se dio a la tarea de reflexionar sobre la seducción.
Quizá por eso la atracción física no es un aspecto importante en esta obra. El seductor no seduce por la estética que se percibe vía los ojos. La verdadera seducción, la que rompe todos los muros de la prohibición (y, por cierto, la que es capaz de penetrar en las damas cortesanas), es la seducción de las palabras. Y rendirse ante las palabras es rendirse ante una fuerza que no tiene resistencia alguna. Como quien dice: «La estimulación no requiere músculos, sino excitar el cerebro». Cuando lo hay, claro.
En efecto, este libro hace una diferencia entre los donjuanes y los verdaderos seductores. Diario de un seductor presenta, en términos generales, la relación entre Juan y Cordelia. Juan (el seductor) se pregunta precisamente si basta con provocar la tempestad erótica en Cordelia. Por eso afirma: «¿Cómo sorprender a Cordelia? Podría provocar la tempestad erótica y arrancar los árboles con las raíces. Podría arrancarla del terreno donde se ahonda y, al mismo tiempo, con medios secretos, hacer aparecer su pasión a la luz del día. Nada de esto me sería imposible, que a todo nos puede llevar una muchacha sirviéndonos de su pasión. Pero eso sería, estéticamente, un error, y tratándose de Cordelia no alcanzaría el ideal al que aspiro».
Rápidamente, algo que abordaremos en la siguiente entrega es la cuestión con relación al ideal estético. ¿A qué aspira este tipo de seductor? Porque, en efecto, la relación que intenta establecer no persigue lo sexual. Porque la posesión carnal, la de penetrar, la de hacer gemir, la de morder, la de apretar, la de arañar, esa posesión de facto, anula la seducción, pues concluye con el coito. Aquí la cuestión es tratar de prolongar el deseo y el juego lo más posible. El deseo del seductor es experimentar con la imaginación del otro o la otra por la vía de las palabras. El seductor busca suprimir con sus palabras el deseo original de quien es seducida o seducido e invadir su imaginación con sus deseos. Esta lógica sería una constante en la estructura del cortejo pederasta griego, al igual que en el cortejo de la sociedad cortesana.
De lo anterior, en la siguiente entrega.
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