No sabemos a dónde iremos, pero nos preparamos para regresar a la normalidad, la que, por cierto, será bastante anormal, aunque cada quien albergue la esperanza de que sea lo más parecida a la que acostumbrábamos hasta la irrupción del coronavirus.
Sin duda, los estrechones de mano, los abrazos, los besos al aire o en la mejilla se echarán de menos en los saludos amistosos. ¿Qué ocurrirá en las actividades grupales? ¿Habrá gritos y desenfrenada emoción al celebrar un gol? ¿Resistirá la educación virtual la ausencia de la siempre más interactiva dinámica generada en un salón de clases con el contacto humano?
Guatemala lleva tres meses semidetenida o caminando en cámara lenta, en algunos espacios totalmente paralizada. «Y sin embargo se mueve», diría quien recuerde al astrónomo italiano Galileo Galilei, cuya frase descalifican los que la consideran inverosímil dado el contexto de su época. Hoy también afrontamos más incertidumbre que certeza, pues la crisis avanza y nos aturde.
De acuerdo con la ciencia, mayo traerá el pico más alto en nuestro país, como lo refleja la tendencia de los casos, en la que cada vez queda más lejos el momento en que los días transcurrían y el virus no daba señales de muerte. Del cero hemos llegado a las centenas de confirmados y de activos. Ojalá los decesos se queden en la cifra más baja posible.
A juzgar por los números con que cerramos abril, podemos afirmar que hemos tomado las decisiones correctas. El Gobierno ha estado bien porque no es fácil actuar bajo el fuego cruzado de la variedad de intereses en uno y otro lado del espectro con poder de incidencia. Las autoridades locales tienen su mérito. Y la sociedad, igualmente. Porque, reitero, los datos son elocuentes.
Por supuesto, algo se habrá dejado de hacer o eventualmente se ha hecho mal. Es muy probable que a quien no le toca decidir tenga el mejor criterio, pero eso habrá que evaluarlo cuando lleguen los análisis históricos. Ahora es el momento de definir escenarios y de resolver en tiempo real.
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Como señalo líneas arriba, parece que está cerca el retorno deseado. La necesidad y la ilusión mandan que nos movamos. Cómo volver a la cotidianidad es el dilema, uno más de los causados por este flagelo que a nadie agarró confesado. En Asia y Europa están saliendo del brote y desde allá nos llegan noticias de cómo harán. Nosotros, en cambio, aún vamos de ida. En realidad, nos encontramos en la ruta de la confusión.
Todos, unos porque sufren la exclusión o mala atención y otros porque estudian la situación, saben de la precariedad de nuestro Estado y, particularmente, de las debilidades del sistema de salud. Tal certeza es la que eleva los temores de cara a que, en lugar de incrementar las restricciones, se hable de reducirlas.
Frente al inminente y paulatino regreso al trabajo, a clases, al esparcimiento y a las demás motivaciones propias del día a día, el compromiso de cada guatemalteco y guatemalteca será desenvolverse con responsabilidad. Y para ello no será necesario contener la respiración en las concentraciones de personas. Lo recomendable será cumplir el protocolo que desde hace tres meses da vueltas por aquí y por allá: usar mascarilla, guardar la distancia y lavarse las manos. Obviamente, la más difícil y en algunos segmentos de nuestro país hasta imposible de realizar es la tercera, ya que el agua brilla por su ausencia. Por eso puede ayudar no tocarse la cara, ese tic que mucha gente tiene cuando medita.
Vigilancia individual, visión solidaria y convicción de que más vale prevenir que lamentar deben ser las referencias o los requisitos para esas relaciones sociales que no serán como antes y en las que la calidez ceremonial no se verá porque lo fundamental será cuidarnos. Eso sí, cuando llegue el rencuentro, sintamos como si la interpretación ofrecida por Mocedades desde uno de los balcones de la Casa de los Azulejos en Ciudad de México fuera en esta coyuntura, y no en febrero de 2018. Es decir, apreciemos lo que tenemos.
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