Las preguntas del “foro” evidencian, sin embargo, cómo se obtienen efectos políticos concretos al convertir al sexo en un objetivo de poder. Parafraseemos algunas de las tendenciosas interrogantes: ¿Los padres de familia pueden oponerse a que se imparta educación sexual a sus hijos? ¿Estaría dispuesto a promover campañas de abstinencia entre los jóvenes y fidelidad entre los adultos? ¿Un gobierno presidido por usted estaría dispuesto a continuar promoviendo el uso de anticonceptivos entre adolecentes sin el consentimiento de los padres? ¿Considera que a una pareja de homosexuales se le deba reconocer el derecho de adoptar un niño o una niña? ¿Para usted, cuántos géneros existen y cómo implementará en el sistema educativo su aprendizaje? ¿Qué piensa de introducir programas con perspectivas de género para niños, niñas y adolecentes? ¿Estaría dispuesto a legalizar las uniones homosexuales? ¿Estaría dispuesto a suministrar a mujeres productos que tienen efectos nocivos para la salud?
El sexo prematrimonial, la educación sexual de los niños, el horror por la homosexualidad aberrante, las desviaciones antinaturales de las teorías de género, los condones: todos conforman un sucio amasijo de enfermedad, pecado e inmoralidad que amenaza a las personas buenas, decentes, que se apegan a la palabra de Dios. El sexo aparece nuevamente como el vehículo más efectivo para inclinar la balanza a favor de la reacción. Se hace evidente otra vez, que el poder, más que reprimir, produce.
Como maestros titiriteros, los “representantes” de la CEG ubicaron a los acéfalos candidatos a la presidencia en un abominable microescenario. Con sus escasas luces, los candidatos cedieron a las polarizadas manipulaciones. Todos se dieron baños de mentirosa e hipócrita castidad.
Una serie de tendencias paranoides escenificadas en un diálogo maldito entre Sacher-Masoch y el Marqués de Sade dan la pauta de uno de los peores “foros” de la historia. Los sádicos, por supuesto, son todos los homosexuales enfermos, las peligrosas feministas con sus teorías de género que relativizan el sexo y la identidad; quienes promueven un goce irrestricto de los placeres. Los masoquistas, pues claro, quedan plasmados bajo el ímpetu represor de la CEG.
La polaridad maniquea que degenera del foro es: si eres portador de una indómita pulsión, que hará uso perverso de los niños, del matrimonio infiel, la promiscuidad, el asesinato de los nonatos, entonces serás un sádico. Si te subyugas a una moralidad superior y externa que, vestida de látex negro gobernará cada uno de tus impulsos, hurgará en tus pensamientos y dirigirá tus placeres, entonces serás un masoquista confesional.
Ni una cosa ni la otra. El anhelo es que la mayoría de cristianos, religiosos o personas que se preocupan por llevar la espiritualidad a sus vidas no quedarían representados por la irracionalidad de estos organizadores del “foro”. Por su lado, la mayoría de feministas, homosexuales y ateos que conozco, son reproductores de modelos éticos basados en humanismos de raigambre cristiano, que no tienen nada que ver con las maniobras falaces usadas ese día. El fundamento ético de ambas tendencias impide que haya relación de enemistad. ¿Por qué fomentar, entonces, la repugnancia ante la diversidad manchando el nombre de una religión que se basa en el amor al prójimo?
Me resisto a callar ante las acciones perversas de una élite religiosa (¿opus dei?) manipuladora y un montón de candidatos presidenciales carentes de sentido crítico y capacidad argumentativa. Me niego a creer que todos los cristianos se sientan identificados con ese tipo de pensamiento. Estas gentes que promueven odios irracionales, con su descarada ambición de poder, hubieran sido excelentes inquisidores medievales. Dan pena y tristeza. La “moral superior” es como escupir al cielo.
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