Detrás de la anulación de marras y de todas las argucias —de forma, que no de fondo— para evitar el inicio del otro juicio hay todo un temor que nada tiene que ver con el general, quien cambió su otrora talante de mandamás por el de un enfermo que se presenta al tribunal en camilla y con una sábana que lo cubre de pies a rostro.
En este país donde todo puede suceder, de haberse mantenido el primer fallo, ¿no habría sido más fácil solicitar su excarcelación y cumplir la pena en casa, considerando su edad y sus dolencias? Por supuesto que sí. Mas el quid pro quo es el tema del genocidio. Se busca sentar precedente porque son otros los que están aterrorizados. Y esos otros se encuentran tan desesperados que están soslayando la tipificación de varios delitos que pudieron haber cometido y no están bajo el paraguas del genocidio.
Esa es la razón por la cual los muñecos de ventrílocuo nos han tratado de chusma y de imbéciles a quienes creemos que sí hubo genocidio: la desesperación.
Ah, ¿y los otros delitos? ¿Se los quitarán de encima si se sienta precedente en cuanto a que no hubo genocidio?
Mucho hay por investigar: los tristemente célebres Polos de Desarrollo, que no eran sino campos de concentración; los cientos de cementerios clandestinos, que aún permanecen como tales; el forzamiento de la población civil a integrar las Patrullas de Autodefensa… Y no debe quedar de lado aquello que, fuera del contexto de una guerra, pudo haber cometido en exceso la guerrilla. La justicia debe ser igual para todos.
En este momento, entre lo inaceptable caben los insultos, la intolerancia a las opiniones y las argucias leguleyas. Inadmisible, en tanto, el manoseo de nuestras leyes y el hecho de quedar en ridículo a nivel internacional. Guatemala y los guatemaltecos merecemos más respeto.
Un abogado dijo recientemente que los muertos durante el conflicto armado interno eran guerrilleros. Pregunto: ¿habrán sido guerrilleros las niñas y los niños cuyos cuerpos fueron encontrados en una de las fosas de la antigua zona militar de Cobán? Bajas colaterales en una guerra, se entiende. Empero, infantes con sus manitas sujetadas con alambre espigado rebasa los límites de lo patológico. Y ojo porque, aunque dictaminen que no hubo genocidio, este tipo de crimen —el de los niños— no prescribe.
El cuerpo diplomático ha tomado una postura mesurada. Han ponderado algunos embajadores la búsqueda de la verdad, la justicia imparcial y la relevancia del caso. Y, en una posición ilógica, el presidente Otto Pérez Molina ha optado por arremeter contra la posibilidad de que un diplomático asista a las audiencias. ¿Ignora acaso que dichos funcionarios tienen derecho a ello? ¿Y a qué le teme? Total, las señoras juezas y los señores jueces son independientes.
Guatemala no está para tafetanes en estos cruciales momentos. Estamos entrando al cuarto año del gobierno que está considerado por una mayoría como el peor de la historia de nuestro país, y la población padece ya de una peligrosa irascibilidad. Es el momento, entonces, de que todas y todos tomemos una postura sensata, equilibrada, y no nos prestemos a ser polvorín de pasiones trasnochadas. Dejemos que los tribunales hagan lo suyo. La majestad de la ley está por encima de categorías y castas.
Indistintamente de los sucesivos fallos que sobrevendrán en este sonado caso, quienes cometieron crímenes de lesa humanidad están viviendo ya su propio infierno. Mata el alma no un veredicto adverso: acaba con la persona la incertidumbre. Y vivir a salto de mata no es vivir.
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